STEPHEN KING
LA PLANTA II
S I N O P S I S
JOHN KENTON, quien asistió a la Universidad Brown,
especializado en Inglés, y quien fuera presidente de la Sociedad Literaria, ha
tenido un brusco despertar en el mundo real: él es uno de los cuatro editores
de Zenith House, una editorial de libros de bolsillo de Nueva York.
Zenith tiene el 2% del mercado de libros en rústica
y es decimoquinto en una lista de quince editoriales. Todo el personal de
Zenith House está angustiado ya que Apex, la corporación dueña, puede decidir
poner la casa en el mercado si no hay un repunte en las ventas en el año civil
de 1981... y debido a la pobre red de distribución de Zenith, eso parece
improbable.
El 4 de enero de 1981, Kenton recibe una solicitud
por carta de CARLOS DETWEILLER, de Central Falls, Rhode Island. Detweiller, de
veintitrés años, trabaja en la Casa de Flores de Central Falls, y está
ofreciendo un libro escrito por él llamado Verdaderos
Cuentos de las Plagas Demoníacas. Para Kenton es obvio que Detweiller no
tiene absolutamente ningún talento de escritor... pero en ese caso, ninguno de
la mayoría de los escritores de la lista de Zenith lo tiene (el más vendido: la
serie de Macho Man). Él alienta a
Detweiller para que envíe algunos capítulos de prueba y un borrador.
En cambio, Detweiller envía la obra completa, que
es aun peor que lo que Kenton –quien pensó que el libro quizás pudiera
recortarse, re-escribirse, y exprimirse para el público de The Amityville Horror–
hubiera imaginado en sus peores pesadillas. Pero la peor pesadilla de todas está
en las fotografías que Detweiller adjunta. Algunas son fotos penosamente
falsificadas del desarrollo de una sesión de espiritismo, pero una serie de
cuatro fotos muestra un sacrificio humano repugnantemente realista, en el que
el pecho de un anciano es abierto y un goteante corazón humano es arrancado de
la incisión.
La historia, contada en un estilo epistolar,
continúa con una carta de John Kenton a su novia, RUTH TANAKA, quien está en
California trabajando en su tesis.
30 de enero de 1981
Querida Ruth,
Sí, para mí
también fue estupendo hablar contigo anoche. No sé lo que haría sin tí, aunque
estés en la otra punta del país. Creo que éste ha sido el peor mes de mi vida,
y sin tus palabras y tu cálido apoyo, no sé si lo podría haber superado. La
revulsión y el terror iniciales que me produjeron esas fotos fueron bastante
desagradable, pero he descubierto que puedo lidiar con el terror; y Roger puede
encasillarse en su personificación de algún rudo editor salido de una historia
de Damon Runyon (o quizá, ahora que lo pienso, esté actuando como ese Ben
Hecht), pero lo realmente divertido es que tiene un corazón de oro. Cuando toda
aquella mierda se nos cayó encima, él permaneció como una piedra; su fuerza
nunca vaciló.
El terror es
malo, pero he descubierto que la sensación de que te comportaste como un
pelotudo es mucho peor. Cuando estás asustado, puedes recurrir a tu valentía.
Cuando estás humillado, supongo que lo único que puedes hacer es llamar a tu
novia por larga distancia y berrear en su hombro. Todo lo que te estoy
diciendo, creo, es gracias; gracias por estar allí y gracias por no reírte... o
tomarme como si fuera una vieja histérica asustándose de las sombras. Anoche,
luego de haber hablado contigo, tuve una última llamada telefónica, de Barton
Iverson, Jefe del Departamento de Policía de Central Falls. Él también fue
extraordinariamente compasivo, pero antes de que te cuente la esencia final del
asunto, permíteme intentar aclararte toda la serie de acontecimientos que
siguieron a mi recepción del manuscrito de Detweiller el miércoles pasado. Tu
confusión estaba justificada; creo que puedo llegar a estar un poco más
despejado ahora que he tenido una noche de sueño (¡y sin Mamá Bell* en mi oreja, descontando
dólares de mi desnutrido sueldo!).
Tal como creo que te conté, la reacción de Roger
a las "Fotos del
*Nota
del Traductor: Mamá Bell es el apodo con el que se conoce a la
compañía Bell Telephone.
Sacrificio" fue todavía
más fuerte y más inmediata que la mía. Se apareció en mi oficina como si
tuviera cohetes en los talones, dejando a dos distribuidores esperando en su
oficina exterior (y, como me parece que señaló Flannery O'Connor alguna vez, un
buen distribuidor es algo difícil de encontrar), y cuando le mostré las fotos
se puso pálido, se llevó una mano a la boca, y emitió unos sonidos amordazados, como de arcadas. Así que
supongo que se podría decir que yo estaba más que en lo cierto acerca de la calidad de las fotos (considerando el
tema, "calidad" es una palabra extraña para usar, pero es la única
que parece encajar).
Se tomó un minuto
o dos para pensar; luego me dijo que haría mejor llamando a la policía de
Central Falls, pero que no le dijera nada a nadie más. "Todavía podrían
ser falsificaciones," dijo, "pero lo mejor es no arriesgarse. Ponlas
en un sobre y ya no las toques más. Podrían tener huellas digitales."
