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lunes, 21 de julio de 2008

H. G. WELLS -- LA PUERTA EN EL MURO -- ANTOLOGIA DEL CUENTO EXTRAÑO 4

H. G. WELLS
LA PUERTA EN EL MURO

_
Pocos escritores han influido tanto en el
mundo contemporáneo como H. G. (HERBERT
GEORGE) WELS. En libros juveniles anticipó
algunas conquistas cientificas actuales, o dió
forma a milenarios sueflos de la humanidad. En
obras posteriores ahondó en los problemas de
nuestra civilización, poniendo al servicio de ese
análisis una singular aptitud sociológica.
La Máquina del Tiempo, La Isla del Dr.
Moreau, El Hombre Invisible, La Guerra de los
Mundos, Tono Bungay, El Padre de Cristina
Alberta, son sus novelas más conocidas.
Escribió también un Esquema de la Historia y
una amena autobiografia.
_
VI
LA PUERTA EN EL MURO
_
Hace menos de tres meses, durante una
velada propicia a las confidencias, Lionel Wallace me
contó esta historia de La Puerta en el Muro. Y en aquel
momento pensé que, en lo que a él concernía, era
verídica.
Me la narró con una simplicidad de convicción
tan directa, que no pude menos de creerle. Pero a la
mañana siguiente, en mi propio departamento, me
hallé al despertar en una atmósfera distinta; y mientras
tendido en la cama recordaba las cosas que me habia
relatado, pero desprovistas ahora del encanto de su
voz grave y lenta, desvinculadas de la luz del quinqué
que caía sobre la mesa, del ámbito de sombras que
nos circundaba y de todos aquellos objetos agradables
y relucientes —el postre, las copas, la mantelería de la
cena que acabábamos de compartir— que constituian
un mundo pequeño y brillante, totalmente aislado de
las realidades cotidianas, me parecieron francamente
increibles.
—Son invenciones... —me dije, y añadí—:
Pero, ¡qué notables! ... Jamás lo hubiera imaginado, y
menos en él.
Más tarde, mientras sentado en la cama
tomaba el té, traté de explicar el sabor a realidad de
sus imposibles reminiscencias (era ese sabor a
realidad lo que me dejaba perplejo), suponiendo que
de algún modo sugerian, mostraban, transmitian (no
sé qué palabra utilizar) experiencias que de otra
manera era imposible referir.
Pues bien, ya no recurro a esa explicación. Mis
dudas se han disipado. Creo ahora, como creí cuando
me contó el episodio, que Wallace hizo todo lo posible
por develar ante mi la verdad de su secreto. Pero no
pretendo adivinar si realmente vió o si creyó ver, si fué
el poseedor de un inestimable privilegio o la victima de
un sumo fantástico. Inclusive las circunstancias de su
muerte, que aventaron para siempre mis dudas, no
aclaran ese dilema.
El lector juzgará por si mismo.
He olvidado qué comentario, qué crítica
formulada por mí al azar, impulsó a un hombre tan
reticente a depararme su confianza. Creo que quiso
defenderse contra una acusación de tibieza o de
irresponsabilidad en relación con un gran movimiento
público, en el que su actitud me habia defraudado. Lo
cierto es que bruscamente intentó justificarse. —Tengo
una preocupación... —dijo.
"Se —prosiguió después de una pausa—, que
be sido negligente. Lo cierto es que... No se trata de
un caso de fantasmas o de aparecidos, pero es una
cosy dificil de decir, Redmond. Estoy hechizado.
Acosado por algo que despoja de interés a las cosas,
que me llena de ansias... "
Se interrumpió, refrenado por esa timidez
inglesa que tan a menudo nos asalta cuando
queremos hablar de cosas comnovedoras, graves o
bellas.
—Tú fuiste alurmno de Saint Althestan's hasta
el ultimo año —dijo, y por un instante esto me pareció
enteramente desvinculado del tema—. Bueno...
Hizo una nueva pausa. Después, vacilante al
principio, con más soltura luego, empezó a hablarme
de aquello que había oculto en su vida: el persistente
recuerdo de una belleza y una felicidad que llenaban
su corazón de insaciables anhelos, y que tornaba
opacos, tediosos y vanos todos los intereses y el
espectáculo de la vida mundana.
Ahora que poseo la clave, todo parece visiblemente
escrito en su rostro. Tengo una fotografia suya
en la que ese despego ha sido captado e intensificado.
Me recuerda lo que de él dijo una vez una mujer, una
mujer que lo habia amado mucho: "De pronto pierde
todo interés. Se olvida de los demás. No le importa
nada de los demás, aunque estén a su lado".
Sin embargo, Wallace no era siempre igualmente
apático, y cuando ponía su atención en algo
podia ser un hombre muy exitoso. En realidad, su
carrera está jalonada de éxitos. Me dejó atrás hace
mucho tiempo; se remontó muy por encima de mí y se
hizo de un renombre que yo jamás pude lograr. Aún no
habia cumplido cuarenta años, y ahora dicen que si
hubiera vivido habría ocupado un alto puesto en el
gobierno y quizá habria integrado el nuevo gabinete.
En la escuela me superaba siempre sin
esfuerzo, como la cosa mas natural. Cursamos juntos
la mayor parte de nuestros estudios en el Colegio de
Saint Althestan, en West Kensington. Entramos a la
par en el colegio, pero él egresó mucho mas adelantado,
con un diluvio de becas y brillantes
