STEPHEN KING
LA PLANTA V
DE LAS INCURSIONES DE TRIPAS DE HIERRO
HECKSLER
1 Abr 81
0600 hrs
Pk Ave So
NYC
La ciudad fue exitosamente ocupada. Objetivo a la
vista. No en este instante por supuesto. Mi ubicación actual=callejón detrás
del Mercado Smiler's, esquina Pk y 32. El lugar de trabajo del Judío Señalado
casi enfrente de mi campamento. Me hice llamar "Guitarra Loca Gertie"
y funcionó a las mil maravillas. Sin pistolas pero sí con un buen cuchillo en
mi bolsa plástica #1 de "persona sin hogar". Ayer por la tarde a las
1730 horas se presentaron 2 de los apóstoles del Anticristo que trabajan en
Zenith, la casa de Satanás. Uno (su nombre en clave es ROGER DODGER) entró en
el mercado. Por el olor compró ajo. Aparentemente para mejorar su vida sexual,
¡¡JA!! El otro (su nombre en clave es JOHN EL BAUTISTA) lo esperó afuera.
Detrás mío. Pude haberlo matado sin inconvenientes. De una rápida cuchillada.
Yugular y carótida. Vieja maniobra comando. Este perro viejo recuerda todos sus
trucos viejos. No lo hice, por supuesto. Debo esperar al Judío Señalado. Si los
otros permanecen fuera de mi camino, podrán vivir. Si no lo hacen, seguro que
morirán. Nada de prisioneros. El BAUTISTA me dio dos dólares. ¡Amarrete! El
mejor plan aún parece ser esperar hasta el fin de semana (o sea 4-5 de abr) y
entonces infiltrarse en el edificio. Permanecer dentro hasta la mañana del
lunes (o sea abr 6). Desde ya el J.S. puede llegar mucho antes pero los
cobardes viajan en manadas. Al final, su carne será mía, ¡JA! "Las playas
son arenosas, algunas orillas son rocosas, y yo voy a reventar, a un Mockie Señalado". Más sueños de
CARLOS (su nombre en clave es EL SUDACA SEÑALADO). Creo que está más cerca.
Preferiría tener una foto. Debo ser precavido. La guitarra y la peluca=buenos
refuerzos. EL DÍA DEL GENERAL en lugar de EL DÍA DEL CHACAL, ¡¡JA!! La guitarra
necesita cuerdas nuevas. Aún toco bien y todavía canto "como un pájaro en
un árbol". Conseguí supositorios. Me liberé del peso. Puedo pensar más
claro a pesar de las transmisiones mata-cerebros.
Ahora debo jugar al juego de
esperar.
No es la primera vez.
Cambio y fuera.
Del The New York Times, 1 de
abril de 1981
Página B-1, Informe Nacional,
MUEREN
SIETE PERSONAS TRAS ESTRELLARSE AVIÓN EN R.I.
Por
James Whitney
Especial para The Times
CENTRAL FALLS, RHODE ISLAND:
Un aeroplano Cessna 404 Titan propiedad de Líneas Aéreas Ocean State se
estrelló ayer por la tarde luego de despegar de Barker Field, en la pequeña
ciudad de Rhode Island, resultando muertos ambos pilotos y los cinco pasajeros. Desde 1977, las Líneas
Aéreas Ocean State han estado realizando vuelos de transbordo a LaGuardia, en
la Ciudad de New York. El OCA Flight 14 llevaba volando menos de dos minutos
cuando se estrelló en un terreno vacío a sólo cuatrocientos metros del punto de
despegue. Un testigo dijo que justo antes de estrellarse, el avión cayó en
picada hacia un depósito, errándole al tejado por muy poco.
"Si algo
tiene que salir mal seguro que va a salir mal," dijo Myron Howe, que
estaba arrancando hierbas entre las dos pistas de aterrizaje de Barker Field
cuando ocurrió el accidente. "Logró subir y luego intentó regresar.
Escuché que fallaba un motor, y después el otro. Vi que ambos propulsores
estaban muertos. Le erró al depósito y al camino de acceso, pero después le
entró duro."
Los informes
preliminares no señalan problemas de mantenimiento con el C404, que es
propulsado por dos turbinas de 375 caballos de fuerza. El modelo tiene un
excelente record de seguridad, y el avión que se estrelló tenía menos de 9000
horas de vuelo, según el Presidente de las Líneas Aéreas Ocean State, el señor
George Ferguson. Los oficiales del Escuadrón Aeronáutico Civil (EAC) y la
Administración Federal de Aviación (AFA) han emprendido juntos una investigación
de la caída.
Las víctimas del
accidente, los primeros en los cuatro años de historia de Ocean State, fueron
John Chesterton, el piloto, y Avery Goldstein, el copiloto, ambos de Pawtucket.
Robert Weiner, Tina Barfield, y Dallas Mayr fueron identificados como tres de
los cinco pasajeros del avión caído. En cuanto a las identidades de los otros
dos, de los que se cree que eran un matrimonio, sigue pendiente la notificación
de parientes cercanos.
Normalmente, las
Líneas Aéreas Ocean State son usadas por pasajeros que enlazan con las
aerolíneas más grandes que operan fuera del Aeropuerto LaGuardia. Según el
señor Ferguson, LAOS ha suspendido las operaciones por lo menos hasta el fin de
la semana y quizás por más tiempo. "Estoy devastado por lo que pasó,"
dijo. "He volado esa nave en particular muchas veces, y habría jurado que
no había un avión más seguro en los cielos, ya sea grande o pequeño. El lunes
lo volé hasta Boston, y todo anduvo bien. No tengo ni idea de qué pudo causar
que ambos motores se detuvieran de la forma en que lo hicieron. Uno, quizá,
pero no ambos."
Del
diario de John Kenton
1 de abril de 1981
Hay una vieja
maldición china que dice: "Puedes vivir en tiempos interesantes." Me
parece que debe de estar dirigida especialmente a las personas que llevan
diarios (y si siguen la resolución de Roger, ese número pronto aumentará a
tres: Bill Gelb, Sandra Jackson, y Herb "Dáme El Mundo Y Déjame
Manejarlo" Porter). Anoche estuve sentado aquí, en mi pequeña oficina
hogareña —que en realidad no es más que un rincón de la cocina a la que le he
agregado un estante y una lámpara— aporreando las teclas de mi máquina de
escribir durante casi cinco horas. Esta noche no será tan larga; entre otras
cosas, tengo un manuscrito para leer. Y voy
a leerlo, creo. La docena o así de páginas que terminé en mi camino a casa me
han convencido de que éste es el que he
estado buscando desde el principio, incluso sin saberlo realmente.
Pero al menos una
persona de mis recientes conocidos no lo leerá. Ni aunque fuera tan bueno como Grandes Esperanzas. (No es que fuera a
serlo; tengo que recordarme a cada momento que trabajo en Zenith House, no en
Random House.) Pobre mujer. No sé si ella nos dijo la estricta verdad sobre eso
de querer hacer un Buen Giro, pero aunque nos haya mentido, nadie merece morir
así, cayendo desde el cielo y pulverizándose hasta morir dentro de un tubo de
acero ardiente.
Hoy fui al
trabajo más temprano todavía, con la idea de inspeccionar el cuarto del correo.
La OUIJA dice que deje de perder el
tiempo, me aseguró ella. El que usted
está buscando se encuentra en la caja púrpura en el estante del fondo. Casi en
la esquina. Quería revisar ese rincón incluso antes de tomarme el café. Y
también echarle otra mirada a Zenith la hiedra, mientras me encontrara
allí.
Al principio
pensé que esta vez le había ganado a Roger, porque no se escuchaba el
clack-clack de su máquina de escribir. Pero la luz estaba encendida, y cuando
espié por la puerta abierta de su oficina, allí estaba, sentado detrás del
escritorio y mirando hacia la calle.
—Buen día, jefe
—saludé. Pensé que estaría listo para empezar el día, pero tan sólo estaba allí
sentado en una semi depresión, pálido y desaliñado, como si se hubiera pasado
la noche entera agitándose y volviéndose de un lado para el otro.
—Te dije que no
le dieras dinero —me dijo sin dejar de mirar la ventana.
Me acerqué y miré
para afuera. La vieja señora con la guitarra, la de salvaje pelo blanco y el
cartel que decía aquello de permitirle a Jesús crecer en tu corazón, estaba
allí de nuevo, delante de Smiler's. Al menos no podía oír lo que cantaba. Con
eso era suficiente.
—Parece que
tuviste una noche difícil —dije yo.
—La mañana fue
más dura. ¿Viste el Times?
Para decir
verdad, lo había hecho, aunque nada más que la primera plana. Estaba el
acostumbrado informe sobre la condición de Reagan, el acostumbrado material
sobre la inquietud en el medio este, la acostumbrada historia de
corrupción-en-el-gobierno, y el acostumbrado consejo de pie de página de apoyo
a la Fundación Aire Fresco. Nada que captara tu atención de inmediato. No
obstante, sentí que se me erizaban un poco los cabellos de la nuca.
El Times yacía plegado en la mitad de
SALIDAS del cesto de ENTRADAS/SALIDAS de Roger. Lo tomé.
—La primera
página de la sección B —me indicó, mirando todavía por la ventana. A la
vagabunda, probablemente... ¿o a lo que podría llamarse una hembra de la
especie de los vagabundetos?
Busqué el Informe
Nacional y vi una foto de un aeroplano —o lo que quedaba de él, mejor dicho— en
un campo de malezas repleto de partes de la máquina. Al fondo, tras un cerco
para ciclones y tontos, se veía un grupo de personas de pie.
—¿Barfield? —pregunté.
—Barfield —asintió Roger.
—¡Cristo!
—Cristo no tiene
nada que ver con esto.
Miré el artículo
sin leerlo realmente, tan sólo buscando su nombre. Y allí estaba: Tina Barfield
de Central Falls, fuente de aquel viejo adagio "si juegas con cuchillos
demasiado tiempo, tarde o temprano alguien va a cortarse." O quemarse vivo
en un Cessna Titan, podría haber agregado.
—Dijo que estaría
a salvo de Carlos si hacía un Buen Giro genuino —comentó Roger—. Esto podría
llevar a la conclusión que lo que ella hizo fue justo lo contrario.
—Le creí cuando
nos contó todo —dije. Considero que dijo la verdad, pero aunque no lo hiciera,
no quería que Roger decidiera eliminar la hiedra que crecía en el armario de
Riddley por lo que le había sucedido a Tina Barfield. Asustado como estaba, no
quise que hiciera una cosa así. Entonces comprendí —o quizá intuí— que no era
eso lo que Roger tenía en mente, así que me relajé un poco.
—En realidad, yo
también le creí —confesó—. Al menos estaba intentando
hacer un Buen Giro.
—Quizá no lo hizo
a tiempo —agregué.
Él asintió.
—Quizá eso fue lo
que pasó. Leí la historia corta que mencionó, mientra venía para acá; la de
Jerome Bixby.
—'Es una Buena
Vida.'
—Exacto. Para
cuando llevaba leídas dos páginas, la reconocí como la base de un famoso
episodio de La Dimensión Desconocida
protagonizado por Billy Mumy. ¿Qué rayos habrá pasado con Billy Mumy?
Me importaba una
mierda qué le había pasado a Billy Mumy, pero pensé que sería ser una mala idea
decírselo a Roger.
—La historia
trata sobre un muchacho que es un super psíquico. Destruye el mundo entero,
aparentemente, con excepción de su pequeño círculo de amigos y parientes. Toma
a esas personas de rehén, matándolas cuando se atreven a contradecirlo de
alguna manera.
Recordé el
episodio. El chico no le había arrancado el corazón a nadie ni había hecho que
se estrellara ningún avión, pero sí había transformado a un personaje —a su
hermano mayor o tal vez a un vecino— en uno de esos muñecos con resorte dentro
de una caja. Y cuando hizo un lío, simplemente lo envió bien lejos, y para
siempre.
—Basándose en
eso, te puedes imaginar cómo debe de haber sido vivir con Carlos —agregó
Roger.
—¿Qué vamos a
hacer, Roger?
Entonces se
volvió desde la ventana y me miró fijamente. Parecía asustado —yo también lo
estaba— pero también decidido. Lo respeté por eso. Y me respeté a mí mismo,
también.
Creo.
—Si podemos,
vamos a lograr que Zenith House produzca intereses rentables —dijo—, y después
vamos a estrujar unos nueve galones de tinta negra sobre el ojo de Harlow
Enders. Yo no sé si esa planta es o no una versión moderna del árbol de las
habichuelas de Jack, pero si llega a serlo, vamos a escalarlo y conseguiremos
el arpa dorada, el ganso dorado, y todos los doblones de oro que nos podamos
llevar. ¿De acuerdo?
Extendí la mano.
—De acuerdo,
jefe.
Él me la
estrechó. No suelo tener muchos buenos momentos antes de las nueve de la
mañana, al menos en mi vida de adulto, pero ése fue uno de ellos.
—Incluso vamos a
ser cuidadosos —me advirtió—. ¿También estás de acuerdo?
—Por supuesto.
Nos quedamos
hablando un rato más. Yo quería ir a visitar a Zenith; Roger sugirió que
esperáramos a Bill, a Herb, y a Sandra, y que luego vayamos juntos. LaShonda
Evans llegó antes que lo hicieran ellos, quejándose de que el área de recepción
olía extraño. Roger estuvo de acuerdo, sugiriendo que podría ser el moho de la
alfombra, y autorizó un pequeño gasto de dinero para comprar una lata de Glade,
que podía adquirirse en Smiler's, cruzando la calle. También le propuso que
dejara solos a los editores durante el próximo par de meses; iban a estar todos
trabajando muy duro, dijo, tratando de mantener las expectativas de la compañía
dueña. Él no le dijo "las poco realistas expectativas," pero ciertas
personas pueden cerrar un buen trato sin recurrir a otra cosa que no sea un
firme tono de voz, y Roger es uno de ellos.
—No es mi
política faltar a la discreción, señor Wade —dijo ella, de pie en la puerta de
la oficina de Roger y hablando con gran dignidad—. Usted es normal... y lo
mismo digo de usted, señor Kenton... la mayor parte del tiempo...
Se lo agradecí.
He descubierto que luego de que tu chica te abandona por algún simplón de la
Costa Oeste que probablemente domine Tai Chi, hasta los cumplidos dudosos te
suenan bien.
—...pero esos
otros tres juegan para el bando de los raros.
Y dicho eso,
LaShonda se marchó. Imagino que tenía llamadas que hacer, algunas de las cuales
incluso podrían tener que ver con el negocio de la publicación. Roger me miró,
divertido, y se acomodó el cabello desarreglado.
—No sabía de qué
era el olor —dijo.
—No creo que
LaShonda se pase mucho tiempo en la cocina.
—Dudo que lo
hicieras si fueras como LaShonda —me dijo Roger—. En la única ocasión que
hueles el ajo es cuando el mozo te trae tu Camarón Mediterráneo.
—Y mientras tanto
—agregué— tenemos el Glade. Y el tufo del ajo se habrá ido pronto, de todas
formas. A menos que, por supuesto, seas un sabueso o una planta doméstica
sobrenatural.
Nos miramos
durante un instante, y luego reímos a carcajadas. Quizá sólo porque Tina
Barfield estaba muerta y nosotros vivos. Suena horrible, lo sé, pero el día
mejoró a partir de ese punto; tanto, al menos, que puedo asegurarlo.
Roger había
dejado unas pequeñas notas en los escritorios de Herb, Sandra y Bill. Para las
nueve y media estábamos todos reunidos en la oficina de Roger, que es el doble
del cuarto de conferencias de la editorial. Roger comenzó diciendo que pensaba
que tanto Herb como Sandra habían sido ayudados en sus inspiraciones, y sin más
preámbulo que ese, les contó la historia de nuestro viaje a Rhode Island.
Colaboré tanto como pude. Ambos tratamos de expresar cuán extraña había sido
nuestra visita al invernadero, cuán fuera de este mundo, y creo que los tres
entendieron la mayor parte de la historia. Sin embargo, cuando llegamos a Norville
Keen, creo que ni Roger ni yo pudimos explicar el punto.
Bill y Herb
estaban sentados lado a lado en el suelo, como lo hacen a menudo durante
nuestras conferencias editoriales, tomando café, y les vi intercambiar una de
esas miradas en las que los globos del ojo girando hacia el techo juegan un
papel esencial. Pensé en insistir en esa parte, pero no lo hice. Si puedo,
imitaré la sabiduría de Norville Keen: "No puedes creer en un zombie, a
menos que hayas visto a ese zombie."
Roger terminó el
asunto dándole a Bill la sección B del día del The New York Times. Esperamos hasta que se completó la ronda.
—Oh, pobre mujer
—dijo Sandra. Se había acomodado en su sillón de oficina y estaba sentada en él
con las rodillas rigurosamente juntas. Nada de sentarse en el suelo como la
niñita del señor y la señora Jackson—. Nunca vuelo a menos que me vea obligada
a hacerlo. Es mucho más peligroso de
lo que dicen.
—Esto es una
cagada —dijo Bill—. Quiero decir, te aprecio, Roger, pero de verdad es una
cagada. Has estado presionado —tú también, John, especialmente desde que te
enteraste de lo de tu novia— y, muchachos, me parece que... no lo sé... dejaron
volar la imaginación.
Roger asintió
como si no hubiera esperado otra cosa. Se volvió hacia Herb.
—¿Tú qué opinas? —le
preguntó.
Herb se puso de
pie y tiró del cinturón en esa manera tan suya de yo-me-hago-cargo-de-todo.
—Creo que
tendremos que ir a echar un vistazo a esa famosa hiedra.
—Yo también —dijo
Sandra.
—No se lo estarán
creyendo ¿no? —cuestionó Bill Gelb.
Parecía tanto divertido como alarmado—. Quiero decir, aún no marquemos el
1-800-HISTERIA-EN-MASA, ¿de acuerdo?
—Ni creo ni dejo
de creerlo —dijo Sandra—. No con seguridad. Todo lo que sé es que tuve mi idea
del libro de chistes luego de haber
estado allí. Después de que olí a
galletitas cocinándose. ¿Y por qué olería el cuarto del conserje como la cocina
de mi abuela?
—Tal vez por la
misma razón que hace que el área de recepción huela a ajo —dijo Bill—. Porque
estos tipos han estado bromeando. —Abrí la boca para decir que en el cubículo
de Riddley, el día anterior a que
Roger y yo hiciéramos nuestro viaje a Central Falls, Sandra había sentido olor
a galletas y Herb a tostadas y mermelada, pero antes de que pudiera hacerlo,
Bill preguntó: —¿Y qué hay de la planta, Sandy? ¿Viste a una hiedra creciendo
por allí?
—No, pero no
encendí la luz —respondió ella—. Yo sólo asomé la cabeza, y entonces... no lo
sé... me asusté un poco. Como si hubiera algo espectral.
—Era espectral a
pesar del olor de las galletitas de la abuela, o debido a él? —preguntó
Bill,como si fuera un fiscal de una serie de televisión zamarreando a algún
desgraciado testigo de la defensa.
Sandra lo miró
altaneramente y no dijo nada. Herb intentó tomarla de la mano, pero ella la
puso fuera de su alcance.
Me puse de pie.
—Basta de charla.
¿Por qué describir a un invitado cuando tú mismo puedes ver a ese
invitado?
Bill me miró como
si yo me hubiera vuelto loco.
—¿Qué cosa?
—Creo que, a su
propia e inigualable manera, John está intentando decir que hay que verlo para
creerlo —dijo Roger—. Vamos a echar un vistazo. ¿Y puedo sugerirles que
mantengan quietas las manos? No es que esté pensando en mordeduras —no las
nuestras, de todas formas— pero me parece que lo más sensato es que seamos cuidadosos.
Me pareció un
condenado buen consejo. Mientras Roger nos conducía por el pasillo, dejando
atrás nuestras oficinas como una pequeña tropa, me encontré recordando las
últimas palabras del general conejo en el libro La Colina de Watership de Richard Adams: "¡Vuelvan, tontos!
¡Vuelvan! ¡Los perros no son peligrosos!"
Cuando llegamos
al lugar donde el pasillo gira hacia la izquierda, habló Bill:
—Eh, deténganse,
sólo un maldito minuto.—Parecía bastante inseguro. Y también un poco
impresionado, quizá.
—¿Qué pasa,
William? —preguntó Herb, todo inocencia—. ¿Hueles algo rico?
—Palomitas de
maíz —respondió. Sus manos estaban aferradas entre sí.
—¿Huelen bien?
—preguntó Roger suavemente.
Bill suspiró. Sus
manos se abrieron... y de repente los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Huele como El
Nórdica —dijo—. El Teatro Nórdica, en Freeport, Maine. Es adonde solíamos ir a
ver la función cuando era chico, en Gates Falls. Lo abrían sólo los fines de
semana, y siempre había función doble. En el techo había grandes ventiladores
de madera que giraban durante la función... whush,
whush, whush... y las palomitas de maíz siempre estaban frescas. Palomitas
de maíz frescas con auténtica mantequilla en una simple bolsa marrón. Para mí
ése siempre fue el olor de los sueños. Yo sólo... ¿esto es una broma? Porque si lo es, díganmelo ahora mismo.