-No parecen
falsificaciones -le dije-.¿A ti te lo parecen?
-No.
Él volvió con los
distribuidores y yo
llamé a los polis
de Central Falls; fue mi primera conversación
con Iverson. Él escuchó la historia entera y luego tomó nota de mi número
telefónico. Dijo que me volvería a llamar en cinco minutos, pero no me dijo por
qué.
Me llamó en tres
minutos, aproximadamente. Me dijo que llevara las fotografías a la Comisaría
31, en el 140 de Park Avenue South, y que la Policía de New York transmitiría
las "Fotos del Sacrificio" a Central Falls.
-Deberíamos tenerlas para
esta tarde, a eso de las tres -dijo-. Puede que antes,
incluso.
Le pregunté qué
se proponía hacer hasta entonces.
-No mucho - respondió-. Voy a enviar a un agente
de civil a rondar esta Casa de Flores y tratar de determinar si Detweiller todavía está
trabajando allí o no. Espero que lo haga sin despertar ninguna sospecha. Hasta
que no vea las fotos, Sr. Kenton, eso es realmente todo lo que puedo
hacer.
Tuve que morderme
la lengua para no decirle que yo pensaba que había mucho más que podía hacer. No quería que me desdeñara como un
típico neoyorquino insistente, ni tampoco quería tener al compañero exasperado
conmigo desde un comienzo. Y me recordé que Iverson no había visto las fotos.
Supongo que dadas las circunstancias él iba tan rápido como podía en base a la
llamada de un extraño; un extraño que podría estar chiflado.
Conseguí que
prometiera volver a llamarme en cuanto tuviera las fotografías, y luego yo
mismo las acerqué a la Comisaría 31. Ellos estaban esperándome; un tal Sargento
Tyndale me encontró en el área de recepción y tomó el sobre con las fotos.
También me hizo prometer que me quedaría en mi oficina hasta tener noticias de
ellos.
-El Jefe de Policía de
Central Falls...
-No el -dijo Tyndale,
como si yo le estuviera hablando de un mono amaestrado-. Nosotros.
Todas las
películas y novelas tienen razón, nena; no pasa mucho tiempo antes de que
empieces a sentirte como un delincuente. Esperas que alguien gire una luz
brillante en tu cara, ponga una pierna por encima de un viejo escritorio, se
recline, te sople el humo del cigarro en tu cara, y diga "Bien, Carmody,
¿dónde escondiste los cadáveres?" Ahora puedo reírme de esto, pero te
aseguro no estaba riéndome entonces.
Yo quería que
Tyndale le echara un vistazo a las fotografías y que me dijera lo que pensaba
de ellas –si eran o no auténticas– pero lo único que hizo antes de largarse fue
recordarme que "permaneciera cerca". Había empezado a llover y no
pude conseguir un taxi, y cuando ya había llegado a siete calles de Zenith
House estaba empapado. También me había tragado medio rollo de Tums.
Roger estaba en
mi oficina. Le pregunté si los distribuidores se habían ido, y él agitó una
mano en su dirección. -Mandé uno a
Queens y al otro a Brooklyn -dijo-. Motivados. Van a vender
otras cincuenta copias de Hormigas del
Infierno entre los dos. Imbéciles -encendió un
cigarro -. ¿Qué dijeron
los polis?
Le conté lo que
Tyndale me había dicho.
-Inquietante -dijo-. Jodidamente
inquietante.
-Te parecieron reales, ¿no es
así?
Lo consideró,
luego asintió. -Tan reales como
la lluvia.
-Bien.
-¿Qué quieres decir con bien?
No hay nada bueno en todo esto.
-Yo sólo quise decir...
-Sí, ya sé lo que quisiste
decir -se levantó, agitó
las perneras de sus pantalones de esa manera en que siempre lo hace, y me dijo
que le llamara si tuviera noticias de alguien-. Y no le digas nada a nadie
más.
-Herb ha pasado por aquí un
par de veces- le dije-. Creo que se piensa que vas
a despedirme.
-La idea tiene algo de
mérito. Si él pregunta...
-Le miento.
-Exacto.
-Siempre es un placer
mentirle a Herb Porter.
Se detuvo de
nuevo en la puerta, comenzó a decir algo, y entonces llegó Riddley, el chico
del correo, empujando un cesto con manuscritos rechazados.
-Se pasó aquí casi
toda la ma'ana, Seor'Adler -dijo-. ¿
Va'eshpedir al Seor'Kenton?
-Lárgate de aquí, Riddley -le dijo Roger -o te despediré a tí si no
dejas de insultar a toda tu raza con ese repugnante acento Rasta.
-¡Siuro, Seor'Adler! -dijo Riddley, e hizo rodar
de nuevo el carro del correo-. ¡M'voy! ¡M'voy!
Roger me miró y
giró los ojos desesperadamente. -Tan pronto como
tengas noticias- repitió, y
salió.
En las primeras
horas de la tarde tuve noticias del Jefe Iverson. Su hombre había comprobado
que Detweiller estaba en la Casa de
Flores, trabajando como de costumbre. Dijo que la Casa de Flores es una
construcción muy elegante en una calle que se está "yendo pendiente
abajo" (la frase es de Iverson). Su hombre entró, compró dos rosas rojas,
y volvió a salir. Lo atendió la señora Tina Barfield, la propietaria del
negocio según los papeles del archivo del Ayuntamiento. El tipo que realmente
tomó las flores, las cortó, y las envolvió llevaba una etiqueta con la palabra
CARLOS en ella. El hombre de Iverson lo
describió como de unos 25 años, moreno, no mal parecido, pero corpulento. El
hombre dijo que daba la impresión de tomárselo todo muy seriamente; apenas
sonreía.
Hay un
invernadero excepcionalmente grande detrás de la tienda. El hombre de Iverson
hizo un comentario sobre él y la señora Barfield le dijo que era tan profundo
como la manzana; ella dijo que lo llamaban "la pequeña selva."
Le pregunté a
Iverson si ya había recibido las telefotos. Dijo que no las tenía, pero quería
confirmarme que Detweiller estaba allí. El solo hecho de
saber que él estaba me produjo cierto alivio; no me molesta decirte eso, Ruth.
Así que aquí está
el Acto Tercero, Escena Primera, y una trama nauseabunda, como nos gusta decir
a nosotros, los tipos del negocio editorial. Recibí una llamada del Sargento
Tyndale, de la Comisaría 31. Me dijo que Central Falls había recibido las
fotos, que Iverson les había echado un vistazo, y que había ordenado que le
trajeran a Carlos Detweiller para un interrogatorio. Tyndale me quería de
inmediato en la 31 para tomarme declaración. Debía llevar conmigo el manuscrito
de Plagas Demoníacas, y toda mi
correspondencia con Detweiller. Le dije que estaría encantado de ir la 31 tan
pronto como hablase de nuevo con Iverson; de hecho, estaba deseando tomar
"El Peregrino" en la Estación Penn y de allí derecho en tren a...
-Por favor no llame a nadie -dijo Tyndale-,y no vaya a ninguna parte
–a ninguna parte, Sr. Kenton– hasta
que ponga sus pies aquí y haga la declaración.
Me había pasado
el día sintiéndome descompuesto e inquieto. Mi estado nervioso empeoraba en
lugar de mejorar, y supongo que le hablé con cierta brusquedad al tipo.
-Pareciera como si yo fuera
el sospechoso.
-No -dijo él-. No, Sr. Kenton -una pausa-. No por el momento -otra pausa-. ¿Pero él le envió las
fotos, no es así?
Por un momento
quedé tan asombrado que sólo pude boquear como un pez. Luego le dije -Pero ya expliqué eso...
-Sí, lo hizo. Ahora venga
aquí y explíquelo para el expediente, por favor-. Tyndale colgó, dejándome
tanto enfadado como en una especie de existencialismo –pero te mentiría, Ruth,
si no te dijera que lo que principalmente me sentía era asustado–. Me había metido hasta el fondo y en muy poco
tiempo.
Irrumpí en la
oficina de Roger, le conté lo que estaba
pasando tan rápida y
cuerdamente como pude, y luego me dirigí hacia el ascensor. Riddley salió de la
habitación del correo haciendo rodar su carrito Dandux; vacío,esta vez.
-¿Está usted en p'oblema con
l'ley, Seor'Kenton? -me susurró
roncamente mientras lo dejaba atrás; te aseguro, Ruth, que ésto no logró en lo
absoluto mejorar mi paz mental.
-¡No! -le respondí, tan fuerte que
dos personas que venían por el pasillo echaron una mirada en mi dirección.
-Porque si lo está, mi primo
Eddie es un shtupendo abogado. ¡Siuro!
-Riddley -le dije- ¿a qué universidad fuiste?
-¡Co'nell, Seor'Kenton, y era
shtupenda! -Riddley sonrió
abiertamente, mostrando unos dientes tan blancos como teclas de piano (y estoy
tentado a pensar que casi tan numerosos).
-Si fuiste a Cornell -le pregunté- ¿por qué, en el nombre de
Dios, hablas de esta forma?
-¿Qué forma es'sa,
Seor'Kenton?
-Olvídalo -le dije, ojeando el reloj-. Siempre está bien tener
una de estas discusiones filosóficas contigo, Riddley, pero tengo una cita y
debo apurarme.
-¡Siuro! -me dijo, lanzando esa mueca
obscena de nuevo-. Y si usted
quiere el nume'o telefónico de mi primo Eddie...
Pero por entonces
ya me había perdido en el vestíbulo. Siempre es un alivio poder librarse de
Riddley. Supongo que es horrible decirlo, pero desearía que Roger lo
despidiera; miro esa gran sonrisa de teclas de piano y, Dios me asista, me
pregunto si Riddley no habrá hecho un pacto para beberse la sangre del hombre
blanco cuando llegue el fuego la próxima vez. Junto con su primo Eddie, por
supuesto.
Bien, olvídate de
todo esto; he estado más de una hora y media pegándole a las teclas de la
máquina de escribir, y ésto está empezando a parecerse a una novela corta.
Mejor me doy prisa con el resto. De
manera que... Acto Tercero, Escena Segunda.