—No es una broma
—le aseguré—. Yo siento olor a café. De marca Five O'Clock, y con más fuerza
que nunca. ¿Sandra, todavía hueles las galletas?
Ella me miró con
ojos soñadores, y justo entonces entendí por qué Herb está tan rotundamente
perdido por ella (sí, todos nosotros lo sabemos; creo que incluso Riddley y
LaShonda lo saben; la única que ni se enteró es la propia Sandra). Porque ella
era bonita.
—No —dijo—, huelo
a Shalimar. Fue el primer perfume que tuve en mi vida. Mi tía Coretta me lo
regaló para mi cumpleaños, cuando cumplí los doce. —Entonces miró a Bill, y
sonrió cálidamente—. Así es como huelen los sueños para mí. A
perfume Shalimar.
—¿Herb? —pregunté.
Durante un minuto
pensé que no iba a decir nada; estaba decepcionado por la forma en que ella
miraba a Bill. Pero luego debió haber
decidido que esto era un poco más importante que su interés por Sandra.
—Hoy no se siente
como tostadas y mermelada —dijo—. Hoy huele a automóvil nuevo. Para mí ése es
el mejor aroma del mundo. Desde que tenía diecisiete años y no me podía
permitir el lujo de tener uno, y supongo que todavía deben oler así.
Sandra dijo:
—Todavía no puedes permitirte el lujo de tener uno.
Herb suspiró,
encogiéndose de hombros.
—Sí, pero...
recién encerado... con el cuero nuevo...
Me volví hacia
Roger.
—¿Qué pasa con...
—Entonces me detuve. Bill sólo estaba añorando, pero Roger Wade lloraba sin
reservas. Las lágrimas le corrían por el rostro en dos silenciosos
arroyos.
—El jardín de mi
madre, cuando era muy pequeño —musitó con una voz espesa y ahogada—. Cómo
quería esa fragancia. Y cómo la quise a ella.
Sandra le pasó un
brazo por los hombros y le dio un pequeño abrazo. Roger se secó los ojos con
una manga e intentó sonreir. Lo hizo bastante bien, demasiado, tratándose de
alguien que recuerda a su querida madre muerta.
Ahora Bill avanzó
a la cabeza del grupo. Yo dejé que lo haga. Lo seguimos a la vuelta del pasillo
hasta la puerta a la izquierda de la fuente de agua, en la que se leía
CONSERJE. La abrió, empezó a decir algo astuto —que podría haber sido Salgan, salgan, dondequiera que estén— y
luego se detuvo. Sus manos subieron en un involuntario gesto de protección, y
después cayeron de nuevo.
—Sagrado Jesús,
levántate en la mañana —susurró, y el resto de nosotros nos apiñamos a su
alrededor.
Tal como anoté
ayer en este diario, el armario de Riddley se había transformado en una selva,
salvo que ayer no sabía cómo era exactamente una selva. Sé que debe sonar
extraño luego de mi gira al invernadero de Tina Barfield, en Central Falls,
pero es cierto. Riddley ya no volvería a tirar los dados allí con Bill Gelb,
eso puedo asegurarlo. El cuarto era ahora una masa densamente condensada de brillantes
hojas verdes y de vides enredadas que subían desde el suelo hasta el techo. En
su interior todavía se alcanzaba a ver algunos destellos de metal y madera —el
balde trapeador, el mango de una escoba— pero eso era todo. Los estantes están
sepultados. Las luces fluorescentes del techo casi no pueden verse. Los olores
que nos asaltaron, aunque agradables, eran casi predominantes.
Y entonces
sobrevino un suspiro. Todos lo oímos. Como una especie de susurrante y exhalada
bienvenida.
Una avalancha de
hojas y tallos cayó a nuestros pies y se extendió por el suelo. Varios
zarcillos serpentearon sobre el linóleo. La velocidad con la que sucedió fue
atemorizante. Si pestañeabas te lo perdías, como pudo haber dicho mi padre.
Sandra gritó, y cuando Herb le pasó los brazos sobre los hombros, a ella no
pareció molestarle en lo más mínimo.
Bill se adelantó
y movió una pierna hacia atrás, con la evidente intención de darle de puntapiés
a las veloces y serpenteantes ramas que salían del armario del conserje. O lo intentó.
Roger lo tomó del hombro.
—¡No lo hagas!
¡Déjala tranquila! —le gritó— ¡No quiere lastimarnos! ¿No puedes sentirlo? ¿No
te lo dice el olor?
Bill se detuvo,
así que supongo que lo sintió. Contemplamos cómo varios zarcillos de hiedra
subían por la pared del corredor. Uno de ellos comenzó a explorar los lados de
acero gris de la fuente de agua, y cuando esta noche abandoné la oficina, la
fuente estaba profundamente enterrada bajo el follaje. Pareciera como si, de
ahora en más, aquéllos de nosotros que quisiéramos tomar agua durante el
transcurso del día, íbamos a tener que ir a comprar Evian a lo de
Smiler's.
Sandra se puso en
cuclillas y extendió una mano, de la forma en que uno podría ofrecerle la mano
a un perro desconocido para que la olfateara. No me gustó verla haciendo eso,
no mientras estuviera tan cerca de la verde avalancha que dejamos salir del
armario del conserje. Bajo su sombra, por así decirlo. Tendí la mano para tirar
de Sandra hacia atrás, pero Roger me detuvo. Tenía una curiosa sonrisita en su
rostro.
—Déjala —me
dijo.
Un zarcillo tan
grueso como una rama se separó del casi sólido grupo de masa verde y pasó a
través de la puerta. Palpitando, se extendió hacia Sandra, pareciendo olfatear
su camino hasta ella. Se deslizó alrededor de su muñeca y ella abrió la boca.
Herb comenzó a adelantarse y Roger lo hizo volver atrás de un tirón.
—¡Déjala sola!
¡Está todo bien! —le dijo.
—¿Puedes
jurarlo?
Los labios de
Roger se apretaron tanto que casi desaparecieron.
—No —respondió
con una vocecita—. Pero lo creo.
—Todo está bien
—dijo Sandra, soñadoramente. Observaba cómo el zarcillo le resbalaba
delicadamente por el brazo desnudo en una espiral verde y marrón, como
acariciándole la piel desnuda mientras lo hacía. Se veía como algún tipo de
serpiente exótica—. Dice que es un amigo.
—Eso es lo que
los conquistadores le dijeron a los indios —agregó Bill, friamente.
—Dice que me ama
—afirmó ella, ahora sonando casi en éxtasis. Contemplamos cómo el extremo del
movedizo zarcillo se deslizaba bajo la corta manga de su blusa. Una pequeña
hoja verde cercana a la punta se metió por debajo y alzó un poco la tela. Era
como ver en acción a un nuevo tipo de fakir
hindú, un encantador de plantas en lugar de un encantador de serpientes—. Dice
que nos ama a todos. Y dice... —Otro zarcillo serpenteó flojamente alrededor de
una de sus rodillas, y enseguida se le deslizó tiernamente por la pantorilla,
como un rollo flojo.
—Dice que uno de
nosotros está perdido —dijo Herb. Miré alrededor y vi que los zapatos de Herb
habían desaparecido. Estaba parado sobre la hiedra, hundido hasta los tobillos.
Roger y yo
caminamos hasta la puerta del armario y nos quedamos allí, con las hojas
rozándonos las pecheras de nuestras chaquetas. Pensé en qué fácil le resultaría
a esa cosa agarrarnos de las corbatas. Un par de buenos tirones, y listo: dos
editores estrangulados con sus propias corbatas. Entonces varios rollos de
hiedra se enroscaron alrededor de mis muñecas como si fueran pulseras
desabrochadas, y todos esos paranoicos y temerosos pensamientos me
abandonaron.
Ahora, sentado en
el escritorio de mi apartamento y aporreando mi vieja máquina de escribir
(fumando una vez más como un horno, lamento decirlo), no logro recordar
exactamente qué fue lo que pasó después... excepto que fue cálido y
reconfortante y algo más que agradable. Fue encantador, como tomar un baño
caluroso cuando te duele la espalda, o como sorber cubitos de hielo cuando
tienes la boca caliente y la garganta seca.
No sé qué es lo
que habría visto un intruso. Probablemente no demasiado, si Tina Barfield dijo
la verdad cuando contó que nadie podría verla salvo nosotros; el intruso
probablemente sólo hubiera visto a cinco editores ligeramente desaliñados,
cuatro de ellos del lado de los juveniles (y a Herb, quien rondando los
cincuenta, parecería joven en una mesa de conferencias en una editorial más
respetable, donde las edades de la mayoría de los editores estarían entre los
sesenta y cinco y la muerte), parados alrededor de la puerta del armario del
conserje.
Lo que nosotros
vimos fue eso. A la planta. Zenith la
hiedra común. Ahora se había extendido (y relajado) alrededor nuestro,
tanteando con sus zarcillos a lo largo del corredor y trepando por las paredes
con sus rizomas, tan ávida y juguetona como un potro al que dejan salir del
establo en una cálida mañana de mayo. Tenía atrapados los dos brazos de Sandra,
tenía mis muñecas, y tenía a Bill y a Herb por los pies. A Roger le había
crecido un verde y flojo collar, y no parecía angustiado en absoluto por
eso.
Lo vimos y lo
experimentamos. Tanto al hecho físico como al tranquilizante efecto mental de
su presencia. El que lo experimentemos de la misma manera nos unió de una forma
que nos convirtió en un coro mental pequeño pero perfecto. Y sí, lo que digo es
exactamente lo que parezco estar diciendo, ya que mientras estuvimos de pie
bajo el poder de todos esos delgados pero resistentes zarcillos, compartimos un
eslabón telepático. Vimos en cada mente y corazón de los demás. No sé por qué
eso me tendría que parecer tan asombroso después de todo lo que había sucedido
—sin ir más lejos, ayer vi a un hombre muerto leyendo un periódico— pero lo
cierto es que me lo parece.
Zenith había
preguntado por Riddley. Parecía tener un interés especial en el hombre que la
había aceptado, le había dado un lugar en el que poder crecer, y el agua
suficiente para permitirle un frágil simulacro de vida. Él (¿ella? ¿eso?) nos
aseguró en nuestro coro de voces que Riddley estaba bien, que Riddley estaba
lejos pero que regresaría pronto. La planta parecía satisfecha. Los zarcillos
que sostenían nuestros brazos y piernas (por no mencionar el cuello de Roger)
se aflojaron. Algunos cayeron al suelo, otros simplemente se retiraron.
—Vamos —dijo
Roger en voz muy baja—. Salgamos de aquí.
Pero durante un
momento nos quedamos allí parados, mirando maravillados. Pensé en lo que nos
dijera Tina Barfield, aquello de que le diéramos a la planta una buena ducha de
DDT cuando termináramos con ella, una vez que ya hubiéramos conseguido lo que
necesitáramos de ella, y por un instante realmente me alegré de que la mujer
estuviera muerta. La perra de corazón frío se
merecía estar muerta, pensé. El hecho de hablar de matar algo que era tan
poderoso e incluso tan obviamente dócil y amistoso... dejando la razón de lado,
es algo enfermizo.
—De acuerdo —dijo
Sandra por fin—. Vamos, muchachos.
—No puedo creerlo
—dijo Bill—. Lo veo pero no lo creo.
Salvo que todos
sabíamos que lo creía. Lo habíamos visto y sentido en su mente.
—¿Qué hacemos con
la puerta? —preguntó Herb—. ¿La dejamos abierta o cerrada?
—No te atrevas a cerrarla —dijo Sandra,
indignada—. Si lo hicieras le cortarías algunas de sus ramitas.
Herb cruzó la
puerta y miró a Bill.
—¿Estás
convencido, O Doubting Thomas?
—Sabes que lo
estoy —dijo Bill—. No sigas insistiendo, ¿de acuerdo?
—Nadie va a
insistir —dijo Roger bruscamente—. Tenemos cosas más importantes que hacer.
Ahora vengan.
Nos llevó de
nuevo hacia la Editorial, alisándose la corbata y acomodándosela bajo el cinturón
mientras se iba. Yo me detuve solo una vez, en la curva del corredor, y miré
hacia atrás. Estaba convencido de que se habría ido, de que toda la situación
había sido algún tipo de alucinación de los cinco sentidos, pero sin embargo
seguía allí, una verde inundación de hojas y un enredado montón pardusco de
vides flexibles, una buena cantidad de ellas arrastrándose ahora por la
pared.
—Asombroso
—susurró Herb a mi lado.
—Sí
—reconocí.
—¿Y toda esa
historia de lo que ocurrió en Rhode Island? ¿Todo eso es cierto?
—Es todo verdad
—asentí.
—Vamos —nos llamó
Roger—. Tenemos mucho de qué hablar.
Empecé a moverme,
pero entonces Herb me tomó del brazo.
—Casi estoy
deseando que el viejo Tripas de Hierro no haya muerto —me dijo— ¿Puedes
imaginarte cómo le haría volar la mente una cosa como esta?
No supe qué
decirle, pero lo estuve pensando bastante, sobre todo lo que tiene que ver con
la nota de Tina Barfield.
Volvimos a la
oficina de Roger, con él detrás de su escritorio, yo en una silla a su lado,
Sandra en su sillón, y Bill y Herb una vez más sentados en la alfombra, con las
piernas estiradas y las espaldas contra la pared.
—¿Alguna
pregunta? —consultó Roger, y todos negamos con la cabeza. Quien lea este diario
—alguien ajeno a estos eventos, en otras palabras— no dudaría en encontrarlo
increíble: ¿cómo pudiera ser, en el nombre de Dios, que no haya preguntas?
¿Cómo pudimos haber evitado perder como mínimo el resto de la mañana
especulando sobre el mundo invisible? ¿O más probablemente el resto del
día?
La respuesta es
muy simple: debido a la mezcolanza de mentes. Habíamos llegado a una mutua
comprensión que pocas personas pueden lograr. Y también está el pequeño hecho
de que tenemos que salvar un negocio —nuestros cupones de comida, si quieres rebajarte
y llamarlo de esa forma. Rebajarse me parece más fácil desde que Ruth me pateó;
quizás mi meticulosidad sea la próxima en abandonarme. Eso espero, de todas
formas. Te diré algo sobre los legendarios cupones de comida, ya que estoy en
el tema. Te preocupan cuando estás en peligro de perderlos, pero no te pones
realmente frenético hasta que estás en peligro de perderlos y además comprendes que a lo mejor
puedes salvarlos. Si es que, es decir, te mueves con la suficiente rapidez y no
te tropiezas. La fatalidad es una acicate. Nunca antes lo supe, pero ahora sí
lo sé.
Y una cosa más
sobre aquello de "que no haya preguntas". La gente puede
acostumbrarse casi a cualquier cosa: a la cuadriplegia, a la caída del cabello,
al cáncer, incluso a descubrir que su querida hija única se unió a los Hare
Krishnas y actualmente está en el Stapleton Internacional con un atractivo
pijama naranja tratando de convertir a los viajantes comerciales. Nos
adaptamos. Una invisible hiedra telepática es sólo una cosa más a la que
acostumbrarse. Tal vez más tarde nos preocupemos por las ramificaciones. Pero
en ese momento teníamos un par de libros en los que trabajar: Los Chistes más Enfermos del Mundo y El General del Diablo.
El único de
nosotros que tuvo problemas en seguir con el programa era Herb Porter, y su
distracción no tenía nada que ver con Zenith la hiedra común. Al menos no en
forma directa. Continuó lanzándole consternadas miradas de reproche a Sandra, y
gracias a la mezcolanza de mentes, supe por qué. Bill y Roger también lo
supieron. Parece que durante el último medio año o cosa así, el señor Riddley
Walker de Bug's Anus, Alabama, ha estado encerando algo más que los pisos aquí
en Zenith House.
—¿Herb? —preguntó
Roger—. ¿Estás con nosotros o en cualquier lado?
Herb miró
sobresaltado alrededor, como un hombre al que despiertan de un sueño ligero.
—¿Huh? ¡Sí! ¡Por
supuesto!
—No creo que lo
estés, no del todo. Y te quiero con
nosotros. La cubierta de la buena de Zenith
se ha llenado de terribles filtraciones, en caso de que no lo hayas notado. Si
queremos impedir que se hunda, necesitaremos que todas las manos se pongan a
trabajar en las bombas. ¿Entiendes lo que quiero decir?
—Lo entiendo
—dijo Herb tétricamente.
Sandra,
entretanto, le echó una mirada que no contenía otra cosa que no sea
perplejidad. Creo que ella sabe lo que Herb sabe (y que todos nosotros
sabemos). Ella no puede entender por qué, en el nombre de Dios, Herb se habría
afligido. Los hombres no entienden a las mujeres, sé que eso es cierto... pero
las mujeres no entienden en lo absoluto
a los hombres. Y si lo hicieran, probablemente
no tendrían mucho que ver con nosotros.
—Bien —dijo
Roger—, supongo que nos dirás que, al menos, algo estarás haciendo con el libro
del General Hecksler.
Para deleite y
asombro de Roger, se había avanzado mucho en la biografía de Tripas de Hierro,
y en un tiempo muy corto. Mientras Roger y yo estábamos en Central Falls, Herb
Porter fue como una pequeña abeja ocupada. No sólo comprometió a Olive Barker
como escritora fantasma de El General del
Diablo, sino que consiguió su solemne promesa de entregar un primer
borrador de sesenta mil palabras en sólo tres semanas.
Sería demasiado
moderado decir que me quedé sorprendido por esta rápida acción. En mi
experiencia anterior, Herb Porter sólo se movía rápidamente cuando Riddley
venía por el pasillo gritando, "Rosquillas de lo de Dey en la cocinita, y
eyas etán muy buenas! ¡Rosquillas de lo de Dey en la cocinita, y eyas etán muy
buenas!"
—Tres semanas,
hombre, no lo sé —dijo Bill, como dudando—. Aún si dejamos de lado su ataque de
apoplejía, Olive tiene aquel problemita.—Hizo el gesto de tragarse un manojo de
píldoras.
—Ésa es la mejor
parte —explicó Herb—. Mademoiselle Barker está limpia, por lo menos de momento.
Va a esas reuniones y todo. Ya sabes que, cuando estaba bien, fue siempre la
más rápida escritora a pedido que tuvimos.
—Y una copiona
honesta, también —dije—. Por lo menos solía serlo.
—¿Piensas que
puede mantenerse limpia durante tres semanas?
—Lo hará —aseguró
Herb de forma severa—. Durante las próximas tres semanas, seré el asistente
personal de Olive Barker. Me llamará tres veces por día. Si llego a oir tan
solo una s arrastrada, me le voy a aparecer con un bombeador de estómagos. Y un
paquete de enemas.
—Oh, por favor —se quejó Sandra, haciendo
muecas.
Herb la ignoró.
—Pero eso no es
todo. Esperen.
Se lanzó hacia
afuera, cruzó el pasillo hacia el glorificado armario que es su oficina (en una
pared tiene una fotografía tamaño póster del General Anthony Hecksler a la que
Herb le tira dardos cuando está aburrido), y regresó con un fajo de papeles. Se
veía extrañamente tímido cuando los puso en las manos de Roger.
En lugar de mirar
el manuscrito —porque por supuesto de eso se trataba— Roger miró a Herb, las
cejas levantadas.
Por un momento
pensé que Herb estaba sufriendo una reacción alérgica, quizás como resultado de
cierta sensibilidad de la piel a las hojas de la hiedra. Entonces comprendí que
se estaba ruborizando. Lo vi, pero la idea todavía me parece extraña, como
pensar en Clint Eastwood sollozando en el regazo de su mamá.
—Es mi informe
sobre el asunto de Veinte Flores
Psíquicas de Jardín —dijo Herb—. Me parece que es bastante bueno, de
verdad. Solamente un treinta por ciento es realmente verídico; nunca agarré a
Tripas de Hierro ni lo puse de rodillas cuando se presentó aquí amenazando con
un cuchillo, por ejemplo...
Bastante cierto,
pensé, si se tiene en cuenta que Hecksler nunca se presentó aquí, por lo que
sabemos, ni una sola vez.
—... aunque le
hace bien a la narración. Yo... estaba inspirado. —Herb bajó el rostro por un instante, como
si la idea de la inspiración lo sacudiera de un modo vergonzoso. Entonces
levantó la cabeza de nuevo y echó una mirada alrededor, mirándonos desvergonzadamente—.
Por otro lado, el maldito chiflado está muerto, y no espero tener problemas por
el lado de su hermana, sobre todo si la traemos a la tienda para ayudar con el
libro y le pasamos un par de cientos para su... bien, llámenlo ayuda creativa. —Roger
estaba pasando las hojas que Herb le había entregado, ignorando este desborde
de verborragia.
—Herb —se
asombró—. Hay... por lo que más quieras, hay treinta y ocho páginas aquí. Eso significa cerca de diez mil
palabras. ¿Cuándo las escribiste?
—Anoche
—respondió, mirando hacia el piso de nuevo. Sus mejillas estaban más encendidas
que nunca—. Te lo dije, estaba inspirado.