Llegué tarde y
empapado de nuevo a la estación de policía; no había taxis y la lluvia se había
convertido en un fuerte aguacero. Sólo una lluvia de enero en la ciudad de
Nueva York puede ser así de fría (¡California me parece cada día mejor,
Ruth!).
Tyndale me echó
una mirada, me dedicó una fina sonrisa sin humor visible en ella, y dijo: -En Central Falls acaban de
soltar a su autor. ¿Ningún taxi allí afuera, eh? Nunca están cuando
llueve.
-¿Dejaron ir a Detweiller? -pregunté sin poder creerlo-. Y él no es nuestro autor.
No lo tocaría ni con un palo para plagas de tres metros de largo.
-Bien, sea él lo que sea, la
cosa es que no es nada más que una tempestad en un vaso de agua -me dijo, y me ofreció la que
puede haber sido la taza de café mas repugnante que alguna vez haya tomado en
mi vida.
Me condujo hasta
una oficina libre, lo cual fue una especie de favor; esa sensación de que todos
los demás en la comisaría estaban mirando de reojo al editor prematuramente
calvo, vestido con un empapado saco de lana, probablemente fuera paranoia, pero
de todas formas era poderosa.
Para no hacer que
una historia larga lo sea aun más, aproximadamente cuarenta y cinco minutos
después que llegaron las telefotos, y alrededor de quince minutos después de la
llegada de Detweiller (no esposado, pero flanqueado por dos corpulentos hombres
con traje azul), volvieron los hombres de civil que habían sido despachados a
la Casa de Flores después de mi primera llamada. Él había estado en otra parte
de la ciudad durante toda la tarde.
Tyndale me dijo
que habían dejado a Detweiller solo en una pequeña sala de interrogatorios para
que se ablandara; para que tuviera todo tipo de pensamientos sucios. El policía
de civil que había verificado el hecho de que Detweiller todavía trabajaba en
la Casa de Flores estaba mirando las "Fotos del Sacrificio" cuando el
Jefe Iverson salió de su oficina y se encaminó a la sala de
interrogatorios donde tenían a Detweiller.
-Jesús -le dijo el de civil a
Iverson-, éstas se ven
casi reales, ¿no le parece?
Iverson se
detuvo. -¿Tiene usted
alguna razón para creer que no lo son? - le preguntó.
-Bueno, esta mañana, cuando
entré en esa tienda para inspeccionar a ese tipo Detweiller, este fulano al que
le hicieron la cirugía de corazón informal estaba sentado a un lado, detrás del
mostrador, jugando un solitario y mirando La
Esperanza de Ryan en la tele.
-¿Está usted seguro de eso? -le preguntó Iverson.
El de civil dió
uno golpecitos sobre la primera de las "Fotos del Sacrificio," donde
se mostraba claramente la cara de la "víctima". -Ningún error -dijo-. Este era el tipo.
-Pero, ¿por qué en el nombre
de Dios no me dijo usted que él se
encontraba allí? -le reclamó
Iverson, sin ninguna duda con visiones de Detweiller presentando cargos por
detención falsa y maliciosa comenzando a bailar lúgubremente en su cabeza.
-Porque nadie me preguntó por
este tipo -dijo el detective, de manera
bastante razonable-. Se suponía que
yo debía reconocer a Detweiller, y lo hice. Si alguien me hubiera pedido que
reconociera a este tipo, lo habría hecho. Nadie lo hizo. Hasta luego-. Y se alejó, dejando a
Iverson sosteniendo las fotos. De manera que así fue.
Yo miré a
Tyndale.
Tyndale me
devolvió la mirada.
Tras unos
instantes, la desvió. -De todas formas,
señor Kenton, esa foto en particular se
veía real... tan real como el infierno. Pero así hacen los efectos en
algunas de esas películas de horror. Hay un tipo –se llama Tom Savini– que hace
unos efectos...
-De modo que lo dejaron
marchar-. Cierto temor
estaba emergiendo dentro de
mi cabeza, como uno
de esos pequeños submarinos rusos que los suecos
nunca consiguen atrapar.
-Por si le sirve de algo, su
culo está cubierto con tres pares de calzoncillos y cuatro de pantalones, con
los dos del medio acorazados -dijo Tyndale, y
luego agregó, con una seriedad que sin dudas era Alexander Haigiana-: le estoy hablando desde el
punto de vista legal, usted me entiende. Actuó de buena fe, como un ciudadano.
Si el tipo pudiera demostrar que hubo malicia, eso sería otra cosa... pero,
rayos, usted ni siquiera lo conocía.
El submarino
ascendió un poco más. Porque sentí como si justo desde entonces estuviera empezando a conocerlo, Ruth, y mis
sentimientos sobre Carlos Detweiller ni fueron entonces ni lo son ahora algo
que pudiera describir como joviales o benignos.
-Además, nunca es al informante al que ellos quieren demandar
por un falso arresto, sino al poli que vino y les leyó sus derechos y luego lo
llevó al centro de la ciudad en un automóvil sin manijas en las puertas
traseras.
Informante. Ésa era la fuente del
temor. El submarino estaba bien arriba y flotando en la superficie como un pez
muerto a la luz de la luna.
Informante. No conocí a
Carlos Detweiller gracias a una begonia
psíquica... aunque él sí sabe algo sobre mí. No que fuí la cabeza de la sociedad
literaria de la Universidad Brown, ni que estoy prematuramente calvo, ni que
estoy comprometido con una bonita señorita de Pasadena llamada Ruth Tanaka...
ninguna de estas cosas (y, gracias a Dios, tampoco la dirección de mi casa,que nunca conozca la dirección de mi casa),
pero él sabe que yo soy el editor que hizo que lo detengan por
un asesinato que no cometió.
-Sabe usted -le pregunté- si Iverson o algún otro del
Departamento de Policía de Central Falls le mencionó a él mi nombre? -Tyndale encendió un
cigarrillo-. No lo sé-respondió-, aunque estoy bastante
seguro de que nadie lo hizo.
-¿Por qué no?
-Habría sido poco
profesional. Cuando usted está trabajando en un caso –incluso uno que se muere
tan rápido como éste– cada nombre que el sospechoso no conoce o que incluso no llega a conocer se convierte en una
carta de póker.
Cualquier alivio
que pude haber sentido me duró poco.
-Pero el tipo tendría que ser
un perfecto idiota para no saberlo. A
menos que, eso es, le enviara las fotografías por correo a cada editorial de
Nueva York. ¿Piensa que pudo haber hecho eso?
-No -dije desconsoladamente-. En primer lugar, ningún
otro editor en Nueva York habría respondido a su carta de presentación.
-Ya veo.
Tyndale se
levantó, arrugando los vasitos plásticos de café, haciendo esos gestos de
se-acabó-la-fiesta que significaban que esperaba que yo pusiera un huevo en mi
zapato y lo pisara.
-Una pregunta más y lo dejaré
en paz -dije-. Las otras fotografías eran
obvias falsificaciones. Penosas. ¿Cómo esas parecen tan malas y las
falsificadas parecen tan malditamente buenas?
-Quizá el propio Detweiller
preparó las fotos de la 'Sagrada Reunión' y algún otro –el equivalente a Tom
Savini en Central Falls, por ejemplo– preparó la 'víctima del sacrificio'. O
quizá Detweiller las preparó todas e intencionalmente hizo que las otras se
vieran mal para que usted tomara éstas más en serio.
-¿Por qué haría eso?
-Para que usted metiera la
pata, tal y como ha hecho. Tal vez es así cómo él se coloca.
-¡Pero le arrestaron en el
proceso!
Él me miró, casi compadeciéndome.
-Suponga que hay
un tipo en un bar, Sr. Kenton, y que tiene esos petardos de
broma que se meten en los cigarrillos. Así que, sólo para divertirse, mete uno
de ellos en el cigarrillo de su colega mientras éste se encuentra en el
servicio o escogiendo algunas canciones en la gramola. Le parece la idea más
divertida del mundo en ese momento, aunque el sentido del humor de su colega
sólo se manifiesta cuando un petardo explota en el cigarrillo de algún otro, y el tipo que mete el
petardo debería saberlo. Así que el colega regresa, y enseguida toma el
cigarrillo trucado. Da dos caladas y... ¡ka-bang! Toda la cara llena de tabaco,
quemaduras de pólvora en sus dedos, y se tira la cerveza encima. Y su colega
–su ex-colega– está sentado en el
taburete de al lado, partiéndose de risa. ¿Entiende la situación?
-Sí -dije de mala gana, porque la
entendí.
-Ahora bien, el tipo que
metió el petardo en el cigarrillo no era un imbécil, aunque tengo
que decir que, según mi criterio, un tipo que cree que es divertido meter un
petardo en el cigarrillo de otro, es un un poco deficiente en la sección del
sentido del humor. Pero incluso si su sentido del humor se activase con algún
tipo llevándose un susto de muerte y derramando su cerveza encima de sus
pelotas, pensarías que un tipo que no fuese un imbécil al menos tendría interés
en conservar todos los dientes y no lo haría. Y sin embargo, lo hacen. Lo hacen
todo el puto tiempo. Así que, siendo usted un hombre literario... –(Ruth, él,
obviamente, no sabía nada acerca de Acuchíllame,
Hormigas del Infierno, ni del próximo a salir, Moscas del infierno)–
¿puede decirme por qué él sigue adelante, y acaba recogiendo sus dientes por
todo el bar y pidiendo un crédito con el que poder pagarse los empastes?
-Porque no tiene ningún
sentido de lo futurible -dije
desconsoladamente, y, por primera vez, Ruth, sentí como si realmente pudiera ver a Carlos Detweiller.
-¿Eh? No conozco esa
palabra.
-Él no lo sabe... es incapaz
de anticipar las consecuencias.
-Sí... usted es un hombre
literario, de acuerdo. Yo no hubiera
podido decirlo tan bien ni en mil años.
-¿Y esa es mi respuesta?
-Ésa es su respuesta -. Me palmeó el hombro y me
acompañó hasta la puerta-. Váyase a casa,
Sr. Kenton. Tómese un trago, una ducha, y después otro trago. Mire algo en la
tele. Duerma toda la noche. Cumplió su deber como ciudadano. La mayoría de la
gente simplemente habría tirado esas
fotos... o las habría guardado para sus álbumes de recortes. Suena raro, pero
yo soy del tipo policial, no del tipo literario, y sé que algunas personas lo
hacen. Váyase a casa. Olvídelo. Y conténtese con esto: si el libro del tipo es
tan malo como usted dijo, entonces le envió una carta de rechazo de la puta
madre.