Sandra y Bill
parecían impresionados, aunque no tanto como lo estaba yo. Hasta donde sé, sólo
Thomas Wolfe era un hombre de diez mil palabras por día. Por cierto que opaca
mis lastimosos claqueteos en esta Olivetti. Y cuando Roger hojeó las páginas de
nuevo, vi menos de una docena de borrones y tachaduras. Dios, debe haber estado realmente
inspirado.
—Esto es
extraordinario, Herb —dijo Roger, y no había ninguna duda de la sinceridad de
su voz—. Si está bien escrito —y basándome en tus memos y resúmenes tengo
razones para pensar que será asi— éste va a ser el corazón del libro. —Herb se
ruborizó nuevamente, aunque me parece que esta vez de placer.
Sandra estaba
mirando su manuscrito.
—Herb, piensas
que pudiste escribirlo tan rápido... quiero decir, crees que tiene algo que ver
con.... ya sabes...
—Seguramente
—dijo Bill—. Tiene que estar relacionado. ¿No lo crees, Herb?
Yo podía notar
cómo luchaba Herb para obtener todo el prestigio por las diez mil palabras que
iban a formar el nudo dramático de El
General del Diablo, y entonces (juro que es verdad) pude percibir que sus
pensamientos se dirigían hacia la planta, a la espectacular viveza que desplegó
cuando Bill Gelb abrió la puerta de repente y se desparramó fuera del
armario.
—Por supuesto que
fue la planta —admitió—. Quiero decir, tiene que haber sido. Nunca he escrito
algo tan bueno en mi vida.
Y pude imaginarme
quién iba a ser el héroe de la obra, pero mantuve la boca cerrada. En ese tema,
al menos. En otro, creí prudente abrirla.
—En la carta que
me envió Tina Barfield —intervine— decía que cuando nos enteráramos de la
muerte de Carlos, no lo creyéramos. Luego agregó, 'Como la del General.' Se los
repito: 'Como la del General.'
—Eso es pura
mierda —dijo Herb, aunque parecía intranquilo, y mucho del color huyó de sus
mejillas—. El tipo se arrastró por un maldito horno de gas y se aplicó un
funeral vikingo. Los polis encontraron sus dientes de oro, cada uno de ellos
grabado con el número 7, por el 7º Regimiento. Y por si eso fuera poco, también
encontraron el encendedor que le dio Douglas MacArthur. Él nunca lo habría
abandonado. Nunca.
—De modo que
quizá esté muerto —dijo Bill—. Según Roger y John, este tal Keen también estaba
muerto, aunque todavía seguía lo suficientemente vivo como para leer los avisos
de autos usados en el periódico.
—Sin embargo, el
señor Keen sólo tenía el corazón colgándole del pecho —dijo Herb. Habló casi
con indiferencia, como si tener el
corazón colgando del pecho fuera aproximamente lo mismo que arrancarse una uña
con la tapa del baúl del auto—. De tripas de Hierro no quedó nada, salvo
cenizas, dientes, y unos montoncitos de huesos.
—Sin embargo,
está ese asunto del tulpa —le recordó
Roger. Todos nos sentamos alrededor y discutimos ese tema con una calma
absoluta, como si se tratara de la trama del más reciente libro de bichos
gigantes de Anthony LaScorbia.
—¿Qué es un tulpa exactamente? —preguntó Bill.
—No lo sé —dijo
Roger—, pero lo sabré mañana.
—¿Lo sabrás?
—Sí. Porque esta
noche, antes de que te marches a casa, vas a investigar el asunto en la
Biblioteca Pública de New York.
Bill gimió.
—¡Roger, eso no
es justo! Si hay un tulpa de tipo
militar allá afuera, es el tulpa de Herb.
—A pesar de eso,
esta investigación en particular te pertenece —le aseguró Roger, y le echó una
severa mirada a Bill—. A Sandra se le ocurrió el libro de chistes y a Herb el
libro del chiflado. Me debes una inspiración. Y mientras tanto, espero que me
investigues el maravilloso mundo de los tulpas.
—¿Y qué hay con él? —preguntó Bill, enfurruñado. Y me
señaló a mí.
—John también
tiene un proyecto —le respondió Roger—. ¿No es así, John?
—En eso estoy
—repliqué, recordándome de nuevo no irme a casa sin sumergirme en la
polvorienta atmósfera del cuarto del correo, al menos una vez más. Según Tina,
lo que yo había estado buscando estaba en una caja purpúra, en el estante del
fondo, y casi en la esquina.
No, no según
Tina.
Según la
OUIJA.
—Es hora de ir a
trabajar —dijo Roger—, pero quiero hacerles tres sugerencias antes de dejarlos
en libertad. La primera es que se mantengan alejados del armario del conserje,
sin importar cuán atraídos hacia él puedan sentirse. Si el impulso se vuelve
irresistible, hagan lo que hacen los adictos: llamen a alguien que tenga el
mismo problema para hablar sobre eso hasta que pase el impulso. ¿De acuerdo?
Sus ojos nos
barrieron: Sandra sentada una vez más, tan pulcra y remilgada como una novata
en su primera reunión social de mujeres; Herb y Bill lado a lado en el suelo,
el señor Stout y el señor Narrow. Roger me miró por último a mí. Ninguno de
nosotros dijo nada en voz alta, pero Roger igual nos oyó. Así es como están las
cosas en Zenith House. Es asombroso, y la mayor parte del mundo sin duda lo
encontraría abrumadoramente increíble, pero así están. Para bien o para mal. Y
como lo que él oyó era lo que quería escuchar, Roger asintió y se echó hacia
atrás en su sillón, algo más aliviado.
—Segunda
sugerencia. Pueden sentir la necesidad de contarle a alguien fuera de esta
oficina lo que ha ocurrido aquí... lo que está ocurriendo. Les suplico con todo
mi corazón que no lo hagan.
No tiene por qué
preocuparse. No lo haremos, ninguno de nosotros. Es por una cuestión de simple
naturaleza humana el querer confiar un gran y maravilloso secreto a quien
consideras un amigo íntimo, pero éste no es el caso. Y no necesité de la
telepatía para saberlo; lo vi en sus ojos. Y recordé algo bastante desagradable
de mi niñez. Había un chico que vivía en mi misma calle, que de ningún modo
podía considerarse uno de los más simpaticos del mundo; se llamaba Tommy
Flannagan. Era flaco como un riel. Tenía una hermana, tal vez uno o dos años
menor, que era bastante molesta. Y a veces él la perseguía hasta hacerla
llorar, gritándole ¡Tragona, tragona,
tra-tra-tra-gona! No sé si la pobre Jenny Flannagan era una tragona o no,
pero lo que sí sé es que eso es lo que parecíamos nosotros cinco: un grupo de
editores tragones sentados en la oficina de Roger Wade.
Esa mirada me
obsesiona, porque estoy seguro de que también estaba en mi cara. La planta te
hace sentir bien. Emana olores agradables. Su toque no es ni viscoso, ni
repulsivo; se siente como una caricia. Una caricia que ofrece vida. Ahora,
sentado aquí, con los ojos entrecerrados luego de otro largo día (y todavía
tengo algo para leer, si es que alguna vez llego a terminar esta entrada),
desearía poder sentirla de nuevo. Sé que me daría fuerzas y me reanimaría. Y ya
que estamos, algunas drogas también te hacen sentir bien, ¿no es así? Incluso
mientras te están matando, te hacen sentir mejor. Quizá no tenga sentido, quizá
sea una reminiscencia puritana, como una memoria racial, o quizá no. En
realidad no lo sé. Y de momento, supongo que no interesa. Todavía...
Tragona, tragona,
tra-tra-tra-gona.
En la oficina
hubo un momento de silencio y luego Sandra dijo:
—Nadie va
desperdiciar los frijoles, Roger.
Bill:
—Tampoco se trata
nada más que de salvar nuestros empleos en este piojoso molino de pulpa.
Herb:
—Queremos tratar
a ese imbécil de Enders tan mal como lo hizo contigo, Roger. Créenos.
—De acuerdo —dijo
Roger—. Lo que me lleva a la última sugerencia. John ha estado llevando un
diario personal.
Yo casi salté de
mi asiento y empecé a preguntarme cómo lo supo —no se lo había contado—, pero
comprendí que ya no necesitaba hacerlo. Gracias a Zenith, de allí de la región
de Riddley Walker, ahora sabemos mucho sobre cada uno de los otros. Más de lo
aconsejable, probablemente.
—Es una buena
idea —prosiguió Roger—. Les sugiero que todos comiencen a llevar diarios.
—Si realmente
vamos a trabajar en la producción de un nuevo grupo de libros, no voy a tener
tiempo ni para lavarme el pelo
—refunfuñó Sandra. Como si hubiera sido puesta a cargo de la corrección
de un manuscrito recientemente descubierto de James Joyce en lugar de Los Chistes Más Enfermos del Mundo.
—Sin embargo, les
aconsejo encarecidamente que encuentren tiempo para eso —advirtió Roger—.
Escribirlos puede llegar a ser innecesario si las cosas resultan tal como lo
esperamos, pero podrían llegar a ser inestimables si no... bueno, digamos que no tenemos una idea demasiado
clara de con qué fuerzas estamos jugando aquí.
—Él que toma a un
tigre por la cola no se atreve a soltarla —agregó Bill. Lo dijo en una especie
de murmullo malvado.
—Tonterías —dijo
Sandra—. Es sólo una planta. Y es buena. Lo sentí muy intensamente.
—Muchas personas
creyeron que Adolf Hitler era tan sólo una abejita —le dije, con lo que me gané
una cortante mirada de la señorita.
—Sigo volviendo a
lo que dijo Barfield, aquello de que la planta necesita sangre para ponerse
realmente en marcha —dijo Roger—. La sangre del mal o la sangre de la locura. En
realidad no lo entiendo, y no me gusta nada. La idea de que estemos cultivando
una parra vampiro en el armario del conserje...
—Y no sólo en el armario del conserje —agregué
yo, ganándome fieras miradas de Sandra, de Herb, y de Bill, quien más que confundido
se veía inquieto.
—Hasta el momento
no probó sangre de ningún tipo, eso es todo —dijo Roger—. Por ahora las cosas
están sucediendo según nuestros propósitos —se aclaró la garganta—. Creo que
estamos jugando con explosivos de alto riesgo aquí, señores, y en un caso así,
llevar un registro puede llegar a ser conveniente. Notas y apuntes es todo lo
que les estoy pidiendo.
—Es probable que
si alguna vez llegaran a leerse esos diarios en la corte nos hagan terminar en
Oak Cove —dijo Herb—. Allí terminó el chiflado de Tripas de Hierro, por si
alguno lo olvidó.
—Es preferible
Oak Cove que Attica —dije yo.
—Eso es
alentador, John —dijo Sandra—. Es muy alentador.
—No te preocupes,
cariño —dijo Bill, extendiendo la mano y palmeándole un tobillo—. Me parece que
a las damas las envían a Ossining.
—Sí —dijo ella—.
Donde puedo descubrir las delicias de un tonto amor con un jovencito de ciento
treinta kilos.
—Ya está bien,
suficiente —soltó Roger con impaciencia—. Es una precaución, nada más. En
realidad no hay ningún costado oculto en esto. No si andamos con cuidado.
No fue hasta
entonces que comprendí cuán desesperadamente Roger quiere que Zenith House se
recupere, ahora que tiene la oportunidad. Cuánto desea salvar su reputación,
ahora que existe la indudable oportunidad de salvarla. Otra vez recordé a aquel
general conejo gritando, "¡Vuelvan, necios! ¡Los perros no son
peligrosos!"
Opino que, en los
días y semanas por venir, Roger Wade se mantendrá alerta. Los demás también. Y
yo, por supuesto.
Tal vez yo más
que todos.
—Creo que estoy
preparado para unas pequeñas vacaciones en Oak Cove, de todas formas —bromeó
Bill—. Siento como si estuviera leyéndoles las mentes, muchachos, y eso me está
volviendo loco.
Nadie dijo nada.
Nadie necesitó decirlo.
Querido diario,
pasemos al siguiente punto.
Me pasé el resto
del día reanudando mi existencia más o menos normal. Eliminé una larga y
aburrida escena de una fiesta nocturna en la última novela de Viento Flotante de Olive y, atento a la difunta Tina Barfield, admití una escena de sexo rudo
que ciertamente era rudo (en un
momento dado un objeto inanimado es colocado en un dudoso lugar con dudosos y
extasiantes resultados). Rastreé a una consejera culinaria a través de la
Biblioteca Pública de New York, y accedió, por la suma de cuatrocientos dólares
(un lujo que apenas podemos permitirnos) a indagar entre las recetas de Tu Nuevo
Libro de Cocina Astral, de Janet Freestone-Love, para tratar de cerciorarme
de que no hay nada venenoso allí. Habitualmente, los libros de cocina son
máquinas de hacer dinero, incluso los malos, pero poca gente fuera de este loco
negocio entiende que también pueden ser peligrosos; la jodes en algunos
ingredientes y las personas pueden morirse. Parece absurdo, pero pasa. Fui a
almorzar con Jinky Carstairs, quien está novelando la obra de lesbo-vampiros de
mierda con la que estamos atrancados (hamburguesas en Hamburguesas Cielo, como
ya he dicho) y luego del trabajo
tomé un trago con Rodney Slavinksy, que escribe los westerns de Coldeye Denton
bajo el seudónimo de Bart I. Straight. Los Coldeyes no lograron gran cosa en el
mercado americano, pero por alguna razón encontraron su público en Francia,
Alemania, y Japón. Nosotros tenemos esos derechos. Tragón, tragón.
Antes de la
reunión con Rodney —que es un cowboy gay, compadre— volví al cuarto del correo,
y para llegar allí tuve que caminar sobre un retorcido tapete de ramas y tallos
de hiedra. Todavía se puede pasar sin verte obligado a pisar ninguna, por lo
que estoy agradecido. Lo último que necesitaba a las tres de la tarde era el
dolorido grito de una hiedra psíquica sufriendo un mal caso de aplastamiento de
los dedos del pie.
En su mayor
parte, Zenith parece estar creciendo por la pared, a ambos lados del cubículo
del conserje, creando un complejo modelo de verdes y marrones, a través del que
se asoma, en agradables modelos geométricos, el empapelado color crema de la
pared. Aunque en esta ocasión no le escuché suspirar, podría jurar que le oí
respirando, calurosa, profunda y placenteramente, justo por debajo del límite
de la capacidad auditiva. Y de nuevo había un aroma, esta vez no a café pero sí
a madreselva. Ese olor también me produce cariñosos recuerdos de la niñez;
tienen que ver con la biblioteca donde pasé muchas horas felices, cuando era
chico. Y cuando caminé a su lado, un ramal de hiedra se extendió y me tocó la
mejilla. Y no fue nada más que un
toque. Fue una caricia. Una gran cosa que he descubierto acerca de llevar un
diario: si en otra parte no lo soy, sí puedo ser sincero aquí, y en este caso
lo suficientemente sincero como para reconocer que ese frondoso contacto me
hizo pensar en Ruth, que me tocaba justo de esa manera.
Me quedé
absolutamente tranquilo mientras ese delicado tallo se deslizaba por mi sien,
me exploraba una ceja, y luego se retiraba. Antes de que lo hiciera, tuve un
pensamiento muy claro, y sé positivamente que vino de Zenith en lugar de mi
propia mente:
Encuentra la caja púrpura.
La encontré,
exactamente donde Barfield —o su tabla Ouija— dijo que estaría, en el estante
del fondo, casi en la esquina, detrás de un par de enormes mailers atiborrados
de cartas. Es el tipo de caja en la que viene el papel para mecanografiar de
mediana calidad. El que la envió —un tal James Saltworthy de Queens— lo único
que hizo fue cerrar la caja con cinta y colocar una calcomanía de envío sobre
el logotipo de RAGLAND BOND. Su dirección está ubicada en la esquina superior
izquierda, en otra calcomanía. Me resulta sorprendente que los del correo
aceptaran semejante paquete y lo enviaran aquí, pero lo hicieron, y ahora es
todo mío. Sentado en el suelo del cuarto del correo, oliendo a polvo y a
madreselva, rompí la cinta y levanté la tapa de la caja. Dentro había una copia
de unas aproximadamente cuatrocientas páginas, según estimo, debajo de un
título que decía:
EL ÚLTIMO SOBREVIVIENTE
Por James Saltworthy
Y en la esquina
inferior:
Derechos Norteamericanos en venta
Agente literario: Yo mismo
Aprox. 195,000 palabras
También había una
carta, dirigida de esta forma: AL EDITOR, O A QUIENQUIERA QUE DEVUELVA ESTAS COSAS AL LUGAR
DE DONDE PROCEDEN. Al igual que hice con la carta de Tina Barfield, la he agregado aquí.
No voy a criticarla ni analizarla, y probablemente no haya ninguna razón para
hacerlo, en absoluto. Los escritores que han estado intentando publicar sus
libros por un largo periodo de tiempo —cinco años, a veces diez, y una vez en
toda mi experiencia quince años completos que abarcaron diez novelas inéditas,
tres de ellas muy extensas— comparten un tono similar que podría describir como
una delgada chaqueta de cínica autocompasión extendida sobre un charco de
desesperación creciente y, en muchos casos, histeria. En mi imaginación, que
probablemente sea demasiado gráfica, estos tipos siempre se parecen a mineros
que de algún modo lograron sobrevivir a un terrible hundimiento, gente que está
atrapada en la oscuridad y gritando ¿Hay
alguien allá afuera? ¿Por favor, hay alguien allí? ¿Pueden oírme?
Lo que pensé
cuando devolví la carta al sobre fue que si alguna vez hubo un nombre que
sonara como perteneciente a un escritor, ese nombre era James Saltworthy. Mi
siguiente pensamiento consistió simplemente en devolver la caja a su lugar y
abandonar cualquier cosa que estuviera bajo la página del título, ya fuera
buena o mala, hasta llegar a casa. Pero hay una pequeña Pandora en la mayoría
de nosotros, creo, y no podía resistir echarle un vistazo. Y antes de que lo
comprendiera, ya estaba leyendo las primeras ocho o nueve páginas. Se lee tan
fácil, tan naturalmente. No puede ser tan bueno como parece serlo, lo sé, o no
estaría aquí. Y hay una parte de mí que todavía me susurra al oído que no puede
ser cierto. Él es su propio agente, y los escritores que hacen eso son como
abogados defendiéndose a sí mismos: tienen a tontos como clientes.
Las páginas que
leí eran lo bastante buenas como para que estuviera impaciente por leer el
resto desde que salí de la oficina; mi mente sigue volviendo a Tracy Nordstrom,
el encantador psicópata que aparentemente va a ser el personaje principal de
Saltworthy. Hay una guerra desarrollándose en mi cabeza; a un lado los
ejércitos de la Esperanza, los del Cinismo en el otro. Presiento que este
conflicto va a resolverse en las dos horas que median entre ahora y la
medianoche, cuando lo termine de leer. Pero antes de abandonar la silla de la
máquina de escribir en la cocina para ir a mi silla de lectura en la sala de mi
departamento, debo agregar algo más. Cuando me puse de pie con la caja púrpura
de Saltworthy bajo el brazo, noté que Zenith la hiedra común había atravesado
la pared entre el armario del conserje y la sala de correo, al menos en tres
docenas de lugares. Hay diez estantes de acero montados en esa pared, simples
cosas grises utilitarias que ahora están vacías por completo; los limpié en mi
orgía de trabajo post-Ruth, sin encontrar nada ni remotamente publicable. En la
mayoría de los casos no se trata de incompetencia —son narraciones aburridas y
de prosas torpes— sino de un sincero analfabetismo. No uno sino varios de los
manuscritos que llenaron esos estantes grises se garabatearon con lápiz.
Pero dejemos eso
de lado. Lo importante aquí es tan sólo que pueda ver esa pared, porque las
pilas mezcladas de cajas, de bolsas y mailers, han desaparecido. Ahora el
empapelado color crema está perforado por una galaxia de estrellas verdes. En
muchos casos las puntas de las ramas de la hiedra recién han empezado a
penetrar, pero en otros, los largos y frágiles enramados ya se deslizaron a
través de ella. Están creciendo a lo largo de los vacíos estantes de acero,
encontrándose, retorciéndose, subiendo, descendiendo. En otras palabras,
marcando el nuevo territorio. La mayoría de las hojas todavía están
herméticamente plegadas, como criaturas durmiendo, pero algunas ya han empezado
a abrirse. Tengo la fuerte sospecha de que dentro de una o dos semanas, un mes
a lo sumo, la sala del correo va a estar tan repleta de Zenith como lo está ahora
el cubículo de Riddley.
Lo que me lleva a
una pregunta divertida aunque absolutamente válida: ¿dónde vamos a poner a
Riddley cuándo regrese? ¿Y qué será, exactamente, lo que él haga?
Es suficiente. Es
la hora de ver qué es lo que hay en la caja de James Saltworthy.