De manera que
hice lo que él me dijo, querida; vine a casa, tomé un trago, me duché, comí
algo, tomé otro trago, miré un poco de tele, y me fuí a la cama. Entonces,
después de alrededor de tres horas de tortura de no poder dormir –seguía viendo
esa foto, la de la abertura en el pecho y el corazón chorreante– me levanté,
tome como tres copas más, miré en la tele una película de John Wayne llamada La Estela de la Bruja Roja (te diría que
John Wayne se ve mucho mejor con un casco de soldado que con un casco de buzo),
me acosté de nuevo, y me desperté con resaca.
Todo estará mejor
en un par de dias, y creo –creo– que
las cosas están comenzando a volver a la normalidad, tanto en Zenith House como
dentro de mi cabeza. Pienso (pienso)
que todo terminó; pero que va a ser uno de esos Incidentes que me perseguirán
durante toda la vida, supongo, como los sueños que tenía de chico en el que me
ponía de pie para saludar la bandera y se me caían los pantalones. O, aún
mejor, algo que una vez me contó Bill Gelb, mi ilustre co-editor en Zenith.
Dijo que le contó este chiste a un tipo en una fiesta: ¿Cómo haces para impedir que cinco negros violen a una chica blanca?
Respuesta: les das una pelota de básquet. "Yo pensé que el tipo al que se lo conté sólo tenía un buen
bronceado hasta que me arrrjó la bebida en la cara y se marchó," dijo
Bill. Ésa es la clase de historia que yo nunca podría contar de mí mismo, lo
cual pienso que puede ser una de las razones por las que no haya perdido todo
mi respeto por Bill, aunque es un intolerante y fanático pelotudo. Con esto quiero
decir que me siento un poco como un pelotudo... pero por lo menos se ha
terminado. Si todo esto me hace parecer un histérico –alguien que testificaría
entusiasmado en los juicios contra las
brujas de Salem– por favor escribe y rompe nuestro compromiso cuanto antes...
porque si ése fuera el caso, yo tampoco me casaría conmigo.
En cuanto a mí,
estoy aferrado a lo que me dijo Tyndale; eso de que actué de buena fe, como un
ciudadano. La único que no haré es enviarte las fotografías, que hoy me fueron
devueltas. Podrían ocasionarte la clase de sueños que he estado teniendo; y
esos sueños son, sin ninguna duda, malévolos. He llegado a la conclusión de que
todos esos magos de los efectos especiales deben ser cirujanos frustrados. De
hecho, si Roger me da el visto bueno, voy a quemarlas.
Te amo,
Ruth.
Tu adorado pelotudo,
John
de la oficina del editor en jefe
A: John Kenton
FECHA: 2/2/81
MENSAJE: Prosigue y
quémalas. No quiero volver a oír hablar de Carlos Detweiller nunca más.
Escúchame, John;
un poco de excitación está bien, pero si no comenzamos a hacer algo aquí en
Zenith, estaremos todos saliendo a buscar trabajo. He oído que Apex puede estar
buscando compradores. Que es como buscar
pájaros dodo o pterodáctilos.
Tenemos que
conseguir el libro o libros que hagan algo de ruido en este verano, y eso
significa que sería mejor empezar buscando desde ayer. Comienza a sacudir los
árboles, ¿de acuerdo?
Roger
memorándum de oficina
DE: John
A: Roger
REF: Sacudida de árbol
¿Qué árboles? Zenith House está ubicado
en las Grandes Planicies de la publicación Americana, y tú lo sabes
condenadamente bien.
John
de la oficina del editor en jefe
A: John Kenton
FECHA: 3/2/81
MENSAJE: Encuentra un árbol o
encuentra un trabajo. Así están las cosas, encanto.
Roger
4 de
febrero de 1981
Sr. John "Judas Iscariote" Kenton
Zenith
Agujerodelculo-House, Editores de Kaka,
490
Avenida de la Mierda-de-Perro
New York, New York 10017,
Estimado
Judas,
Éste
es el agradecimiento que recibo por ofrecerle mi libro. De acuerdo, lo
entiendo. Debería haber sabido qué esperar. Usted piensa que es TAN LISTO. De
acuerdo, lo entiendo. Usted no es más que un sucio y traicionero bastardo.
Cuánto habrá robado. Un montón, supongo. Usted piensa que es TAN LISTO pero no
es nada más que un "Tablón Torcido" en "EL GRAN SUELO DEL
UNIVERSO". Hay formas de tratar con los TIPOS COMO USTED. Probablemente
piense que voy a ir y buscarlo. Pero no
lo haré. Yo "no mancharía las manos con su suciedad," como decía el
Sr. Keen. Pero puedo ajustarle las cuentas si quiero. ¡Y quiero! ¡¡¡Lo QUIERO!!!!