2 de abril de 1981
Querido Dios. Oh
mi Dios querido. Me siento como alguien que arrojó la línea de pescar en un
pequeño arroyo rural y enganchó a Moby Dick. Incluso llegué a marcar los
primeros cinco dígitos del número de Roger Wade antes de darme cuenta de que
son las malditas dos de la mañana. Tendrá que esperar, pero no sé cómo haré
para esperar. Me siento a punto de explotar. Nombres y títulos de libros
continúan dando vueltas por mi cabeza. El
Desnudo y el Muerto, de Norman Mailer. El
Condado de Raintree, de Ross Lockridge. Peyton Place, de Grace Metalious. El Padrino, de Mario Puzo. El Exorcista, de William Peter Blatty. Tiburón, de Peter Benchley. Diferentes
clases de libros, diferentes tipos de escritores, algunos buenos, otros sólo
competentes, pero todos ellos creadores de una especie de relámpago
embotellado, de historias que millones de personas no pueden dejar de leer. El Último Sobreviviente de Saltworthy
encaja perfectamente en ese grupo. No tengo ninguna maldita duda al respecto.
No creo que haya encontrado una Obra Maestra, pero sé que he encontrado La
Próxima Gran Cosa.
Si dejamos que
esto se nos escape, me voy a pegar un tiro.
No.
Caminaré hasta el
armario de Riddley y le pediré a Zenith que me estrangule.
Dios mío, qué
libro increíble. Qué historia increíble.
19 de febrero de 1981
Redacción
y/o Personal de correo
Zenith House
490 Park Avenue South
New York, NY 10017
AL EDITOR, O A QUIENQUIERA QUE DEVUELVA
ESTAS COSAS AL LUGAR DE DONDE PROCEDEN,
Mi nombre es James Saltworthy, y soy el
autor del albatros adjunto. Cuando escribí la novela El Último Sobreviviente, en 1977, estaba ambientada cinco años en
el futuro, ¡y por Dios que ahora el futuro ya casi está aquí! Me resulta un
poco gracioso. Esta novela, que fue revisada por mi esposa y mi departamento de
dirección (enseño 5º grado de inglés en Nuestra Señora de la Esperanza, en
Queens), fue enviada a un total de veintitrés editores. Probablemente no
debería estar contándole esto, pero ya que Zenith House es la parada final de
este manuscrito en lo que ha sido un largo y extremadamente lento paseo en tren
hacia ninguna parte, he decidido "dejar que siga cayendo," como
solíamos decir por allá por los sexi años sesenta, cuando todos creíamos que
teníamos en nuestro interior como mínimo una gran novela.
Puedo suponer que en algunas de las
casas editoriales que El Último
Sobreviviente visitó —como una especie de inoportuno pariente político del
que tienes que librarte lo antes posible— realmente fue leído (parcialmente leído podría ser una mejor
manera de describirlo). De Doubleday llegó la respuesta "Estamos buscando
una ficción más optimista." ¡Animo! De Lippincott: "La escritura es
buena, los personajes son desagradables, la narración francamente
increíble." ¡Mazel tov! De Putnam vino aquel viejo favorito:
"Nosotros ya no aceptamos material que llegue sin un agente
literario". ¡Hurra! Agentes; el primero que tuve se me murió; tenía
ochenta y un años y estaba senil. El segundo era un estafador. El tercero me
dijo que amaba mi novela, y luego ofreció venderme algún Amway.
Estoy adjuntando 5 dólares para la
estampilla de retorno. Si usted quiere utilizarlos para devolverme la historia
luego de no haber podido terminar de leerla, está bien. Si quiere usarlos para
comprarse un par de cervezas, todo lo que puedo decirle es ¡Alegría! ¡Mazel
tov! ¡Hurra! Mientras tanto, advierto que Rosemary Rogers, John Saul, y John
Jakes siguen vendiendo mucho, así que supongo que la literatura americana está
andando bien y marchando valientemente hacia el siglo 21. ¿Quién necesita a
Saltworthy?
Me pregunto si se podrá hacer algo de
dinero escribiendo manuales de enseñanza. Por cierto que no se hace demasiado
enseñando a alumnos de quinto, cuando algunos portan sevillanas y venden drogas
a la vuelta de la esquina. Supongo que ellos no le creerían eso a Doubleday,
¿no es así?
Cordialmente,
Jim
Saltworthy
73
Aberdeen Road
Queens, New York 11432
Del Contestador Automático de la Oficina de Roger
Wade, 2 de abril de 1981
3:42 A.M.: Hola, usted se ha comunicado con Roger
Wade en Zenith House. En este momento no puedo tomar su llamada. Si se trata de
facturas o de contabilidad, tiene que llamar a Andrew Lang de la Corporación
Apex de América. El número es 212-555-9191. Pregunte por la División
Publicaciones. Si quiere dejarme un mensaje, espere la señal. Gracias.
Roger, soy John,
tu viejo compañero de safari de Central Falls. Te estoy llamando a las cuatro
de la mañana del 2 de abril. Hoy no iré a trabajar. Acabo de terminar de leer
el más increíblemente jodido libro de mi vida. Dios santo, jefe, siento como si
alguien me hubiera atado al cerebro en un maldito trineo con cohetes. Tendremos
que ser muy astutos; el libro tendrá que ser de tapa dura, un verdadero lanzamiento con pitos y maracas y, como
sabes, Apex no tiene ninguna casa que publique en tapa dura. Como la mayoría de
las compañías que irrumpen en el negocio del libro, no tienen ni idea de nada.
Pero nosotros estamos en una situación mejor. Nosotros tenemos una maldita
pista. ¿Quién crees que pueda ser la mejor editorial en tapa dura? ¿Y en cual
confías? Si perdemos los derechos de bolsillo de este libro durante el proceso
de conseguirle un editor de tapa dura a Saltworthy, me mataré. Yo
3:45 A.M.: Hola, usted se ha comunicado con Roger
Wade en Zenith House. En este momento no puedo tomar su llamada. Si se trata de
facturas o de contabilidad, tiene que llamar a Andrew Lang de la Corporación
Apex de América. El número es 212-555-9191. Pregunte por la División
Publicaciones. Si quiere dejarme un mensaje, espere la señal. Gracias.
John el
charlatán, hasta en la maldita máquina contestadora, ¿no, Roger? Ni siquiera
puedo recordar de qué te estaba hablando. Es que estoy mareado. Me voy a la
cama. No sé si lograré dormirme. Si no puedo, quizá vaya a trabajar, de todas
formas. ¡Probablemente en mis putos pijamas! [Risas] Si no, lo primero que haga el viernes será un Informe del
Manuscrito, ¿está bien? Por favor no dejes que la caguemos, Roger. Por favor.
Bien, me voy a acostar.
3:48 A.M.: Hola, usted se ha comunicado con Roger
Wade en Zenith House. En este momento no puedo tomar su llamada. Si se trata de
facturas o de contabilidad, tiene que llamar a Andrew Lang de la Corporación
Apex de América. El número es 212-555-9191. Pregunte por la División
Publicaciones. Si quiere dejarme un mensaje, espere la señal. Gracias.
Jesús, Roger.
Nada espera hasta leer a este hijo de puta. Tan solo espera.
3:50 A.M.: Hola, usted se ha comunicado con Roger
Wade en Zenith House. En este momento no puedo tomar su llamada. Si se trata de
facturas o de contabilidad, tiene que llamar a Andrew Lang de la Corporación
Apex de América. El número es 212-555-9191. Pregunte por la División
Publicaciones. Si quiere dejarme un mensaje, espere la señal. Gracias.
Si alguien
llegara a hacerle algo a esa planta, se muere. ¿Me captas? El muy maldito... se
muere.
ZENITH
HOUSE, INFORME DEL MANUSCRITO
EDITOR: John
Kenton
FECHA: 3 de abril de
1981
TÍTULO
DEL MANUSCRITO: El Último Sobreviviente
NOMBRE
DEL AUTOR: James Saltworthy
FICCIÓN/NO
FICCIÓN: F
ILUSTRACIONES: N
AGENTE: Ninguno
DERECHOS
OFRECIDOS: El autor ofrece los norteamericanos, pero no sabe de qué está
hablando.
RESUMEN: Esta novela se
sitúa en el año 1982, pero fue escrita originalmente en 1977. Para mantener la
intención del escritor, el tiempo tendría que ser cambiado por lo menos a 1986,
1987, o a cinco años desde el momento de su publicación.
La premisa básica
es insólita y excitante. Una cadena televisiva que no anda demasiado bien con
las mediciones de rating (el autor la llama EUA, Emisora Unida de América, pero
se parece a la CBS) propone una extraordinara idea para un show de juegos. Se
dejan veintiséis personas en una isla desierta, donde deben sobrevivir durante
seis meses. Tres camarógrafos especializados están entre los competidores. De
hecho, cada competidor tiene un "trabajo" en la isla, y los
camarógrafos tienen que entrenarlos en el uso del equipo. Otros rivales son
"granjeros," "pescadores," "cazadores," y así sucesivamente.
La idea es que cada semana y durante veintiséis, los oponentes agrupados deben elegir por votación a la
persona que abandone la isla. El primer desterrado gana un dólar. El segundo
gana diez. El tercero gana cien. El cuarto gana quinientos. Y el último
sobreviviente se lleva nada más que un millón. Sé que esta idea suena poco
creíble, pero Saltworthy realmente nos hace creer que semejante programa podría
estar en el aire algún día, si una red se encontrara lo suficientemente
desesperada por los ratings (y si tuviera el suficiente mal gusto, pero en las
cadenas de TV eso nunca ha sido un problema).
Lo que hace
brillante a la historia es la delineación de personajes que Saltworthy imagina.
Los espectadores de la tele ven a los oponentes de formas muy simples —la Joven
Madre Buena, el Atleta Alegre, el Viejo Insociable, la Viuda Cruel Pero
Religiosa. Por debajo, sin embargo, ellos son sumamente complejos. Y uno de
ellos, un joven y atractivo camionero llamado Tracy Nordstrom, es en realidad
un peligroso psicópata quien es capaz de hacer cualquier cosa con tal de
ganarse el millón de dólares. En una escena intensamente organizada a comienzos
del libro, él le envenena la comida al Viejo Insociable, sustituyendo hongos
alucinógenos por los inofensivos que recogió una de las granjeras, una dulce
ex-hippie que está angustiada porque comprendió su error y que luego intenta
suicidarse (cosa que la red oculta, ya que El
Último Sobreviviente se ha vuelto un hit monstruoso). Irónicamente,
Nordstrom es el más aceptado de los oponentes, tanto por todos los demás de la
isla como por la gran audiencia televisiva. (Saltworthy logró que este lector
creyera que semejante show pudiera volverse una obsesión nacional.)
Sólo una persona,
Sally Stamos (la Joven Madre Buena), sospecha cuán maligno es Tracy Nordstrom
en realidad. Con el tiempo Nordstrom comprende que ella está en su contra, y se
propone silenciarla. ¿Podrá Sally convencer a los demás sobre lo que está
sucediendo? ¿Volverá ella alguna vez con sus hijos?
Saltworthy
elabora el suspenso como un auténtico profesional, y ya no pude abandonar el
libro... ni volver las páginas con la suficiente velocidad. La novela finaliza
con una gran tormenta que logra lo que hasta entonces no había sido más que una
cínica ilusión de la TV: los oponentes están aislados de todo, auténticos
náufragos en lugar de fingidos. Lo que tenemos aquí es un híbrido de muy buena
calidad entre Y Entonces No Hubo Nadie
y El Señor de las Moscas. No quiero
agregar la conclusión en este resumen; necesita ser leído y saboreado en la vívida
prosa del autor. Sólo déjame decirte que es tan chocante que todos los editores
que lo leyeron hasta ahora soltaron el libro como si fuera una patata caliente.
Pero funciona, y creo que el público americano que pudo aceptar los horrores
sobrenaturales de El Bebé de Rosemary y
los criminales de El Padrino lo
recibirá con los brazos abiertos, lo recomendará a sus amigos, y hablará sobre
él durante años.
RECOMENDACIÓN EDITORIAL: Tenemos que publicarlo. Es
la mejor y más comercial novela inédita que alguna vez haya tenido el placer de
leer. Si hay un libro que podría poner a una editorial en carrera, es
éste.
John Kenton
de EL LIBRO
SAGRADO DE CARLOS
SAGRADO
MES DE ABRA (Entrada #77)
El
momento casi ha llegado. Las estrellas y los planetas están casi alineados,
alabado sea Demeter. BIEN, puesto que mi tiempo es corto. Me deshice de la
perra traidora de la Barfield, el hechizo funcionó y el avión cayó. Ya no tengo
problemas por ese lado, alabado sea Abbalah, pero al final ella igual me traicionó.
La perra ladrona tomó mi Talismán (en realidad era un Pico de Búho). He buscado
por todas partes pero mi Pico desapareció. Apostaba a que ella lo tenía en el
bolsillo cuando el avión se estrelló. ¡Quemado! ¡¡Nada más que CENIZAS!! Con mi
Protección desaparecida, mi Tiempo es corto. No importa, de todas formas ya
estoy harto de ser Carlos. Llegó el momento de la fase siguiente pero primero
me libraré de Soretito Kenton. ¡Yo REALMENTE te enseñaré qué SIGNIFICA el
rechazo, so Judas! Deja que la planta cuide del resto de ellos cuando llegue la
Sangre Inocente.
He
estado por los alrededores del barrio donde trabaja Kenton. Son casi todos
edificios de oficinas, excepto por el pequeño mercado que está cruzando la
calle. Hay una vagabunda vieja y loca afuera. Una Mujer con una Guitarra. La
toca casi tan mal como Soretito Kenton revisa libros. ¡Ja! Pensé en utilizarla,
como Sangre Inocente, pero también es Loca, así que no sirve. "No puedes
trabajar la madera si la madera no trabaja" como me decía el señor Keen.
Un hombre sabio a su manera.
Se
ven unos pocos "regulares" más en la calle. Un tipo que vende relojes
y chucherías en una mesa plegable. No significa un problema, pero el fin de
semana sería lo más conveniente. Encontraré una manera de entrar, lo más
adecuado será hacerme pasar por alguien que esté "haciendo algunas horas
extras". Subiré furtivamente a sus oficinas y abandonaré la farsa cuando
ellos se despidan hasta el lunes por la mañana. Planeo cortarle la garganta a
Soretito Kenton con el Sagrado Cuchillo de los Sacrificios. Si es posible, le
arrancaré el corazón. Cuando su sangre fluya por mis manos podré morir feliz,
alabado sea Abbalah, alabado sea Demeter. ¡Salvo que no moriré! Sólo me
desplazaré hasta el siguiente nivel de existencia.
¡VEN
GRAN DEMETER!
¡VEN
VERDE!
SAGRADO
MES DE ABRA (Entrada #78)
Debo
tener cuidado con una cosa. Continúo teniendo sueños sobre "El
General". Quién es "El General." Por qué él piensa en los
supositorios. Por qué él piensa en el Jugo Señalado. Qué es el Jugo Señalado.
Quizás una bebida sagrada como la perdición del grosellero o leche de nuez
moscada. No lo sé. Siento peligro. Entretanto he encontrado un hotel barato a
unos 3 bloques de Z.H. Ya no puedo esperar. 1. Podría llamar la atención. 2. No
puedo seguir soportando a la Vagabunda que toca la Guitarra. Alguien debería
enroscarle la guitarra alrededor del cuello. Muchacho, toca como la mismísima
mierda. ¡Quizá sea John Kenton disfrazado! Jaaaa jaaaaa jaaaa.
El
fin de semana casi está aquí. Las sentencias y tribunales ya casi han llegado.
Kenton, cabeza de mierda, usted pagará por rechazarme el libro y por enviar a
la Policía a por mí.
Quién
es "El General." Quién será.
No
interesa. El fin de semana casi está aquí.
¡VEN
VERDE!
Del Diario de Sandra Jackson
3 de abril de
1981
No he llevado un
diario desde que era una chica de once años, cuando tenía pechos como chichones
de mosquito y una vida amorosa que consistía en suspirar por Paul Newman y
Robert Redford con mis amigas Elaine y Phyllis, pero aquí va. Voy a pasar a
escribir sobre la planta, ya que estoy segura de que John y Roger habrán
tratado el tema de manera bastante completa (habiendo leído algunos de los
memos de John, probablemente DEMASIADO completa). Mucho de lo que TENGO que
decir, por lo menos en esta entrada, es de naturaleza personal, por no decir de
naturaleza sexual. ¡Ya no soy esa niñita, como puedes ver! Durante mucho tiempo
estuve pensando duramente sobre si debo anotar esto, hasta que finalmente dije
"¡por qué no!" En todo caso, probablemente nunca lo lea nadie excepto
yo, y aun cuando alguien lo lea, ¿con eso qué? ¿Se supone que deba avergonzarme
por mi sexualidad en general, o por mi atracción por el mortalmente guapo
Riddley Walker en particular? Creo que por ninguno de los dos casos. Soy una
mujer moderna, me escucho rugir, y no veo ninguna razón para estar avergonzada
de a. mi intelecto b. mis ambiciones de trabajo (que van mucho más allá que el
agujero del culo conocido como Zenith House, créeme) o c. mi sexualidad. Verás,
no tengo miedo de mi sexualidad; no de hablar sobre ella, y ciertamente tampoco
de confesar mucho más que el ocasional paseo por el parque. Todo esto se lo
dije ayer a Herb Porter cuando me enfrentó. El solo recordarlo me fastidia
(pero también me hace reír, tengo que reconocerlo). Como si él tuviera el
DERECHO de enfrentarme. Yo ser Tarzan, tú Jane, y éste ser cinturón de
castidad.
Herb entró en mi
oficina a eso de las diez y cuarto, sin pedir permiso, cerró la puerta, y
simplemente se quedó allí de pie, mirándome ceñudo.
—Entra, Herb
—dije yo—, y por qué no cierras la puerta para que podamos hablar en
privado.
No intentó ni
siquiera la insinuación de una sonrisa. Él sólo siguió mirándome malhumorado.
Pienso que se suponía que yo debía sentirme aterrada. Por cierto que Herb
Porter es lo bastante grande como para aterrar; él debe medir un metro noventa
y pesar unos cien kilos, y debido a su color oscuro (ayer por la mañana estaba
tan rojo como el costado de un camión de bomberos, y no estoy exagerando ni un
poquito), me preocupa un poco su presión sanguínea y su corazón. También habla
fuerte, aunque yo andaba por los alrededores cuando comenzó a llegar el correo
de odio del General Hecksler, y esas cartas acobardaron a Herb. De la misma
forma se comportó el miércoles, cuando John sugirió que, contrario a todas las
evidencias, el General Hecksler AÚN puede estar vivo.
—Te has estado
revolcando con Riddley —denunció Herb. Probablemente debía suponerse que eso
sonara como la acusación de un profeta del Viejo Testamento, pero surgió en un
inexpresivo graznido seco. Se quedó parado junto a la puerta, abriendo y
cerrando las manos. Con su traje verde y la cara roja, parecía un anuncio
navideño en el infierno—. ¡Te has estado revolcando con el maldito CONSERJE!
La semana pasada
eso habría bastado para sacarme de mis casillas, pero las cosas han cambiado
por aquí desde entonces. Creo que tomará algo de tiempo acostumbrarse al Nuevo
Orden. De lo que estoy hablando es de TELEPATÍA, mi estimado y pequeño diario.
Por supuesto. PES. Percepción Extra Sensorial. Definitivamente. LECTURA DE LA
MENTE. No hay ninguna duda. En otras palabras, supe lo que Herb tenía en mente
desde el instante en que cruzó la puerta, y eso anuló el alcance del
susto.
—¿Por qué no me
cuentas el resto? —pregunté.
—No tengo ni idea
de qué estás hablando. —Ya estaba hablando con aquel fanfarroneo marca Herb
Porter.
—Sí que la tienes
—le aseguré—. El hecho de que esté jodiendo con el conserje te molesta mucho
menos que el hecho de que esté jodiendo con el conserje NEGRO. Un GUAPO
conserje negro.
Esos fueron los
primeros jodiendo. Ya los tenía en
marcha. Debería sentirme avergonzada al decirte cuánto lo disfruté, diario,
pero no lo estoy.
—El hecho es,
Herbert —dije yo— que lo hace como un semental. Semejante equipo no es
propiedad única de los negros, al contrario de lo que piensan los bulos
racistas, pero algunos hombres, blancos o
negros, saben usar lo que Dios y la genética les ha dado. Riddley lo hace. Y
ameniza una barabaridad un pesado día en este basurero, créeme.
—¡No puedes...
¡No puedo... ¡Él no es... —Luego siguió balbuceando. Pero, gracias al
mencionado Nuevo Orden en la vieja Zenith House, ya no hay más frases a medias
por aquí. Para mejor o para peor, cada pensamiento se termina. Lo que yo no
podía oír con mis oídos podía escucharlo en mi mente.
¡No puedes. . .
HACER ESTO!
¡No puedo . . .
PERMITIRLO!
¡Él no es . . .
UNA PERSONA COMO NOSOTROS!
Como si Herb
Porter, el Republicano Enfurecido, fuera MI tipo de persona. (Lo es, por
supuesto, de algunas formas importantes: a. es un editor b. ama los libros c.
está compartiendo la extraña experiencia de Vivir Con La Hiedra.)
—Herb —dije.
—¿Qué pasa si te
pescas una enfermedad? —expuso Herb—. ¿Qué pasa si le habla a sus amigos de tí,
cuándo están sentados bebiéndose sus CIs?
—Herb —dije.