Mientras
tanto, usted lo ha estropeado todo, así que supongo que estará satisfecho. Eso
no me importa. Me he ido al Oeste. Le diría "ojalá se lo jodan" pero
quién sería capaz de hacerle eso. Yo no. No lo haría ni siquiera si yo fuera una niña y usted
Richard Gear. No lo haría ni aunque usted fuese una de esas lindas chicas de
buena figura.
Bueno,
me marcho, pero mi material es copywright y solo espero que usted sepa qué
significa copywright, aun cuando no sepa distinguir la "mierda" del
"betún de zapatos". Así que nada más métase eso en su pipa y fúmeselo
todo el puto día, Sr. Judas Kenton. Adiós.
Lo
odia,
Carlos
Detweiller
De
Viaje
E.U. de
A.
7 de febrero de 1981
Querida Ruth,
Me esperaba una carta del
estilo
"váyase-a-la-mierda" de Carlos Detweiller –la esperaba
inconscientemente, en cualquier caso– y la recibí el otro día. Utilicé la
crujiente máquina Xerox pre-Guerra Mundial que tenemos en Zenith House para
hacerte una fotocopia, y la he adjuntado con esta carta. En su cólera, él es
casi lírico, sobre todo en la parte en que dice que soy un tablón torcido en el
suelo del universo... una frase que hasta Carlyle admiraría. Deletreó
mal el nombre
de Richard Gere, pero quizá fuera una licencia artística*. En general, diría que me
siento aliviado; al menos, esto ya se terminó. El tipo se ha largado al Gran
Oeste Americano, sin duda con sus tijeras de podar rosas colgándole de la
cadera (¿de una cadera rosa? oh, olvídalo).
"Sí, pero
¿se ha ido realmente?" te preguntarás. La respuesta es: sí, lo hizo.
Recibí la carta
ayer y casi en seguida puse al corriente a Barton Iverson de la Policía de
Central Falls (luego de conseguir que Roger autorizara de mala gana la llamada
de larga distancia, he de añadir). Pensé que a Iverson le interesaría mi
requerimiento de salir a comprobar el asunto, y lo hizo. Parece que también él
pensaba que las "fotos del sacrificio" eran demasiado reales como
para quedarse tranquilo, y la última comunicación de Detweiller tenía más bien un tono amenazante.
Envió a un hombre
llamado Riley –creo que el mismo hombre que fue antes– a comprobar la salida de
Carlos, y él (Iverson, no Riley) me volvió a llamar en noventa minutos. Al
parecer, Detweiller renunció casi enseguida de ser puesto en libertad, y
Barfield incluso ha puesto un anuncio en los periódicos locales pidiendo un
nuevo ayudante de floristería. Algo ligeramente interesante: Riley reconoció al
tipo de las "fotos del sacrificio," y mencionó un nombre que yo ya
conocía: era el Sr. Norville Keen, el mismo tipo, estoy bastante seguro, que
Detweiller mencionó en
sus primeras dos
cartas ("Por qué
*Nota del Traductor: Gear: voz del argot
del Village cuya traducción es "maravilloso": Richard Maravilloso
sería el nombre del actor Richard Gere.
describir a un invitado
cuando usted puede ver a ese invitado," y otras perlas de sabiduría). El
poli le hizo algunas preguntas sobre la puesta en escena de esas fotografías, y
la Barfield se entrometió, ka-bang, inmediatamente. Le preguntó si era una
investigación oficial, o qué. No lo era, por supuesto, así que eso fue todo...
y en mi mente, el todo el asunto está cerrado. Iverson me dijo que Riley no
pudo identificar a la Barfield en ninguna
de las fotografías, de modo que no hubo ninguna base como para interrogarla
más adelante... ni tampoco nadie allí en Central Falls quiere realmente
hacerlo, me parece. Iverson fue muy franco conmigo. "Deje descansar lo
sobrenatural," fue lo que realmente me dijo, y yo estoy de acuerdo en un
doscientos por ciento.
Si la nueva
novela de Anthony LaScorbia terminara llamándose Plantas del Infierno, renuncio.
Te escribiré una
carta más normal durante la semana, espero, pero pensé que querrías saber cómo
terminó todo. Mientras, vuelvo a pasarme las noches en mi novela y los días
buscando un bestseller que podamos comprar por $2500. Como creo que dijo el
Presidente Lincoln alguna vez, "Jodida buena suerte, pavo."
A todo esto, gracias por tu llamada
telefónica, y tu última carta. Y en respuesta a tu pregunta, sí, yo también
estoy E*X*C*I*T*A*D*O.
Te ama,
John
19 de
febrero de 1981
Estimado Sr. Kenton,
Usted no me conoce, pero yo sí a usted. Mi
nombre es Roberta Solrac, y soy una ávida lectora de la serie de novelas de
Anthony LaScorbia. ¡¡¡Al igual que el Sr. LaScorbia, siento que la ecología está
a punto de sublevarse!!! De cualquier modo,el mes pasado le escribí una
"carta de admiración" al Sr. LaScorbia ¡y él me contestó! Como estaba
muy entusiasmada y honrada, le envié una docena de rosas. Él dijo que estaba
entusiasmado y honrado (por las rosas) ya que nadie le había enviado flores
antes.