—¿Y qué pasa si
tiene el hábito de la droga? ¿O amigos delincuentes? ¿Y si...
Y hubo algo de
dulzura al final de esa frase, algo que hizo que el corazón se me derritiera un
poco. Para ser un Republicano racista, Herb Porter no es realmente un mal
tipo.
¿Y si . . . ES
MALO PARA TÍ?
Así fue como
acabó la última frase, y después de eso Herb solo se quedó allí de pie con los
hombros caídos, mirándome.
—Ven aquí —le
dije, dándole unas palmaditas al sillón que está detrás de mi escritorio. Yo
tenía para revisar alrededor de mil millones de chistes podridos sobre bebés
muertos, sobre monjas ninfómanas, y sobre europeos estúpidos ("Anuncio del
Servicio Público Polaco: ¡Son las diez! ¿Sabe usted que hora es?"), pero en ese momento me sentí muy cerca
de Herb. Sé cuán extraño puede parecerle esto a John, que probablemente cree
que Herb Porter es de otro mundo (del Planeta Reagan), pero Herb no lo es. Herb
Porter no es más que un jodido Terrícola.
¿Sabes qué pienso
en realidad? Creo que la telepatía lo cambia todo.
Absolutamente
TODO.
—Escúchame
—le aclaré—. Lo primero que quiero decirte es que es más probable que Riddley se
pezque algo de mí que yo de él. Según mi opinión, él es la persona más
saludable de esta oficina. Por cierto que está en forma. La segundo es que él
es como nosotros más de lo que tú piensas. Está trabajando en un libro. Lo sé
porque un día vi uno de sus anotadores. Estaba en su escritorio, y lo
espié.
—¡Imposible!
—exclamó Herb—. ¡La idea del CONSERJE escribiendo un LIBRO... sobre todo el
conserje de ESTE LUGAR... !
—La tercera cosa
es que dudo muchísimo que él se siente a beber sus CIs con sus amigos. Riddley
tiene un maravilloso departamentito en Dobbs Ferry, una vez tuve el privilegio
de estar allí, y no creo que en ese barrio sean muchos los que se emborrachen.
—A mí me parece
que la dirección de Riddley en Dobbs Ferry es una ficción por conveniencia
—dijo Herb con su más pomposa voz de
oh-querida-parecería-que-tengo-un-palo-en-el-culo—. Si te llevó a algún lugar
de allí, dudo muchísimo que se tratara de SU lugar. En cuanto al supuesto
libro, ¿cómo empezaría una novela de Riddley Walker? ¿' Vente pa'cá, que quiero
conta'te una i'toria?'
Si bien aquello
fue extremamente desagradable, lo dijo con muy poca malicia. Gracias a Zenith,
cuya consoladora atmósfera tiene saturadas completamente nuestras oficinas,
supe que lo que Herb realmente sentía entonces era una aturdida sorpresa... e
insuficiencia. Creo que su mente subconsciente ha sido consciente durante mucho
tiempo de que hay más en Riddley de lo que se ve a simple vista. Además tengo
razones para creer que Herb y la insuficiencia van juntos, como el caballo y el
carro, como dice la canción. Al menos hasta ayer. Ésa es la parte a la que
estoy llegando.
—La última cosa
es esta —le dije (tan suavemente como pude)—. Si Riddley es malo conmigo,
tendré que arreglarlo con él. Y puedo hacerlo. Lo he hecho antes. Ya no soy una
niña, Herb. Soy una mujer adulta. —Y luego agregué:— También sé que has estado
entrando aquí cuando estoy en otra parte y has estado olfateando el asiento de
mi sillón. Realmente creo que esto tiene que terminar, ¿no te parece?
Todo el color
desapareció de su rostro, y por un momento creí que iba a desmayarse. Tengo la
impresión de que la telepatía pudo haberlo salvado. Así como supe que él
entraría para acusarme, él supo —aunque con sólo unos pocos segundos
de anticipación— que ahora soy consciente de su pequeña manía. De modo que lo
que dije no fue como si se le precipitara desde un cielo azul totalmente despejado.
Empezó a jadear
de nuevo, un poco de color le volvió a la cara... y luego simplemente se
marchitó. Eso hizo que me sintiera mal por él. Cuando los tipos como Herb
Porter se marchitan, no resultan una vista agradable. Imagina una medusa
abandonada sobre la playa.
—Lo siento —dijo,
y se volvió para irse—. Lo siento mucho. Hace un tiempo que sé que tengo...
ciertos problemas. Supongo que es hora de buscar ayuda profesional. Mientras
tanto me mantendré alejado de tu camino tanto como sea posible, y te
agradecería que te mantengas fuera del mío.
—Herb —lo
llamé.
Él tenía una mano
en el tirador de la puerta. No salió, pero tampoco se dio vuelta. Percibí tanto
esperanza como miedo. Dios sabe que él también lo percibió, viniendo de
mí.
—Herb —lo llamé
de nuevo.
Nada. El pobre
Herb simplemente se quedó allí con los hombros hundidos casi hasta las orejas,
y yo con la certeza de que intentaba duramente no llorar. Las personas que se
ganan la vida leyendo y escribiendo pueden ser muchas cosas, pero ninguna de
ellas es ser inmune a la verguenza.
—Date vuelta —le
dije.
Herb permaneció
de pie durante un interminable momento, preparándose para la prueba, y luego
hizo lo que le pedí. En lugar de llorar o ponerse pálido, le habían aparecido
tres manchas tan brillantes que parecían rouge, una en cada mejilla y otra
corriéndole por la frente en una gruesa línea.
—Tenemos mucho
trabajo para hacer por aquí —dije— y el que pase esto entre nosotros no
ayudará. —Le estaba hablando con mi voz más tranquila y razonable, pero estaría
mintiendo si no dijera que también sentía una cosquillas de excitación
agradablemente sucias en el estómago. Tengo cierta idea de lo que Riddley
piensa de mí, y aun cuando no esté completamente en lo cierto, tampoco está
absolutamente equivocado; admito que tengo ciertos caprichos bastante bajos.
Bien, ¿y qué hay con eso? Algunas personas comen tripas durante el desayuno. Y
todo lo que puedo hacer es remitirme a los hechos. Uno de ellos es este: algo
en Sandra Georgette Jackson se interesó por Herb lo suficiente como para
inspirar varias expediciones secretas de olfatear asientos. Y eso me ha encendido. Hasta ayer nunca pensé
en mí como alguien del tipo Eula Varner, pero...
—¿De qué estás
hablando? —preguntó Herb ásperamente, aunque esas manchas de rojo se estaban
extendiendo, desvaneciéndole la palidez. Él sabía perfectamente de qué estaba
hablando. Bien podíamos estar llevando carteles alrededor de nuestros cuellos
que dijeran ¡CUIDADO! ¡TELEPATÍA TRABAJANDO!
—Creo que
necesitamos llegar más allá que esto —dije—. De eso es de lo que estoy
hablando. Si sirve de ayuda el que tengas algo conmigo, entonces estoy dispuesta.
—¿Algo así como
ingresar a uno nuevo en el equipo, eh? —dijo. Estaba intentando sonar
sarcástico e indecente, pero no me engañó. Y él supo que no me había engañado.
Todo me resultaba
delicioso, en una extraña forma.
—Llámalo whatcha
wanna —dije—, pero si estás leyendo mi mente tan claramente como yo estoy
leyendo la tuya, sabes que éso no es todo. Estoy... digamos que estoy
interesada. Me siento aventurera.
Todavía
intentando sonar indecente, Herb dijo:
—Digamos que
tienes ciertos apetitos, ¿no? Jugar al camionero y la autostopista con Riddley,
por ejemplo. O molestar al charlatán de tu compañero Herb Porter.
—Herb —le dije—
¿piensas quedarte allí hablando durante el resto del día, o quieres hacer
algo?
—Es tan solo que
tengo cierto problema —dijo Herb. Se mordisqueaba el labio inferior, y noté que
estaba bañado en sudor. Yo estaba encantada. ¿Crees que eso sea muy malo?—. Se
trata de un problema que afecta a los hombres de todo las edades y de todos los
estilos de vida. Es...
—¿Es más grande
que una caja de pan, Herb? —dije con mi tono más tímido.
—Bromea todo lo
que quieras —dijo Herb malhumoradamente—. Las mujeres pueden hacerlo, porque
tan sólo tienen que quedarse allí quietas y tomarlo. Hemingway tenía mucha
razón.
—Sí, cuando les
llega la Dolencia del Pito Flácido, un buen número de eruditos literarios
parecen creer que Papa escribió el libro —dije, ahora en mi tono más perverso.
Herb, sin embargo, no me prestó atención. No creo que haya hablado sobre la
impotencia en toda su vida (los Auténticos Hombres no lo hacen), pero aquí
estaba, fuera del armario y bien vestido de gala para una noche en el
pueblo.
—Este pequeño
problema, del que tantas mujeres parecen pensar que es divertido, me ha
arruinado la vida —dijo Herb—. Arruinó mi matrimonio, en primer lugar.
Yo pensé: no sabía que estabas casado, y su
pensamiento regresó en seguida, llenando mi cabeza en un instante: Fue hace mucho tiempo, antes de que
terminara en este agujero de mierda.
Nos miramos
fijamente, bien grandes los ojos.
—Guau —dijo
él.
—Sí —dije—.
Sigue, Herb. Y aun cuando no esté hablando en nombre de todas las mujeres, ésta
en particular nunca en su vida se ha burlado de la impotencia.
Herb continuó, un
poco más tranquilo.
—Lisa me dejó
cuando yo tenía veinticuatro años, porque no podía satisfacerla como mujer.
Nunca la odié por eso; ella dio lo mejor de sí durante dos años. No debe haber
sido nada fácil. Desde entonces, creo que lo he logrado... ya sabes, unas... quizá tres veces. —Pensé en
aquello y mi mente flaqueó. Herb afirma tener cuarenta y tres, pero gracias a
nuestro PES hiedra-inducida, sé que tiene cuarenta y ocho años. Su esposa lo
abandonó en busca de pastizales más verdes (y de penes más tiesos) media vida
atrás. Si él sólo tuvo tres relaciones sexuales exitosas desde entonces, eso
significa que consiguió ponerla cada vez que Neptuno le da una vuelta al sol.
Ay, querido, querido, querido.
—Hay una buena
razón médica para esto —dijo él, con mucha seriedad—. De los diez años a los
quince —mis años de desarrollo sexual— fui repartidor de diarios, y...
—¿Ser un diariero
te hizo impotente? —pregunté.
—¿Podrías estar
callada durante un minuto?
Hice el gesto de
una cremallera cerrándome los labios y me acomodé en mi sillón. Disfruto de una
buena historia tanto como cualquiera; casi no he visto tantos en Zenith
House.
—Yo tenía una
bicicleta Raleigh de tres velocidades —comenzó Herb—. Al principio estaba todo
bien, y entonces, un día mientras estaba estacionada detrás de la escuela,
algún agujero del culo vino y le sacó el asiento. —Herb hizo una pausa,
dramáticamente—. Ese agujero del culo me arruinó la vida.
Tal cual, pensé yo.
—Aunque —continuó
Herb —el miserable de mi padre también tendría que cargar con parte de la
culpa.
Suficiente culpa como para andar repartiendo, pensé. Todos consiguen ayuda salvo uno.
—Escuché eso
—dijo ásperamente.
—Estoy segura de
que lo hiciste —dije yo—. Sólo continúa con tu historia.
—La bicicleta
estaba evidentemente arruinada, pero ¿acaso me compró ese miserable una
nueva?
—No —respondí—.
En lugar de una nueva bicicleta, el miserable te consiguió un asiento
nuevo.
—Así es —dijo
Herb, en este punto demasiado inmerso en su propia narración como para
comprender que yo estaba robando todas sus mejores líneas directamente de su
cabeza. Lo cierto es que Herb ha estado contándose esta historia durante muchos
años. Para él, Mi Papá Arruinó Mi Vida
Sexual es algo tan cierto como Los
Demócratas Estropearon la Economía y Liberen
A Los Adictos Y Termina El Problema De La Droga En América—. La tienda de
bicicletas no tenía un asiento de Raleigh, y ¿podía mi padre aguardar a que
llegara uno? Oh no. Yo tenía diarios para entregar. Además, el asiento sin
marca que el tipo le mostró era diez dólares más barato que el repuesto de
Raleigh del catálogo. Por supuesto, también era mucho más pequeño. De hecho, era un asiento de bicicleta para pigmeos. Este pequeño triángulo cubierto
de vinilo que se te clavaba justo hasta... bien...
—Justo hasta el fondo —le dije, queriendo ser útil (también queriendo volver a
trabajar en algún momento antes del cuatro de julio).
—Así es —dijo—.
Justo hasta el fondo. Durante casi
cinco años rodé por Danbury, Connecticut, con ese maldito asiento de bicicleta
pigmea clavándose en la región más delicada del cuerpo de un joven muchacho. Y
mírame ahora. —Herb levantó los brazos y luego los dejó caer, como para indicar
en qué lastimosa y arruinada criatura se había convertido. Lo cual es bastante
cómico, cuando uno considera el tamaño que tiene—. En la actualidad mi idea de
una experiencia física significativa con una mujer consiste en bajar al Landing
Strip, donde le podría poner un billete de cinco dólares en la tanga a una
bailarina.
—Herb —dije—.
¿Logras ponerla dura cuando haces eso?
Él se envaró, y
yo vi una cosa interesante: Herb tenía una condenadamente buena justo entonces. ¡Hubba, hubba!
—Ésa es una
asquerosa pregunta personal, Sandra —dijo con un tono de voz grave y pesado—.
Demasiado personal.
—¿Logras ponerla
dura cuando te masturbas?
—Déjame contarte
un secretito —dijo—. Hay jugadores de básquetbol que pueden lanzar desde el
centro de la cancha, hacer nada más que red hasta que termina la práctica y
suena el timbre. Pero luego cada tiro es un ladrillazo.
—Herb —dije yo—,
déjame contarte un secretito. La historia del asiento de bicicleta ha estado
dando vueltas desde que se inventaron las bicicletas. Antes de eso eran las
paperas, o quizá una mirada de reojo de la bruja del pueblo. Y no necesito
telepatía para conocer la respuesta a las preguntas que he estado haciendo.
Tengo ojos. —Y los dejé caer justo en la zona debajo de su cinturón. Para
entonces parecía que tuviera una media de buen tamaño escondida allí.
—No dura mucho
—me dijo, y en ese instante pareció tan triste que yo también me sentí triste.
Los hombres son criaturas frágiles, y cuando lo entiendes, descubres que son
como auténticos animales en una jaula de vidrio—. Una vez que comienza la
acción, el Sr. Johnson prefiere ver la vida desde el último escalón. Donde
nadie llama la atención y nadie lo saluda.
—Estás atrapado
en un círculo vicioso —dije—. Todos los hombres que sufren de impotencia
crónica lo están. No puedes levantarla porque tienes miedo de no ser capaz de
hacerlo, y tienes miedo de no ser capaz porque...
—Gracias, Betty
Freidan —interrumpió—. Lo que pasa es que hay una gran cantidad de causas
físicas de impotencia. Probablemente algún día haya una píldora que solucione
el problema.
—Probablemente
algún día haya Holiday Inns en la luna —dije yo—. Y mientras tanto, ¿no te
gustaría hacer algo un poco más interesante que olfatear el asiento de mi
sillón?
Él me miró
desdichadamente.
—Sandra —dijo,
sin ningún rastro de su acostumbrado fanfarroneo—, no puedo. Simplemente no
puedo. Lo he hecho bastantes veces —he intentado
hacerlo, mejor dicho— como para saber lo que sucede.
Entonces me vino
la inspiración... aunque no creo que
haya que darle el crédito a él. Las cosas han cambiado por aquí. Nunca pensé
que me alegraría llegar a la oficina, pero creo que durante el resto del año
vendré corriendo en ropa interior con tal de llegar temprano. Porque las cosas
han cambiado por aquí. Destellos que nunca hasta el momento imaginé me han dominado la mente (y
otras partes, también)
—Herb
—le ordené—. Quiero que vayas al cubículo de Riddley. Quiero que te quedes allí y
que mires la planta. Y más importante aún, quiero que hagas cuatro o cinco
inhalaciones muy profundas; aspirándolas bien, hasta el fondo de tus pulmones.
Quiero que efectivamente huelas esos olores tan agradables. Y luego vuelve aquí
en seguida.
Miró inquieto a
través del cristal de mi puerta. John y Bill estaban allí afuera, hablando en
el pasillo. Bill vio a Herb y le hizo un pequeño ademán.
—Sandra, si
fuéramos a tener sexo, no me puedo ni imaginar que tu oficina fuera un
lugar...
—Deja que yo me
ocupe de eso —dije—. Tan sólo vete allí, y haz unas profundas inspiraciones. Y
luego regresa. ¿Lo harás?
Él lo pensó, y
luego asintió renuentemente. Empezó a abrir la puerta, luego miró atrás.
—Valoro que te
preocupes por mí —dijo—, y más aún si se tiene en cuenta que te hice pasar
semejante momento. Solo quería decírtelo.
Pensé en decirle
que la generosidad no forma una parte demasiado importante de la naturaleza de
Sandra Jackson —mi motor ya se estaba recalentando para ese entonces— y decidí
que probablemente él ya lo sabía.
—Sólo véte —le
dije—. No tenemos todo el día.
Cuando se hubo
ido, saqué mi bloc y garrapateé una nota en él: "El cuarto de señoras del
sexto piso suele estar desierto a esta hora del día. Estaré allí los próximos
veinte minutos o así con la falda levantada y la bombacha baja. Un hombre de
firme corazón (o algo firme) podría
acopmpañarme". Hice una pausa, luego agregé: "Un hombre de mediana
inteligencia como así de firme corazón podría echar esta nota al canasto antes
de partir hacia el sexto piso."
Subí al seis,
donde el baño de mujeres casi siempre
está vacío (se me cruzó por la mente que quizás hoy por hoy no haya ninguna
empleada en ese piso del 490 de Park Avenue South), entré en el excusado del
fondo, y me quité ciertas prendas. Entonces esperé, no muy segura de lo que
pudiera pasar a continuación. Y eso es lo que quiero decir. El alcance de
cualquier telepatía que pudiera haber en las oficinas del quinto piso de Zenith
House es aún más corto que el de una estación de FM universitaria.
Pasaron cinco
minutos, luego siete. Cuando ya me había convencido de que él no vendría,
rechinó la puerta al abrirse, muy cautelosamente, y una voz muy anti-Porter
susurró:
—¿Sandra?
—Ven aquí, al
último —dije yo —y apresúrate.
Llegó y abrió la
puerta del excusado. Decir que parecía entusiasmado sería subestimarlo. Y ya no
parecía como si tuviera una media abultándole la parte delantera de los
pantalones. Para entonces se veía más bien como un martillo de albañil de buen
tamaño.
—Gee —le dije,
extendiendo la mano para tocarlo—, a lo mejor el efecto de aquel asiento de
bicicleta finalmente se te pasó.
Él empezó a
tironear de su cinturón. Se le escapaba entre los dedos. Resultaba un poco cómico,
pero también muy dulce. Le aparté las manos y lo hice yo misma.
—Rápido —jadeó—.
Oh, rápido. Antes de que se me baje.
—Este muchacho no
se va a ninguna parte —dije, aunque en realidad tenía en mente cierto sitio de
almacenaje a corto plazo—. Relájate.
—Fue la planta
—dijo—. El olor... oh Dios mío, el olor... aromatizado y oscuro, de algún modo... de la misma forma en que siempre imaginé
que olerían los campos en aquel condado sobre el que escribió Faulkner, el del
nombre que nadie puede pronunciar... ¡oh Sandra, por Cristo, la siento como si
fuera un tronco!
—Cállate e
intercambiemos los lugares —dije—. Tú te sientas y yo...
—Al diablo con
eso —dijo, y me alzó. Él es fuerte —mucho más fuerte de lo que hubiera
imaginado— y practicamente antes de que supiera lo que estaba pasando, ya
estábamos en carrera.
En cuanto a
carreras de este tipo, no fue ni la más larga ni la más rápida en la que alguna
vez haya participado, pero no estuvo nada mal, sobre todo considerando que Herb
Porter la puso por última vez para la época de la renuncia de Nixon, si es que
no me mintió. Cuando finalmente me la puso, había lágrimas en sus mejillas. Y
no sólo eso: antes de salir él: a. me agradeció y b. me besó. Yo no soy muy
apegada a los ideales románticos, soy más del estilo Dorothy Parker ("las
muchachas buenas van al cielo, las muchachas malas van a todos lados"),
pero la ternura me cautiva. El hombre que se marchó delante mío (haciendo una
pausa en la puerta y comprobando ambos caminos antes de salir) parecía muy
diferente del hombre que vino furtivamente a mi oficina con un lastre en las
pelotas y una astilla en el hombro. Ése es el tipo de juicio que sólo el tiempo
puede confirmar, y yo sé muy bien que, por lo general, luego del sexo los
hombres se convierten exactamente en los mismos hombres que eran antes del
sexo, pero tengo esperanzas en Herb. Y nunca quise cambiarle la vida; todo lo
que pretendí fue apartar de entre nosotros tanta mierda como pudiera, para que
podamos trabajar como un equipo. Hasta esta semana, nunca entendí cuánto quería
a este trabajo. Cuánto deseaba que este trabajo fuera un éxito. Si chupársela a aquellos cuatro tipos de Times Square al
mediodía contribuyera a que eso sucediera, iría corriendo hasta Game Day en la
calle 53 y me compraría un par de rodilleras.
Me pasé el resto
del día trabajando en el libro de chistes. Qué sucio en su concepto, qué
escabroso en su ejecución... y qué éxito va a ser en una Norteamérica que
todavía desea la pena de muerte y que cree en secreto (no todos, pero apostaría
a que un importante número de ciudadanos) que Hitler tuvo una buena idea con
las eugenesias. No escasean estos asquerosos tipos de espíritu malvado, pero lo
verdaderamente raro es cuántos chistes estoy inventando yo misma. ¿Qué cosa es
roja y blanca y tiene problemas para doblar las esquinas? Un bebé con una
jabalina atravesada en la cabeza.
¿Qué cosa es
pequeña, marrón, y crepita? Un bebé en una sartén.
Una pequeña se
despierta en el hospital y dice, "¡Doctor! ¡No puedo sentir mis piernas!"
a lo que el doctor contesta, "Eso es normal en los casos en que amputamos
los brazos."
Estoy siendo
grosera por mi propia inventiva. La pregunta es, ¿es mía? ¿O estoy recibiendo estas ideas del mismo lugar donde Herb
Porter hizo su nuevo alquiler de vida sexual?
No importa. El
fin de semana ya casi está aquí. Aparentemente va a ser caluroso, y si es así
voy a irme a Cony Island con mi sobrina favorita, en nuestro rito anual de
primavera. Un par de días alejada de este lugar puede ayudar a poner todas los
asuntos en perspectiva. Y tengo la deuda con Riddley la semana próxima. Espero
poder consolarlo en este momento de duelo tanto como me sea posible.
Escribir un
diario personal me recuerda lo que el viejo Doc Henry dijo luego de darme la
inyección antitetánica cuando tenía diez años: "¿Viste, Sandra, que no era
tan terrible?"
Para nada. Para
nada.
de la oficina del editor en jefe
A: John
FECHA 3/4/81
MENSAJE: En cuanto terminé
de leer tu Informe del Manuscrito hice dos llamadas. La primera fue a ese
astuto joven empresario y magnífico tipo, Harlow Enders. Le arrojé un globo de
prueba, comentándole sobre un posible libro de tapa dura editado por Zenith
House, y a pesar de usar una frase que pensé que atraería su presunta
imaginación (si te lo estás preguntando, fue "El Suceso de la
Publicación"), él en seguida me lo tiró abajo. La razón que planteó fue
que no tenemos la infraestructura necesaria para publicar en tapa dura, ni en
Zenith ni en el inmenso mundo de Apex Corporation, aunque ambos sabemos bien de
qué se trata. El auténtico problema es la falta de confianza. Bien, perfecto,
okay.
La segunda
llamada fue a Alan Williams, el editor en jefe de Viking Press. Williams es uno
de los mejores en el mercado, y ahorra tu sucia ("¿Entonces cómo lo
conoces?") pregunta. La respuesta es: del torneo de pelota-paleta del New
York Health Club, donde los dioses del azar nos reunió hace tres años. Desde
entonces jugamos de vez en cuando. Alan dice que si la novela de Saltworthy es
tan buena como aseguras que lo es, entonces quizás podamos cerrar un trato de
tapa blanda-a-dura, con Viking lanzando la versión en tapa dura y Zenith la de
bolsillo. Sé que no es precisamente lo que pretendíamos, John, pero considéralo
de la siguiente manera: ¿alguna vez en tu vida creiste que podría llegar el día
en que publicaríamos la edición de bolsillo de un libro de Viking Press? ¿El
pequeño Zenith? Y en cuanto al cínico señor Saltworthy, creo que se podría
decir que le ha cambiado la suerte, y con creces. Podríamos haberle girado
20,000 dólares, y eso sólo si hubiéramos logrado subir entusiástamente a Enders
a bordo. Con Viking como compañero, somos capaces de anotarle a este tipo un
adelanto de 100,000 dólares. Ése es mi sueldo de casi cuatro años.
Williams quiere
ver el manuscrito. Tan pronto como sea posible. Llévale tú mismo una copia a
sus oficinas de Madison Avenue. Pónle un título que diga algo como LA ÚLTIMA
ESTACIÓN, por John Oceanby. Discúlpame por tanta capa y espada, pero Williams cree
que es necesario, y yo también.
Roger
PD: Hazme una
copia para que pueda llevármelo a casa para leerlo durante el fin de semana,
¿de acuerdo?
memorándum
de oficina
A: Roger
DE: John
REF: "LA ÚLTIMA ESTACIÓN," por "John Oceanby"
¿Quiere decir que
pusiste todo esto en movimiento sin leer
el libro? Eso me quita la respiración.
John
de la oficina del editor en jefe
A: John
FECHA: 3/4/81
MENSAJE: Eres mi hombre,
John. Puede que de vez en cuando hayamos tenido nuestras diferencias, pero
nunca, ni una sola vez, he dudado de tu juicio editorial. Si dices que éste es
el libro, entonces lo es. Con respecto a eso, la hiedra no hace la diferencia.
Eres mi hombre. Y aunque probablemente no necesite decírtelo, lo haré: nada de
contactar a James Saltworthy hasta que tengamos noticias de Alan Williams.
¿Estamos?
Roger
memorándum
de oficina
A: Roger
DE: John
REF: Voto de confianza
Decir que estoy
conmovido por tu confianza en mí no lo describe adecuadamte, jefe. Sobre todo
después de la metida de pata con Detweiller. Lo cierto es que estoy sentado
aquí en mi escritorio y fastidiosamente cerca de lloriquear sobre el papel
secante. Todo será como tú dices. Mis labios están sellados.
John
PD: ¿Sabías, no,
que Saltworthy ya le debe haber
enviado el libro a Viking?
de la oficina del editor en jefe
A: John
FECHA: 3/4/81
MENSAJE: Primero, nada de
andar lloriqueando sobre el secante; los secantes cuestan dinero, y, como ya
sabes, ahora todos los gastos deben remitirse a la compañía semana a semana (si
necesitáramos otra señal de que El Final Se Acerca, por cierto que ésa lo es).
Llora en tu cesto... o vete al antiguo cuarto de Riddley y riega a la planta
con tus agradecidas lágrimas.
(Sí, sé perfectamente
bien que nadie le está prestando la más mínima atención a mi firme
recomendación de que nos mantengamos alejados de la hiedra. Supongo que podría
ponerlo por escrito, pero no sería más que una pérdida de tinta. Especialmente
si se tiene en cuenta que yo mismo he estado allí una o dos veces, respirando
profundamente y obteniendo inspiración.)
Segundo, ¿cómo
puedes llamar al asunto de Detweiller una metida de pata, considerando cómo
resultaron las cosas? Harlow Enders y Apex no tienen forma de saber que estamos
preparados para doblar la esquina hacia un glorioso futuro, ¡pero nosotros sí
lo sabemos!
Tercero, Alan
Williams registró los archivos allí. El
Último Sobreviviente supuestamente fue leído (o examinado, o quizás sólo lo
cambiaron del sobre en el que llegó al que lo devolvieron) y rechazado en
noviembre de 1978. El editor que lo rechazó fue un tal George Flynn, que dejó
la editorial hace un año para poner su propio negocio de impresión en Brooklyn.
Según AW, y lo cito, "George Flynn tenía las antenas editoriales de un
nabo."
Cuarto, no le des
el manuscrito a LaShonda. Haz tú mismo las copias, y recuerda lo del título falso.
Quinto (estoy
dispuesto a un quinto, créeme), por favor no más memos, por lo menos hasta la
tarde. Se que dije "todo por escrito" de aquí en adelante, pero me
está empezando a doler la cabeza. Recibí uno de Bill que ni siquiera he
mirado.
Roger
memorándum
de oficina
A: Roger
DE: Bill Gelb
REF: Posible Bestseller
Nos pediste
ideas, y se me acaba de ocurrir una que podría servir, jefe. Me cruzé hasta lo
de Smiler's hoy a la mañana temprano (una advertencia: esa estúpida mujer con
la guitarra todavía está enfrente;
espero que si llega a rehabilitarse e institucionalizarse, el juez la
envíe a una escuela de música) y revisé su stand de libros de bolsillo. Lo
tiene bastante bien surtido (es decir, muchos Libros de Bolsillo, Signets,
Avons, Bantams, y nada de Zeniths Houses, excepto por un polvoriento ejemplar
de Viento Flotante que publicamos
hace 2 años). Conté cinco libros de no ficción, que trataban sobre los aliens
y/o platillos voladores, y seis sobre
las inversiones en el mercado accionario de la Era Reagan. Mi idea es:
supongamos que combinamos ambos temas.
En esencia, el
concepto es el siguiente: un accionista es raptado por pequeños hombrecitos
grises, al que primero le leen las ondas cerebrales, le extraen sangre de sus
cavidades nasales, y le sondean el ano; material standard, en otras palabras:
si-estás-allí te-hacen-eso. Pero luego, para recompensarlo por las molestias,
ellos le brindan información accionaria basada en su conocimiento seguro del
mercado, obtenido en viajes al futuro más rápidos que la luz. La mayor parte
sería material zen como "Nunca construyas tu túmulo con ladrillos viejos"
o "Las estrellas antiguas ofrecen la mejor navegación." Toda esta
mierda estaría condimentada, sin embargo, con algunos consejos más prácticos
como "Nunca vendas bajo en un mercado en alza" y "A la larga, el
poder y las pequeñas acciones siempre suben." Podríamos llamarlo Inversión Alienígena. Sé que al
principio la idea parece un poco chiflada, pero ¿quién habría imaginado que
pudiera existir un exitoso bestseller llamado El Zen y el Arte del Mantenimiento de las Motocicletas?
Incluso tengo un
escritor en mente: Dawson Postlewaite, más conocido como Nick Hardaway, el
mismísimo Macho Man. El mercado accionario es el hobby de Dawson (mierda, es su
manía, que lo mantiene pobre y por esa razón en nuestro establo) y creo que
hasta lo haría gratis.
¿Qué te parece? Y
siéntete libre de decirme que estoy chiflado, si eso es lo que piensas.
Bill
de la oficina del editor en jefe
A: Bill Gelb
FECHA: 3/4/81
MENSAJE: No creo que estés
chiflado. No más que el resto de nosotros, en definitiva. Y es un gran título,
es casi un tómalo-y-échale-un-vistazo garantizado en un stand de libros de
bolsillo. Por el momento, Inversión
Alienígena tiene luz verde. Casi puedo ver en la tapa una fotografía de la
Bolsa de Valores con un extraterrestre en el medio, disparando rayos cósmicos
(verdes, como el color del dinero) desde sus grandes ojos negros. Pon a
trabajar en seguida a Postlewaite. Sé que tiene fecha límite para Fresno Firestorm, pero veré que consiga
la prórroga necesaria.
R.
¡MIENTRAS
ESTABAS FUERA!
Llamada
de Riddley Walker
Para
Roger Wade
Fecha
3 de abril de 1981
Hora
12:35 PM
MENSAJE
Riddley volverá el miércoles o el jueves de la semana próxima. Solucionar los
asuntos de su madre le tomó mucho más tiempo del que pensaba; tiene
dificultades con su hermano y hermana. Especialmente con la hermana. Le pide
que riegue usted la planta pero que no le diga a J. Kenton que está haciéndolo.
Dice "la hiedra hace q'el muchacho se ponga mucho nervioso."
Signifique lo que signifique.
Mensaje
tomado por LaShonda
Del Diario Personal Grabado de Roger Wade, Cassette
1
Hoy es viernes
tres de abril. Por la tarde. Bill Gelb ha propuesto una idea. Y es muy buena,
para colmo. No me sorprende. Dado todo lo que está pasando, el esplendor que
tenemos por aquí casi es una conclusión previsible. Cuando volví del
almuerzo... con Alan Williams... qué tipo macanudo es, y no lo digo porque me
haya invitado a Onde's, un lugar que arruinaría mi magra cuenta de gastos del
mes... pero en fin, cuando volví observé una cosa divertida. Bill Gelb estaba
sentado en su oficina con los dados rodando sobre el escritorio. Estaba
demasiado concentrado como para notar mi presencia. Los hacía rodar, anotaba
algo en uno de esos blocs legales en miniatura, luego los hacía rodar de nuevo,
y luego otra anotación. Desde ya, todos nosotros sabemos que él tira los dados
con Riddley en cada oportunidad en que puede hacerlo, pero Riddley está en
Alabama y no regresará hasta mediados de la semana próxima. ¿Así que para qué
lo estaría haciendo? ¿Para no perder la práctica? ¿Estaría probando algún nuevo
método? Todos los jugadores tienen sus propios métodos, ¿no? Sólo el diablo lo
sabe. Él tuvo una gran idea... Inversión
Alienígena... y que merece un poco de tiempo del editor excéntrico.
Herb Porter se ha
pasado todo el día con una sonrisa grande y tonta en el rostro. Está siendo
realmente agradable con la gente. ¿A
qué, en el nombre de Dios, puede deberse? Como si yo no lo supiera,
niuck-niuck-niuck.
Pero no interesan
ni Bill ni Herb. Tampoco importan los muslos calientes de Sandra. Tengo otra
cosa más interesante en la que reflexionar. Cuando volví del almuerzo había un
aviso rosa de los de MIENTRAS ESTABAS FUERA sobre mi escritorio. Riddley llamó
y LaShonda tomó el mensaje. Dice que no regresará hasta el próximo miércoles
por lo menos, porque solucionar los asuntos de su madre le está llevando mucho
más tiempo del que supuso. Pero ésa no es la parte interesante. LaShonda
escribió, y yo la cito, "Tiene dificultades con su hermano y hermana.
Especialmente con la hermana". ¿Es posible que Riddley le contara eso?
Ellos nunca parecieron particularmente amigables, de hecho siempre he tenido la
impresión de que LaShonda considera que Riddley está muy por debajo de ella,
quizá porque cree en el acento de Amos'n Andy... a pesar de que es un poco
dificil de tragar. Aunque más que nada creo que se debe a que él viene a
trabajar con su desgastado guardapolvo gris y ella siempre se presenta vestida
como para un nueve... y algunos días como para un diez.
No, no creo que
Riddley le contara algo sobre tener
problemas con sus hermano y hermana. Creo que L. simplemente... lo supo. Zenith no llega hasta el área de
recepción; hasta ahora el ajo parece estar funcionando y la planta se está
extendiendo principalmente en la otra dirección... hacia el extremo del pasillo
y la ventana que mira hacia el pozo del edificio... aunque su influencia puede haber alcanzado el área
de recepción.
Creo que LaShonda
le leyó la mente. Se la leyó a través de dos mil quinientos kilómetros de
comunicación telefónica. E incluso sin saberlo. Tal vez esté equivocado
pero...
No, no estoy
equivocado.
Porque le estoy leyendo la mente, y lo sé.
[Pausa de cinco segundos en la cinta]
Uauu, Jesús.
Jesucristo, esto
es grande.
Ésto es
jodidamente grande.
Del Diario de Bill Gelb
3/4/81
Aunque esta noche
esté en mi departamento, mi mente ya está pensando en Paramus, New Jersey, en
la noche de mañana. Allí los sábados hay una partida de poker que dura toda la
noche, con apuestas bastante altas, vinculada con la Hermandad Italiana, si es
que entiendes lo que quiero decir. Por lo que oído, el juego es de Ginelli
(pertenece al grupo de la mafia que es dueño de Four Fathers, a dos manzanas de
aquí). Sólo he pasado por allí un par de veces y perdí hasta la camisa en ambas
ocasiones (y pagué, también; con los señores italianos no se jode), aunque
tengo el presentimiento de que esta vez las cosas van a cambiar.
Hoy, en mi
oficina, luego de que R.W. le diera el visto bueno a mi idea del libro (Inversión Alienígena va a vender 3
millones de copias por lo menos, no me preguntes cómo lo sé pero así es), saqué
mis dados del cajón del escritorio donde los guardo y empecé a tirarlos. Al
principio apenas le prestaba atención a lo que hacía, pero luego lo estudié
algo más de cerca y, mierda santa, no pude creer lo que estaba viendo. Me
conseguí un block de contaduría y anoté los cuarenta resultados de cuarenta
tiradas.
Treinta y cuatro
sietes.
Seis onces.
Ningún ojo de
serpiente, ni un solo vagón. Ni siquiera un solo punto.
Ensayé el mismo
experimento aquí en casa (de hecho, tan pronto como atravesé la puerta), no muy
seguro de que funcionara porque la telepatía no se extiende más allá del quinto
piso del 490 Park. Lo cierto es que puedes sentir como se agota cada vez que
bajas (o subes) en el ascensor. Se escurre como agua vaciéndose por un
fregadero, y te deja una sensación de tristeza.
Sin embargo, esta
noche, tirando cuarenta veces los dados en la mesa de mi cocina salieron veinte
sietes, seis onces, y catorce "puntos"; en otras palabras,
combinaciones que suman tres, cuatro, cinco, seis, ocho, nueve, y diez. Ningún
ojo de serpiente. Ningún vagón. La suerte no es tan poderosa lejos de la oficina,
pero veinte sietes y seis onces son bastante asombrosos. Lo más sorprendente de
todo es que no me salió crap ni una sola
vez, ni en el 490, ni tampoco aquí en casa.
¿Andaré así de
bien con las cinco cartas cuando esté del otro lado del Hudson, o mucho mejor
todavía?
Sólo hay una
forma de averiguarlo, nene. Esperar hasta mañana por la noche.
Apenas puedo
creer lo que está pasando, pero no existe la más mínima duda de que realmente
está sucediendo. Roger sugirió que nos mantengamos apartados de la planta, y eso sí que fue una broma. Lo mismo
podría haber insinuado que la marea no sube, o que Harlow Enders no es un
pelotudo. (Enders es un fanático de Robert Goulet. Lo único que tienes que
hacer para saberlo es observarlo).
Me encontré
vagando hacia el armario de Riddley una o dos veces por hora, durante todo el
día, tan sólo para tomarme un buen respiro aclarador de cerebro. A veces huele
como palomitas de maíz (el Teatro Nordica, donde me toqué por primera vez... no
le conté esa parte a los demás aunque, dadas las actuales circunstancias, estoy
seguro de que ya deben saberlo), otras veces huele a césped recién cortado,
otras como Aceite Wildroot Crème, que es lo que yo siempre quería que el
barbero me aplicara en el pelo como toque final cuando no era más que un
muchacho. En varias ocasiones los demás ya estaban allí cuando yo llegaba y,
justo antes de irnos, todos nos volvíamos al mismo tiempo, parados lado a lado
y respirando profundamente, acumulando esos agradables aromas —y buenas ideas,
tal vez— para el fin de semana. Supongo que le habríamos parecido alegres a un
intruso, como una caricatura muda del New
Yorker (¿necesitaríamos palabras para
ser graciosos? Creo que no), pero créeme, allí no había nada divertido. Nada
atemorizante, tampoco. Era agradable, eso es todo. Lisa y llanamente
agradable.
¿Es adictivo
aspirar a Zenith? Supongo que debe serlo, pero no se siente como una adicción
dura o esclavizante ("esclavizante" puede ser una palabra
desacertada, pero es la única que se me ocurre). No es como el hábito del
cigarrillo, por ejemplo, o la afición a la marihuana. La gente dice que la
marihuana no es adictiva, pero luego de mi primer año en Bates lo entendí
mejor; esa mierda casi hizo que me
suspendan. Pero repito, esto no es lo mismo. No parezco extrañarla cuando estoy
lejos de ella, como lo estoy ahora (al menos no todavía). Y en el trabajo tengo
la indescriptible sensación de ser uno con mis compañeros. No sé si llamarlo
telepatía, exactamente (Herb y Sandra lo hacen, John y Roger parecen un poco
menos seguros). Se parece más a cantar en armonía, o a caminar juntos en un
desfile, paseando a paso tendido. (No marchando, sin embargo, no se siente tan
organizado.) Y aunque tanto John como Roger, Sandra, y Herb se fueron por
caminos separados por el fin de semana y estaremos todos lejos de la planta,
aún me siento en contacto con ellos, como si pudiera extender la mano y
conectarme si realmente lo quisiera. O si lo necesitara.
Ahora el cuarto
del correo está casi completamente vacío de manuscritos, lo cual es algo
condenadamente bueno porque ahora está casi completamente saturado de Zenith. Z
también se ha desparramado por las paredes del corredor, aunque mucho más
densamente en dirección sur, es decir hacia el pozo y la parte trasera del edificio.