Sin embargo, en nuestra correspondencia, él
mencionó su nombre y dijo que usted era el responsable de sus éxitos
literarios. No puedo enviarle rosas ya que estoy "en quiebra," pero
le mendo una pequeña plantita para su oficina, vía UPS. Se supone que trae
buena suerte. ¡¡¡Espero que se encuentre bien, y prosiga con su estupendo
trabajo!!!
Suya atentamente,
Roberta Solrac
memorándum de oficina
A: Roger
DE: John
REF: La locura continúa
Echa una mirada a la carta adjunta, Roger.
Luego deletrea "Solrac" al revés. Creo que realmente me estoy
volviendo loco. ¿Qué he hecho para merecerme a este tipo?
de la oficina del editor en jefe
A: John Kenton
FECHA: 23/2/81
MENSAJE: Puede que te estés
internando en las sombras. Si no es así, ¿qué pretendes hacer? ¿Reabrir las
cosas con el D. de P. de Central Falls? Asumiendo que sea Detweiller –y admito
que el último nombre sobrevuela los límites de la coincidencia y que el estilo
tiene una cierta similitud, aunque obviamente sea una tipografía diferente– es, si
me permites la aliteración, una inofensiva muestra de una pataleta infantil. Mi consejo es
que te olvides de él. Si
"Roberta Solrac" te envía una planta por correo, tírala por el tubo
del incinerador. Probablemente sea hiedra venenosa. Estás dejando que esto te
ataque los nervios, John. Y te lo digo en serio: Olvídate de él.
Roger
memorándum de oficina
A: Roger
DE: John
REF: "Roberta
Solrac"
Hiedra envenenada, las pelotas. El tipo
trabajaba en un invernadero. Probablemente sea belladona, o hierba mora mortal,
o algo parecido.
John
de la oficina del editor en jefe
A: John Kenton
FECHA: 23/2/81
MENSAJE: Pensé en mover el
culo por el pasillo para hablar contigo, pero estoy esperando una llamada de
Harlow "Hombre del Hacha Cometh" Enders en unos minutos, y no quiero
salir de mi oficina. Pero quizá sea mejor que te lo diga por escrito, porque da
la impresión de que no crees realmente en algo hasta que esté impreso.
John, déjalo pasar. El asunto Detweiller está
acabado. Entiendo que todo el asunto te haya afectado –rayos, también a mí–
pero tienes que dejarlo pasar. Tenemos algunos serios problemas aquí en casa,
en el caso de que no te hayas enterado. En junio va a llevarse a cabo una
re-evaluación de nuestra situación, y lo que tenemos no es demasiado. Esto
significa que en septiembre podemos tener el culo en la calle. Nuestro
"año de gracia" ha empezado a acortarse. Deja de preocuparte por
Detweiller y, por el amor de Cristo, encuentra algo que se pueda publicar y que
haga dinero.
No puedo
decírtelo más claro. Te aprecio, John, pero abandona esto y vuelve al trabajo,
o me veré obligado a tomar medidas drásticas.
Roger
memorándum de oficina
A: Riddley
DE: John Kenton
REF: Posible paquete
entrante
Es muy probable que reciba
un paquete de la UPS desde alguna parte del medio oeste durante la próxima
semana o en unos diez días. El nombre del remitente es Roberta Solrac. Si ves
tal paquete, asegúrate de que yo no lo vea. En otras palabras, tíralo
inmediatamente por el tubo del incinerador más cercano. Sospecho que ya sabes
la mayoría de lo que hay que saber sobre el asunto de Detweiller. Esto puede
estar asociado con eso, y el contenido del paquete puede ser peligroso. Es
improbable, pero existe una posibilidad.
Gracias,
John Kenton
memorándum de oficina
A: John Kenton
DE: Riddley
REF: Posible paquete
entrante
¡Siuro, Seor'Kenton!
Riddley/Sección Correo
de EL LIBRO SAGRADO DE CARLOS
SAGRADO MES DE FEBRE (Entrada #64)
Sé cómo atraparlo. He puesto las cosas en
movimiento, alabado sea Abbalah. Alabada sea la Demeter Verde*. Los atraparé a todos. ¡Verde Verde "debe
verse"! ¡Ja! ¡So Judas! ¡Qué poco que sabes! ¡Pero yo sí lo sé! ¡También
sé todo sobre tu novia; solo que tu novia, es ahora la niña DEMONIO**, ¡Qué poco sabes de lo
que ella es capaz! ¡Hay otro mulo coceando
en tu establo, Sr. Editor Pez-Gordo Judas! ¡La OUIJA
dice que el nombre de este mulo es GARY !
* Nota
del Traductor: Demeter: diosa griega de las cosechas, hija de Rhea
y Cronos, madre de Perséfone.
** Juego de palabras
intraducible: girlfriend significa "novia" y girlFIEND puede
traducirse como "niña DEMONIO"
¡En mis
sueños los he visto y
GARY es PELUDO! ¡No
como tú, pequeño y enclenque JUDAS!
¡Muy pronto te estaré enviando un presente! ¡Todo el mundo medra! ¡Cada Judas a
salvo en los brazos de Abbalah! ¡Ven Abbalah!
¡VEN GRAN
DEMETER!
¡VEN VERDE!
FIN DE
LA PLANTA, PARTE
DOS
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