Para la otra dirección enroscó sus amistosos (nosotros asumimos que son
amistosos) zarcillos alrededor de las puertas de Sandra y de John, que está
ubicada enfrente de la de ella, pero hasta allí fue lo más lejos que había
progresado a las cuatro de la tarde, que fue cuando me marché. Parece razonable
asumir que la Barfield tenía razón cuando dijo que el ajo y el hedor —al que
nosotros, meros humanos, no podemos soportar durante demasiado tiempo— lo
retrasaría, al menos en aquella dirección. Al sur del armario del conserje y
del cuarto del correo, sin embargo, el corredor está camino a convertirse un
sendero selvático. Hay Z por las paredes (está ocultando las cubiertas de
libros enmarcadas, lo cual es todo un
alivio), y también hay enormes manojos de Z-hojas colgantes. También ha
producido varias Z-flores azul oscuro que tienen su propio y agradable olor. Se
parece a la cera ardiente (un olor que asocio con las velas de las calabazas de
Hallowen de mi juventud). Nunca he visto flores creciendo en una hiedra, pero
¿qué puedo saber yo sobre plantas? La respuesta es no demasiado.
Hay una ventana
reforzada con malla de alambre que mira hacia el pozo del edificio, y Z también
ha empezado a crecer allí, con todas las hojas (y flores) apuntando al sol.
Herb Porter dice que vio cómo una de esas hojas atrapaba a una mosca que se
estaba arrastrando por el vidrio de la ventana. ¿Locura? ¡Indudablemente! Pero:
¿locura verdadera o falsa? Verdadera, creo, que hace pensar en las
desagradables posibilidades que ofrece el hecho de acercarse para respirar
aquellos deliciosos olores. Pero no quiero preocuparme por eso este fin de
semana.
Adonde yo quiero
ir este fin de semana es a Paramus.
Quizá con una
parada en mi OTB local como buena medida.
Probablemente no
debería decirlo, pero ¡Dios! ¡Esto es más divertido que Studio 54!
De los diarios de Riddley Walker
4/4/81
12:35 DE LA NOCHE
A
bordo del Silver Meteor
Pregunta: ¿Estuvo
Riddley Pearson Walker alguna vez en su vida tan desconcertado, tan descorazonado,
tan agitado, tan absolutamente triste?
Creo que no.
¿Alguna vez
Riddley Pearson Walker sufrió una semana más difícil en sus veintiséis años de
vida?
Sin duda que
no.
Estoy a bordo del
Tren 36 de Amtrak, dirigiéndome a Manhattan con al menos tres días de
anticipación. Nadie sabe que estoy llegando, pero después de todo, ¿a quién le
importa? ¿A Roger Wade? ¿A Kenton, quizás? ¿A mi
casero?
Busqué un avión
que saliera de B'ama, pero no había asientos disponibles hasta el domingo. No
podía obligarme a permanecer en Blackwater —o en cualquier otra parte al sur de
la línea Mason-Dixon—todo ese tiempo. Por eso viajo en tren. Y por eso es que,
con el sonido de los ronquidos a mi alrededor, y a pesar del movimiento
oscilante del vagón en los rieles, estoy escribiendo este diario. No puedo
dormir. Quizás pueda hacerlo cuando vuelva a Dobbs Ferry en algún momento de
esta tarde, pero la tarde parece toda una eternidad. Recuerdo la narración de
presentación de aquella vieja serie de TV, El
Fugitivo. "Richard Kimball mira por la ventana y sólo puede ver la
oscuridad," William Conrad lo decía cada semana. Luego continuaba,
"Pero en esa oscuridad, el Destino mueve su mano colosal." ¿Will, esa
mano colosal me controla a mí? No lo creo. No le temo. A menos que haya un
destino en la hiedra de John Kenton, ¿y cómo puede el destino —o El Destino—
habitar en una planta tan pequeña y vulgar? Qué idea loca. Sólo Dios sabe qué
pudo ponerla en mi cabeza.
Mi recibimiento
en Blackwater fue calurosa sólo por parte de los McDowells; mi tío Michael y mi
tía Olympia. La hermana Evelyn, la hermana Sophie, la hermana Madeline (siempre
fue mi favorita, lo cual hace que esto me duela tanto), y el hermano Floyd se
comportaron todos fríos, reservados. Hasta la tarde del viernes me dediqué a
las distracciones que brinda el desconsuelo, y nada más. Indudablemente
sobrellevamos bien los dolorosos rituales del entierro. Mamá Walker descansa al
lado de mi padre, en el cementerio del pueblo. En la fracción negra del cementerio del pueblo, ya que
allí las normas de la discriminación se mantienen tan firmes como siempre, no
como si existiera una ley escrita si no como lo que son: las leyes de la
costumbre familiar; ni dichas, ni impresas, pero tan poderosas como las
lágrimas y el amor.
Fuera de mi
ventana puedo ver una luna llena montada serenamente en el cielo del sur, una
luna como un dólar de plata color panqueque. Así la llamaba Mamá, y esta noche
ha salido sin ella. Por primera vez en sesenta y dos años la luna llena ha
salido sin ella. Estoy aquí sentado, escribiendo, y puedo sentir cómo las
lágrimas me resbalan por las mejillas. ¡Oh Mamá, cuánto lloro por tí! ¡Tal como
lo hacía de pequeño, aquel que los blancuchos llamaban negrito triste, como
aquel chico e'toy llorando! ¡Esta noche soy un verda'ero negro de Stephen
Foster! ¡Siuro! ¡Mamá en el helado'lado'lado suelo! ¡Sí se'ora!
También estoy
alejado de mis hermanas y hermano. ¿Dónde me enterrarán, me pregunto? ¿En qué
tierra desconocida?
Sin embargo,
logró brotar. Toda la amargura. ¿Y el odio? ¿Fue odio lo que vi en sus ojos?
¿En los ojos de mi estimada Maddy? ¿La que me llevaba de la mano cuando íbamos
a la escuela, y quien me consolaba cuando los demás me fastidiaban y me
llamaban negro triste o encías tristes o Pequeño Heinie por culpa de aquella
vez en primer grado en que se me cayeron los pantalones? Desearía decir no y no
y no, pero mi corazón me niega ese no. Mi corazón me dice que lo vi. Mi corazón
dice sí y sí y sí.
Esta tarde hubo
una reunión familiar en la casa, el último acto del tristemente prosaico drama
que comenzó con el ataque cardíaco de Mamá del día 25. Michael y Olympia fueron
los organizadores y anfitriones. Empezó con el café, pero pronto el vino estuvo
circulando en el salón y algo un poco más fuerte en el porche de la parte
trasera. No vi ni a mi hermano ni a ninguna de mis hermanas en la casa, así que
fui a ver al porche. Floyd estaba allí, tomándose un pequeño vasito de whisky y
"memoreando" (la expresión que usaba Mamá cuando hablaba de los recuerdos)
con algunos de sus primos, con Orthina y Gertrude, de su círculo de libros
(ambas señoras muy decorosas, pero indudablemente borrachas), y con Jack Hance,
el marido de Evvie. No había señales de la propia Evvie, ni de Sophie, ni de
Madeline.
Anduve buscándolas,
preocupado de que no se encontraran bien. Sus voces finalmente me llegaron
desde arriba, desde el cuarto al final del pasillo donde Mamá durmió sola los
últimos doce años, desde que murió Pop. Estaban murmurando; también se
escuchaban suaves risas. Me dirigí hacia allí, con mis pasos amortiguados por
la espesa alfombra del pasillo, teniendo una pequeña "memoración":
recordé las amargas quejas de Mamá sobre esa espesa alfombra y sobre cómo
dejaba ver toda la suciedad. Ella nunca la cambió. Cómo desearía que hubiera
podido. Si ellas me hubieran escuchado llegar —tan sólo el simple sonido de mis
pasos aproximándose— todo podría haber sido diferente. No es tan fácil, por
supuesto; la aversión es aversión, el odio es odio, esas suposiciones son como
mínimo cuasi-empíricas, lo sé. Es de mis ilusiones de lo que estoy hablando.
Mis ilusiones en lo concerniente el afecto de mi familia, mis creencias en lo
que ellos pensaban de mí: el valiente Riddley, el graduado de Cornell que ha
soportado una larga serie de trabajos indignos, con el cuerpo en funcionamiento
mientras la mente le permanece libre y despejada y capaz de continuar
trabajando en el Gran Libro, una especie de fin
de siecle del Hombre Invisible. ¡Cuan a menudo he invocado al espíritu de
Ralph Ellison! En una oportunidad incluso me atreví a escribirle, y recibí una
amable y alentadora respuesta. Cuelga enmarcada en la pared de mi departamento,
por encima de mi máquina de escribir. Nadie sabe si seré capaz de seguir
adelante después de esto... y no obstante siento que debo seguir. Porque sin el
libro, ¿qué me queda? ¡Na'más qu'el mango de la escoba! ¡La lata de cera
Johnson pa'l piso! ¡El escurridor pa'las ventanas y el cepillo pa'los tualéts!
¡Siuro!
No, el libro
tiene que continuar. A pesar de todo, y debido a todo, este libro tiene que
continuar. En un sentido muy real, es todo lo que tengo. Bien. Ya tuvimos
suficientes lloriqueos de bebé. Empecemos.
Ya me he referido
a la lectura del testamento y última voluntad de Mamá que se llevó a cabo el
día entre el de su velorio y el de su entierro, y de cómo Law Tidyman, su amigo
de toda la vida, lo registró para poder darlo a conocer en sus propias
palabras. En ese momento me pareció un poco extraño (aunque no lo dije ya que
estaba cansado y sacudido por el dolor, estados de notable semejanza) que Mamá
le hubiera pedido a Law que lo haga, así fuera un viejo amigo o no, en lugar de
decírselo a su propio hijo, quien actualmente es considerado uno de los mejores
abogados de cualquier color, al menos en esta parte de Birmingham. Ahora quizás
lo comprendo un poco mejor.
En su testamento,
Mamá reveló que quería "que todo el dinero en efectivo, del que tengo un
poco, vaya al Fondo de la Biblioteca de Blackwater. Todos los artículos
negociables, de los que todavía me quedan algunos, deben venderse por mi
albacea al máximo precio aprovechable dentro de los veinte meses siguientes a
mi muerte, y todos los beneficios donados al Fondo Becario de la Escuela
Secundaria de Blackwater, con la condición de que cualquier beca resultante, la
que podría llamarse Becas Fortuna Walker si el Comité resolviera honrarme, debe
ser otorgada sin tenerse en cuenta raza o religión, puesto que durante toda mi
vida, yo, Fortuna Walker, he opinado que los Blancos son tan buenos como los
Negros, y que los Católicos son casi
tan buenos como los Bautistas del Sur."
¡Cómo nos reímos
entre dientes de ese ejemplo casi perfecto de su ingenio! Pero esta tarde no
hubo risas. Por lo menos, no después de que mis hermanas me miraran desde la
cama, donde estaban sentadas, y me vieran parado en la puerta, angustiado.
Para entonces ya
había visto todo lo que necesitaba ver. "Cualquiera que esté un paso por
encima de ser un idiota sabe de qué se trata," como sin duda habría
dicho Mamá; sigo con las memoraciones. Y lo que vi en la alcoba de mi madre
muerta quedará grabado en mi memoria hasta que cesen las propias
memoraciones.
Los cajones de su
cómoda estaban abiertos, todos. Sus permanencias todavía seguían en algunos,
aunque varias de sus blusas y polleras colgaban por sobre los bordes, dejando
de manifiesto que todo había sido revuelto y manoseado; hasta un idiota podía
notarlo. Pero las cosas que habían estado en los dos cajones del fondo habían
sido extraídas y desparramadas de cualquier modo sobre su alfombra rosada, la
que nunca había mostrado suciedad porque a nada que fuera sucio se le permitía
la entrada en ese tranquilo cuarto. Al menos hasta la tarde pasada, cuando ella
ya estuvo muerta y no pudo impedirlo. Lo que lo hizo peor, lo que hizo que me
resultaran tanto piratas como saqueadores, fue el hecho de que allí estuvieran
tirados sus prendas íntimas. La ropa interior de mi madre muerta, el infierno
esparcido para desayuno de sus hijas, que hicieron que Lear me pareciera amable
en comparación.
¿Soy demasiado
cruel? ¿Un virtuoso de mí mismo? Ya no lo sé. Lo único que sé es que mi corazón
se desangra y mi cabeza aúlla de
confusión. Y sé lo que vi: sus cajones abiertos, sus combinaciones y bragas y
sus impecables fajas Playtex desparramadas por el suelo. Y ellas en la cama,
riendo, con una caja de estaño rojo frente a ellas, sobre el cobertor; una caja
roja con su tapa de Sweetheart Girl separada y puesta a un lado. Había estado
llena de dinero y joyas. Ahora se encontraba vacía y eran sus manos las que
estaban repletas de los billetes y herencias de Mamá. ¿Cuál habría sido el
valor? Tal vez no fuera una gran suma, pero sin duda nada despreciable; algunos
de los alfileres y broches podrían ser cachivaches para vestidos, pero
distinguí dos anillos cuyas piedras eran, según la misma Mamá, de diamantes. Y
Mamá no mentía. Uno de ellos era su anillo de compromiso.
Eso pasó un
minuto antes de que me descubrieran. Yo no dije nada; estaba literalmente mudo
de la impresión.
Evelyn, que
parece joven a pesar de su pelo gris y de ser la más vieja, tenía las manos
colmadas de viejos billetes de diez y de cinco, olvidados por mi madre con el
correr de los años.
Sophie contaba
con sus enérgicos dedos papeles de aspecto oficial que podrían ser certificados
accionarios o depósitos de tesoro, apresurados como los de un cajero de banco
listo para cerrar su caja por el fin de semana.
Y mi hermana más
joven, Maddy. Mi ángel guardián de la escuela. Sentada con sus palmas repletas
de perlas (probablemente ilustradas, se lo concedo) y de pendientes y collares,
clasificándolos, tan absorta como un arqueólogo. Eso fue lo que más me hirió.
Ella me abrazó y lloró contra mi cuello cuando bajé del avión. Ahora
seleccionaba el material bueno del falso entre las posesiones de su madre
muerta, sonriendo como un ladrón de joyas tras un robo exitoso.
Todas sonreían sinceramente. Todas reían.
Evvie tomó el
dinero y dijo:
—¡Aquí hay más de
ocho mil! ¡Cómo va a gritar Jack cuando se lo cuente! Y apuesto a que no es
todo. Apuesto...
Entonces notó que
Sophie ya no la miraba, ni sonreía. Evvie volvió la cabeza, y Madeline también
lo hizo. El color abandonó las mejillas de Maddy, dándole un aspecto
aturdido.
—¿Y cómo pensaban
dividírselo? —me escuché preguntar con una voz que no sonaba como la mía, en
absoluto—. ¿En tres partes? ¿O Floyd también está metido en esto?
Y de atrás mío,
como si hubiera estado esperando una señal, el mismo Floyd dijo:
—Floyd está
metido en esto, hermanito. Oh sí, de verdad. Fue Floyd quien les dijo a las
señoras cómo era esa caja y donde podía estar. La vi el invierno pasado. Se le
escapó a mamá mientras tenía uno de sus arrebatos. Pero tú no sabes nada sobre
sus arrebatos, ¿verdad?
Me di vuelta,
sobresaltado. Por el olor a whisky en el aliento de Floyd y el matiz rojo
oscuro en los bordes de sus ojos, lo poco que le había visto beber en el porche
no fue lo primero del día. Ni lo tercero, ya que estamos. Me empujó hacia el
interior de la habitación, y le dijo a Sophie (siempre fue su favorita):
—Ewie tiene
razón; tiene que haber más. Creo que en esa caja está la mayor parte, pero no
es todo, sin duda.
Se volvió hacia
mí y dijo:
—Ella era como
una manada de ratas. En eso fue en lo que se convirtió en los últimos años. O
una de las cosas en que se convirtió, en cualquier caso.
—Su testamento...
—empecé a decir.
—Su testamento,
¿qué hay con él? —preguntó Sophie. Dejó caer sobre el cubrecama los papeles que
había estado examinando, haciendo un gesto de desprecio con sus pequeñas manos
marrones, como si se desentendiera de todo el asunto—. ¿Te piensas que tuvimos
una oportunidad de hablar con ella sobre eso? Nos dejó afuera. Mira a quién le
hizo preparar su última carta. ¡A Law Tidyman! ¡A ese viejo Tío
Tom!
El desprecio con
el que lo dijo me sacudió profundamente, no tanto por lo que sentí si no por el
simple hecho de que apenas media hora antes había visto a Sophie y a Evelyn y
al Jack de Evvie riéndose y hablando con Law Tidyman y con Sulla, la mujer de
Law. Se veían como si fueran los mejores amigos.
—No sabes cómo se
comportó estos últimos años, Rid —dijo Madeline. Estaba allí sentada, con toda
la falda rebosante con los recuerdos y billetes de su madre, sentada y
defendiendo lo que estaba haciendo: lo que ellos
estaban haciendo—. Ella...
—No tuve forma de
saber cómo se comportó —dije yo— pero
sé condenadamente bien lo que deseaba.
¿Acaso no estuve allí, con el resto de ustedes, cuando Law leyó su testamento?
¿No nos sentamos todos en círculo, como en una maldita sesión de espiritismo?
¿Y no fue eso lo que sucedió, con Mamá comunicándose con nosotros desde el otro
lado de la tumba? ¿No la escuché decir a través de la voz de Law Tidyman que
quería que esto —y señalé al saqueo que estaba sobre la cama— vaya a parar a la
biblioteca del pueblo y al fondo de becas de la escuela secundaria? ¿Y a su
nombre, si fuera posible?
Mi voz se estaba
elevando, y yo no podía impedirlo. Porque ahora Floyd estaba sentado en la cama
con ellas, con un brazo rodeando los hombros de Sophie, como para animarla. Y
cuando la mano de Maddy se deslizó en la suya, él la aferró de la forma en que
tomas la mano de una niñita asustada. Para animarla, también. Ellos estaban en
la cama y yo en la puerta, y vi sus ojos y supe que estaban en mi contra.
Incluso Maddy estaba en contra mío. Sobre
todo Maddy, al parecer. Mi ángel de la escuela.
—¿Acaso no me
vieron, asintiendo porque comprendí lo que quería? Sé que te vi a ti —a todos
ustedes— haciendo el mismo gesto. Ahora me parece como si lo estuviera soñando.
Porque no puede ser que la gente con la que crecí en este punto del mapa
olvidado por Dios se haya convertido en profanadores de cementerio.
La cara de Maddy
se contrajo y empezó a llorar. Y me alegró hacerla llorar. Así de furioso
estaba, tan furioso como todavía lo estoy cuando los recuerdo allí sentados, a
la luz de la lámpara. Cuando pienso en la caja de estaño con su tapa de
Sweetheart Girl a un costado, con todo su contenido revuelto. Cuando pienso en
sus manos y regazos llenos de sus pertenencias. En sus ojos llenos de sus objetos. Y en sus corazones, también. No en ella, pero sí en sus cosas. En lo que quedaba de ella.
—Oh, tú, pequeño
y arrogante engreído —dijo Evelyn—.
¡Y siempre lo serás!
Se puso de pie y
se pasó las manos por las mejillas, como para limpiarse las lágrimas... pero no
había lágrimas en aquellos ardientes ojos suyos. No esta tarde. Esta tarde vi a
mi hermano y a mis tres hermanas con sus máscaras puestas de lado.
—Ahórrate las
acusaciones —dije. Ella nunca me gustó; la auténtica Evelyn, cuyos ojos estaban
tan fijos en el afecto que nunca le tuvo a su hermano pequeño... ni a nadie que
no pensara que las estrellas alterarían sus cursos para observar a Evelyn
Walker Hance recorrer su encantador paso por la vida—. Es difícil señalar con
el dedo cuando tus manos están llenas de bienes robados. Podrías dejar caer tu
botín.
—Pero ella tiene
razón —dijo Madeline—. Eres un
engreído. Te crees superior a nosotros.
—Maddy, ¿cómo
puedes decirme eso? —le pregunté. Los otros no podían lastimarme, no lo creo,
al menos no de a uno; sólo ella podía hacerlo.
—Porque es la
verdad. —Ella se soltó de la mano de Floyd, se levantó y me enfrentó. No creo
que pueda olvidar ni una sola de las palabras que me dijo. Más memoraciones,
Dios me ayude.
—Tú estuviste
aquí durante el funeral, estuviste aquí durante la lectura de un testamento, el
hijo que nunca fue lo bastante bueno como para escribir; estuviste en el
entierro, estuviste cuando terminó, y estás aquí ahora, viendo cosas que no
entiendes y declarando una disparatada opinión debido a todo lo que no sabes. A
las cosas que pasaron mientras estabas allá arriba en New York, persiguiendo el
premio Pulitzer con una escoba en la mano. Allá en New York, jugando a ser el
negro y contándote a tí mismo cualquier mentira con tal de poder dormir por la
noche.
—¡Amén! ¡Así se
habla! —exclamó Sophie. Sus ojos también resplandecían. Eran casi como los ojos
de un demonio. ¿Y yo? Yo estaba callado. Aturdido hasta el silencio. Henchido
de esa horrible emoción, que es casi como una muerte, que se siente cuando
finalmente alguien saca los trapos sucios. Cuando finalmente entiendes que la
persona que ves en el espejo no es la que ven los demás.
—¿Y en
definitiva, dónde estabas cuando ella murió? ¿Dónde estabas cuando tuvo los
seis o siete ataques cardíacos leves que la llevaron al grande? ¿Dónde estabas
cuando tuvo todos esos ataques pequeños y se volvió mal de la cabeza?
—Oh, estaba en
New York —formuló Floyd animadamente—. Empleaba sus bellas artes fregando los
pisos de la oficina editorial de algún blanco.
—Se trata de una
investigación —dije con una voz tan baja que apenas pude oírme. De repente
sentí que me iba a desmayar—. Una investigación para el libro.
—Una
investigación, eso lo explica —dijo Evelyn con una inclinación, volviendo a
poner el dinero en la caja—. Para eso ella se quedó sin almuerzos durante
cuatro años, para poder pagar tus libros de la escuela. Para que pudieras
estudiar el maravilloso mundo de la ciencia custodial.
—Oh, eres una
perra —le dije... como si no hubiera escrito muchas de esas mismas cosas sobre
mi trabajo en Zenith House, no una sino varias veces, en las páginas de este
diario.
—Cállate —soltó
Maddy—. Tan sólo cállate y escúchame, fanfarrón. —Lo expresó con una voz baja y
furiosa que nunca antes le había oído, que nunca habría imaginado que pudiera
venir de ella—. Tú, el único de nosotros que sigue soltero y sin niños. El
único con el lujo de ver a una familia a través de esta... esta... no
se...
—Esta dorada
confusión de la memoria —sugirió Floyd. Tenía una pequeña botella plateada en
el bolsillo de los pantalones. La sacó y se tomó un sorbo. Maddy asintió—. No
tienes la menor idea de lo que necesitamos, ¿no es así? De en qué situación
estamos. Floyd y Sophie tienen chicos que están a punto de ir a la universidad.
Los de Evvie ya se fueron, y tiene facturas pendientes para demostrarlo. Los
míos están próximos a ir. Y sólo tú...
—¿Por qué no le
pides a Floyd que te ayude? —le pregunté—. En una carta que Mamá me escribió me
dijo que ganó un cuarto de millón el año pasado. ¿No lo ven... ninguna de
ustedes entienden lo que esto significa? ¡Es como robar centavos ante los ojos
de una muerta! Ella...
Floyd se levantó.
Sus ojos tenían una mirada mortal. Levantó un puño apretado.
—Sigue hablando así,
Riddie, y te romperé la nariz.
Hubo un momento
de tenso silencio, y luego nos llamó desde abajo la tía Olympia, con la voz
alta, jovial y nerviosa.
—¿Chicos y
chicas? ¿Todo bien allá arriba?
—Todo bien, tía
Olly —le gritó Evelyn. Su voz sonó ligera y descuidada; sus ojos, que nunca
abandonaron los míos, eran despiadados—. Hablando de los viejos tiempos.
Bajamos en un momento. Sigue con lo tuyo ¿si?
—¿Están seguros
de que están bien?
Y yo, Dios me
asista, sentí el insensato impulso de gritar: ¡No! ¡No estamos bien! ¡Ven aquí! ¡Tú y el tío Michael, suban aquí!
¡Suban aquí y rescátenme! ¡Sálvenme del beso de las aves de rapiña!
Pero mantuve la
boca cerrada, y Evvie cerró la puerta.
Habló Sophie:
—Mamá te escribió
todo el tiempo, lo sabíamos, Rid. Siempre fuiste su favorito, ella te malcrió,
sobre todo después de la muerte de Pop, cuando no tuvo en quien apoyarse. Ten
la seguridad de que ella lo comprendió.
—Eso no es cierto
—dije.
—Pero lo es —dijo
Maddy—. ¿Y sabes qué? La forma que tenía Mamá de ver las cosas era bastante
selectiva. Te habló del dinero que Floyd hizo el año pasado, no tengo la menor
duda, pero dudo que te contara cómo el compañero de Floyd le robó todo a lo que
pudo echarle el guante. Hey, hola, soy Oren Anderson, largándome a la Bahamas
con mi robo del mes.
Me sentía como si
fuera una sanguijuela. Miré a Floyd.
—¿Eso es verdad?
Floyd tomó otro
sorbito del frasco plateado que había sido de Pop antes de que se lo apropiara
y me sonrió. Fue una mueca horrible. Sus ojos estaban más rojos que nunca y
tenía saliva en los labios. Parecía un hombre al final de una borrachera de un
mes de duración. O al comienzo de una.
—Tan cierto como
puede serlo, hermanito —dijo—. Yo estafaba como un aficionado. Creo que voy a
poder escapar de ésta, aunque todavía no es cosa segura. Me acerqué a ella por
un poco de ayuda y me dijo que estaba pelada. Nunca pudo superar haberte
ubicado en Cornell, eso fue lo que me dijo. ¿Te parece que eso que está sobre
la cama es estar sin blanca, hermanito? Ocho mil en efectivo... como mínimo...
y el doble en joyas. Treinta mil en acciones, quizá. Y ella quería donarlo a la
biblioteca. —Un gesto de desprecio le
deformó la cara, como un calambre—. Jesús, por favor.
Miré a Evvie.
—Tu marido,
Jack.... el negocio de la construcción...
—Jack ha tenido
dos años duros —dijo—. Está en problemas. Cada banco en cincuenta kilómetros a
la redonda tiene sus papeles. Sus deudas son todo lo que está sosteniéndolo.
—Aunque se rió, sus ojos parecían asustados—. Sólo hay una cosa más que no
sabías. Randall, el marido de Sophie está algo mejor...
—Nos estamos
defendiendo, pero ¿salir adelante? —Sophie también se rió—. No creo que lo
logremos. Floyd nos ayudó siempre que pudo, pero desde que Oren lo traicionó...
—Esa víbora —dijo Maddy—. Esa maldita víbora.
Yo me volví a
Floyd, y señalé la botella.
—Quizá has estado
tomando demasiado de eso. Quizá por eso es que no te preocupaste algo más por
tus negocios... cuando todavía tenías un negocio del que preocuparte.
El puño de Floyd
apareció de nuevo. Esta vez me rozó en el mentón. Te lo aciertan cuando ya casi
ni te preocupas más. Ahora ya lo sé.
—Continúa, Floyd.
Si hace que te sientas mejor, entonces adelante. Y si te parece que veinte o
incluso cuarenta mil dólares van a alcanzarte para la fianza, entonces no te
detengas. No puedes ser más imbécil.
Floyd echó el
puño hacia atrás. Me habría dado duro, pero Maddy se interpuso entre nosotros.
Ella me miró, y yo di vuelta la cara. No pude soportar lo que vi en sus ojos.
—Tú y tus citas
—dijo ella suavemente—. Siempre con tus citas citables. Bien, aquí tienes una,
señor Estirado: 'Quien tuvo esposa e hijos le dió rehenes a la fortuna.' Lo
dijo Francis Bacon hace casi trescientos años, y era de gente como nosotros de
la que hablaba, no de alguien como tú. No de tipos a los que les lleva veinte o
treinta mil dólares educarse, para que luego tenga que investigar fregando
suelos. ¿Cuánto le devolviste a tu familia? ¡Yo te diré cuánto! ¡Nada! ¡Y nada! ¡Y nada!
Me gritaba tan de
cerca y tan violentamente cada uno de los nada
que la saliva le saltaba de los labios hasta mí.
—Maddy,
yo...
—Cállate —me
espetó—. Soy yo la que está hablando
ahora.
—¡Así se habla!
—exclamó Sophie alegremente. Fue una pesadilla, te lo aseguro. Una pesadilla.
—Me largo de aquí
—dije, y empecé a volverme.
Ellos no me lo
permitieron. Al igual que en las pesadillas; no te dejan escapar. Evelyn me
agarró de un lado, Floyd del otro.
—No —dijo Evvie,
y pude oler la borrachera en su aliento. Del vino que estaban tomando en la
planta baja—. Tienes que escuchar. Por una vez en tu maldita vida, tienes que
escuchar.
—No estuviste
aquí cuando se volvió loca, pero nosotros
sí —dijo Maddy—. Los ataques le afectaron la mente. A veces salía a vagabundear
por ahí, y teníamos que ir a buscarla y traerla de vuelta. Una vez lo hizo por
la noche y tuvimos a medio pueblo fuera, buscándola con linternas. Hasta donde
puedo decirlo, tú no estabas presente cuando finalmente la encontramos a las
dos de la mañana, acurrucada en la orilla del río, dormida, con media docena de
rollizas viudas negras a no más de tres metros de sus pies desnudos. Hasta donde yo sé, en ese momento tú estabas
en tu departamento de New York, durmiendo plácidamente.
—Así se habla
—dijo Floyd con frialdad. Todos se comportaban como si yo viviera en el
edificio Dakota, en un ático, en lugar de en mi pequeño departamento de Dobbs
Ferry... y mi pequeño departamento es bastante agradable, ¿no? Decididamente
económico, incluso teniendo un sueldo de conserje, para un hombre sin vicios y
sin rehenes para la fortuna.
—A veces se
ensuciaba —dijo Maddy—. A veces decía locuras en la iglesia. Visitaba su
círculo de libros y deliraba media hora sobre algún libro que leyó veinte años
atrás. Volvía a la normalidad por un rato... tuvo unos cuantos días buenos
hasta los últimos meses... pero tarde o temprano las locuras empezaban de
nuevo, cada vez un poco peor, y cada vez por más tiempo. Y tú no sabías nada de
eso, ¿no?
—¿Cómo saberlo?
—pregunté— ¿Cómo iba a enterarme, si nadie me escribió ni me lo dijo? ¿Ni
siquiera una palabra?
Ése fue el único
de mis disparos que dio en el blanco. Maddy se ruborizó. Sophie y Evvie miraron
para otro lado, vieron el tesoro esparcido sobre la cama, y luego apartaron la
vista de allí, también.
—¿Habrías venido?
—preguntó Floyd con cierta reserva—. ¿Si te hubiéramos escrito, Riddie, habrías
venido?
—Por supuesto
—dije yo, y pude oir la horrible falsedad en mi voz. Al igual que ellos, por
supuesto... y la ventaja moral me abandonó. Por esta noche, posiblemente para
bien, hasta donde ellos saben. No dudo que su propia posición moral fuera al
menos en parte una excusa para su censurable conducta. Pero su furia para
conmigo era genuina, y quizás hasta justificada, no lo dudo.
—Por supuesto
—dijo, asintiendo y sonriendo ampliamente con su mueca de ojos rojos—. Por supuesto.
—Cuidamos de ella
—dijo Maddy—. Nos unimos y cuidamos de ella. No hubo ni hospitales ni
geriátricos, ni siquiera cuando comenzó a vagar. Tras la aventura de la ribera
me quedé a dormir aquí algunas noches; lo mismo hizo Sophie; lo mismo hicieron
Evelyn y Floyd. Todos salvo tú, Rid. ¿Y cómo nos agradeció? Dejándonos una casa
sin valor, un granero sin valor y cuatro acres de tierra casi sin valor. Todo
aquello que valiera algo —el dinero
que podría haber pagar las tarjetas de crédito que Floyd usa en su negocio y
darle a Jack un respiro— nos lo negó. Así que lo incautamos. Y llegas tú, entra
el Astuto Señor Negro del Norte, y nos dice que somos profanadores que roban
los cetavos ante los ojos de una muerta.
—Pero Maddy...
¿no ves que si le quitas lo que no quiso darte, sin importar cuán lejos o qué
segura estés, ni cuánto lo necesites, se lo estás robando? ¿Qué se lo estás
robando a tu propia madre?
—¡Mi madre estaba loca! —me aulló con un chillido
musitado. Agitó sus diminutos puños en el aire, como para expresar su
frustración ante el hecho de que yo continúe fracasando en entender un punto
que para ella estaba tan claro... quizás porque había estado allí, había visto
madurar la locura de Mamá, y yo no—. ¡Ella
vivió la última parte de su vida loca y se murió loca! ¡Ese testamento era una
locura!
—Nos lo merecemos —dijo Sophie, acariciando la
espalda de Maddy y apartándola suavemente de mí—, así que no nos interesa tu
cháchara sobre el robo. Ella pretendió regalar lo que nos pertenece. No la
culpo por eso, estaba loca, pero no
va a quedar así. Riddie, tú simplemente llévate de aquí todos tus ideales de
Boy Scout y déjanos terminar con nuestro asunto.
—Así es —dijo
Evvie—. Vete abajo y consíguete un vaso de vino. Si es que los Boy Scouts toman
vino, claro. Diles que bajaremos en seguida.
Miré a Floyd. Él
asintió; ya no sonreía. Para entonces nadie sonreía. Las sonrisas habían
terminado.
—Así es,
hermanito. Y no me preocupa ese gesto de oh-pobre-de-mí que tienes en la cara.
Metiste la nariz en donde no debías. Si una abeja te la picara, nadie lo
notaría, salvo tú mismo.
A la última que
miré fue a Maddy. Como esperanzado. Bueno, con la esperanza en una mano y la mierda
en la otra; hasta un idiota lo sabe.
—Vete —dijo
ella—. No soporto mirarte.
Volví abajo como
un hombre en un sueño, y cuando tía Olympia me pasó la mano por el brazo y me
preguntó qué era lo que andaba mal allí arriba, le sonreí y le dije nada, simplemente
hablábamos de los viejos tiempos y nos exaltamos un poco. Lo más distinguido de
la familia sureña; al estilo Tennessee Williams. Le dije que me marchaba al
pueblo para conseguir algunas cosas, y cuando tía Olly me preguntó qué cosas
—en el sentido de qué era lo que ella había olvidado, ya que fue ella la que
preparó todo para la última fiesta de Mamá— no le contesté. Simplemente me fui,
andando hacia adelante con esa sonrisita sin expresión en el rostro, y entré en
mi automóvil rentado. Básicamente, lo que hice desde entonces es seguir
huyendo. Abandoné algo de ropa y un libro de bolsillo, y en lo que me
concierne, pueden quedarse allí hasta el fin de los tiempos. Y todo el rato que
me he estado moviendo también estuve rememorando lo que vi mientras estaba en
su puerta, inadvertido: los cajones arrancados y la ropa interior esparcida y
ellas en la cama con las manos repletas de sus posesiones y la tapa de la caja
de estaño puesta a un lado. Y todo lo que dijeron pudo haber sido verdad, o
parcialmente cierto (creo que las mentiras más convincentes casi siempre tienen algo de verdad), aunque lo que
recuerdo con más claridad son sus risas, que no pegaban para nada ni con
compañeros huyendo, ni con maridos balanceándose al borde de la ruina, ni con
las deudas de la tarjeta de crédito, selladas con esa horrible tinta de color
rojo. Nada que ver con niños que necesitan dinero para la universidad, tampoco.
La amarga suma, en otras palabras, era cero. La risa que oí de casualidad era
la de piratas o trolls que encontraron un tesoro enterrado y están
dividiéndoselo, reunidos bajo la luz de una luna como un dólar de plata color
panqueque. Bajé las escaleras y los escalones del porche trasero y me alejé de
ese lugar como un hombre en un sueño, y aún soy ese soñador, sentado en un
tren, manchado con tinta desde la mano a la muñeca y con varias páginas de
garabatos, acaso indescifrables, recién terminados. Qué absurdo es escribir,
qué lastimoso baluarte contra las duras realidades de este mundo y las amargas
verdades del hogar. Qué terrible es decir, "Esto es todo lo que
tengo." Me duele todo: la mano, la muñeca, el brazo, la cabeza, el
corazón. Voy cerrar los ojos y tratar de dormir... o al menos dormitar.
Es la cara de
Maddy la que me aterra. La codicia la ha transformado en una extraña. Una
terrible extraña, como uno de esos monstruos femeninos de los mitos griegos. No
hay duda de que soy un presumido,
como me llamaron, puedo creerme superior a ellos, pero nada cambiará lo que vi
en sus ojos mientras no sabían que los estaba mirando.
Nada.
Más que mi libro,
me parece que lo que anhelo son las simplezas del trabajo; como el agónico e
interminable auto-análisis de Kenton, la divertida obsesión de Gelb por los
dados, la aún más divertida obsesión de Porter con el sillón de la oficina de
Sandra Jackson. No me molestaría volver a hacerlo con ella, protagonizando una
de sus fantasías. Adoro la simplicidad de mi cubículo de conserje, donde todas
las cosas son conocidas, normales, sin sorpresas. Quiero ver si esa pequeña y
lastimosa hiedra se sigue manteniendo viva.
A eso de la
medianoche, el Silver Meteor cruzó la línea Mason-Dixon. Ahora mis hermanas y
hermano quedaron del otro lado de esa línea, y eso me alivia. Estoy impaciente
por volver a New York.
Más tarde/8 de la mañana
Dormí durante
casi cinco horas. Tengo el cuello duro y siento la espalda como si me la
hubiera pateado una mula, pero en general me siento un poco mejor. Por lo menos
pude tragar un pequeño desayuno. La sensación la tuve al despertar y al
acercarme al coche comedor, y ha permanecido clara. La idea —la intuición— es
que si estuviera en la oficina en lugar de viajando en un tren traqueteante
hacia Dobbs Ferry, me sentiría mucho mejor. Me siento arrastrado hacia allí. Es
como si hubiera tenido un sueño sobre el lugar, uno que no puedo recordar.
Quizá sea la
planta: Zenith, la hiedra. Mi subconsciente me dice que entre y riegue a la
pobrecita antes de que se muera de sed.
Bien...¿por qué
no?
DE LAS INCURSIONES DE TRIPAS DE HIERRO
HECKSLER
4 Abr 81
0600 hrs
Pk Ave So NYC
La hora cero se acerca. Planeo hacer mi
entrada en la Casa de Publicaciones de Satanás de enfrente en 2-3 horas. Me
saqué el disfraz de "Guitarra Loca Gertie". Ahora soy un respetable
hombre de negocios con ropa de fin de semana, ¡JA!
Tú cuídate, Judío Señalado. Para el
mediodía estaré en tu oficina, esperando.
El
lunes a la mañana tu culo será mío.
No tuve más sueños sobre CARLOS. Tal
vez se haya marchado. Bien. Algo menos de qué preocuparse.
de EL LIBRO SAGRADO DE CARLOS
SAGRADO
MES DE ABRA (Entrada #79)
Mañana
del sábado. En cuanto termine esta entrada, salgo hacia Zenith House de
Kaka-Poop. Tengo en mi poder el "maletín especial" con todos los
cuchillos del sagrado sacrificio. ¡Y encima están "bastante
afilados"! Estoy bien vestido, como un hombre de negocios que pasa un
sábado en la ciudad. No debería tener ningún problema en penetrar en esa casa
de ladrones y farsantes.
Me
pregunto si Kenton tendrá mi "pequeño presente."
Me
pregunto si sabe lo que le está pasando a su novia, o tal vez debería decir
ex-novia. ¡Qué lástima que él tenga que morir antes de que ella pueda
entregarle su "cosita"!. ¡Sangre inocente! ¡Primero la sangre
inocente de ella y de ningún otro!
Ordené
matar una virgen y estoy contento.
Espero
y confío en estar recluido en la oficina de Kenton para el mediodía de hoy.
Tengo bocadillos suficientes y dos gaseosas junto a mis cuchillos y podré
"mantenerme" hasta el lunes.
No
tuve más sueños de "El General" y su Jugo Señalado. Una carga menos
en mi mente.
Y
ahora iré a por tí, John Kenton. El traidor de mis ilusiones, el ladrón de mi
libro. ¿Por qué esperar que el abbalah haga lo que puedo hacer por mí
mismo?
¡VEN
GRAN DEMETER!
¡VEN
VERDE!
FIN
DE LA PLANTA, PARTE CINCO
NOTA
DEL AUTOR
Luego
de la siguiente parte de esta historia —la parte más extensa de esta historia—,
La Planta volverá a hibernar para que yo pueda seguir trabajando en Black House (la continuación de El Talismán, escrito en colaboración con
Peter Straub). Además necesito completar el trabajo de dos nuevas novelas (la
primera, Dreamcatcher, estará
disponible el próximo marzo en Scribner), y ver si puedo continuar con La Torre Oscura. Y mi agente insiste en
que necesito tomarme un respiro para la traducción y publicación de La Planta
en el extranjero —también en instalaciones, también en Internet— igual que la
publicación americana. A no desesperarse. La última vez que La Planta abrió sus
hojas, la historia permaneció en suspenso durante diecinueve años. Si pudo
sobrevivir tanto, estoy seguro de que podrá sobrevivir uno o dos años más
mientras trabajo en otros proyectos.
La
parte 6 es el punto más lógico para detenerse. En un libro impreso tradicional,
sería el final de la primera sección larga (a la que probablemente llamaría
“Zenith Creciente”).
Encontrarán
un climax de aquellos, y si bien no todas sus preguntas serán respondidas —no
todavía, al menos— los destinos de varios personajes se resolverán.
Agresivamente.
Permanentemente.
Como
forma de agradecimiento a aquellos lectores (los que están entre el 75 y el 80
por ciento) que se subieron al viaje y pagaron sus deudas, La parte 6 de La
Planta estará disponible en forma gratuita. Disfrútenla... pero no se relajen
demasiado. Cuando La Planta vuelva, lo hará una vez más al estilo
paga-y-tómalo. Mientras tanto, prepárense para la parte 6. Creo que van a
sorprenderse Tal vez hasta
asustarse.
Saludos
(y Felices Fiestas),
Stephen
King
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