calificaciones, a pesar de que yo hice una carrera
bastante buena. Y fué en aquella escuela donde oí
hablar de la Puerta en el Muro por primera vez; la
segunda, fué un mes antes de su muerte.
Para él, al menos, la Puerta en el Muro era una
puerta auténtica, que a través de una pared verdadera
conducía a realidades inmortales. De eso estoy ahora
convencido.
Y se enteró de su existencia muy temprano,
cuando era apenas un chiquillo de cinco o seis años.
Recuerdo que al hacerme depositario de su secreto,
con pausada gravedad, efectuó los cálculos y
razonamientos necesarios para determinar la fecha.
—Había una enredadera de Virginia, de color
carmesí, un color carmesí uniforme y brillante, contra
la pared blanca, bajo los rayos luminosos y ambarinos
del sol. Esto, de algún modo, forma parte de la
impresión que retengo, aunque no sé exactamente por
qué. Y en el limpio pavimento, frente a la puerta verde,
habia hojas de castaños de Indias, en parte verdes y
en parte amarillas, pero no pardas ni sucias, de modo
que eran hojas recién caídas. De ahi deduzco que
transcurria el mes de octubre. Nadie mejor que yo
puede saberlo, pues todos los años vigilo la caída de
las hojas de los castaños.
"Si estoy acertado en eso, yo tenía por aquella
época cinco años y cuatro meses."
Habia sido, según él, un chico mas bien precoz;
aprendió a hablar a edad anormalmente temprana,
y era tan sano y "formal", como dice la gente,
que gozaba de un grado de libertad que la mayoría de
los niños sólo alcanzan a los siete u ocho años. Su
padre murió cuando él tenia dos, y quedó al cuidado,
menos vigilante y autoritario, de una institutriz.
Su padre era un abogado severo y preocupado,
que le prestaba escasa atención, aunque
esperaba grandes cosas de él. A pesar de toda su
viveza de ingenio, creo que la vida le resultaba gris y
opaca. Y un día empezó a vagabundear.
No recordaba en particular la negligencia que
le permitió escapar, ni cuál de los caminos de West
Kensington eligió Todo eso se habia desvanecido
entre los incurables borrones de la memoria. Mas la
pared blanca y la puerta verde persistian nitidamente.
Según lo que recordaba de aquella experiencia
infantil, ya al ver por primera vez la puerta experiment6
una extraña emoción, una atracción, un deseo de
encaminarse a ella, abrirla y entrar. Y al mismo tiempo
tuvo Ia absoluta certeza de que ceder a esa atracción
era imprudente o perverso; una de las dos cosas: no
sabía cuál. Cosa extraña, insistió en afirmar que, a
menos que la memoria le jugase una curiosa trampa,
supo desde el primer momento que la puerta no tenía
cerrojo y que podía entrar fácilmente.
Me parece ver Ia cara de aquel chico, atraído y
rechazado.
Y también se le hizo evidente, aunque nunca
me explicó por qué, que su padre se encolerizaria
mucho si atravesaba esa puerta.
Wallace me describió con todo detalle esos
momentos de vacilación. Pasó de largo ante la puerta
y luego, con las menos en los bolsillos y tratando
puerilmente de silbar, siguió caminando hasta sobrepasar
el extremo del muro. Allí recuerda haber visto
varias tiendas sucias, en particular la de un plomero y
decorador, donde se amontonaban en polvoriento desorden
caños de loza de barro, plomo en láminas,
canillas, muestrarios de empapelados y tarros de
pintura. Se detuvo, fingiendo examinar esas cosas, y
codiciando, deseando apasionadamente la puerta
verde.
Entonces, según me dijo, experimentó una
rafaga de emoción. Corrió hasta la puerta verde,
temeroso de volver a vacilar. La embistió con el brazo
extendido y la oyó cerrarse .a sus espaldas. De este
modo, casi sin pensarlo, entró en el jardin que ha
inquietado el resto de sus dias.
Le resultó muy dificil a Wallace describirme la
impresión exacta que recibió al encontrarse en aquel
jardin.
Había algo en el aire mismo que regocijaba,
que infundia una sensación de liviandad, de dicha y
bienestar; que daba a todos los colores una nitidez,
una luminosidad sutil y perfecta. Al entrar, se
experimentaba una exquisita felicidad, esa felicidad
que raramente se siente en este mundo y sólo cuando
se es joven y alegre. Alli todo era hermoso...
Wallace se quedó meditando antes de proseguir.
—Pues bien —dijo con el acento irresoluto del
hombre que hace una pausa antes de referir algo
increíble—, había allí dos grandes panteras... Sí,
panteras moteadas. Y no tuve miedo. Había un
sendero largo y ancho, con canteros de aristas de
mármol a ambos lados, y esas dos bestias enormes y
aterciopeladas jugaban allí con una pelota. Una alzó la
cabeza y se acercó a mí, con cierta curiosidad al
parecer. Llegó a mi lado, frotó muy suavemente su
oreja tibia y redonda contra la mano que yo le tendía y
comenzó a ronronear.
Te aseguro que era un jardín encantado. ¿ Y
su tamaño? iOh! Se extendia, inconmensurable, en
todas direcciones. Creo que a la distancia habia colinas.
Sólo Dios sabe qué había sido de West
Kensington. Y en cierto modo era como un regreso al
hogar.
"¿Cómo explicarte? Apenas estuvo la puerta
cerrada a mi espalda, olvidé el camino con las hojas
caídas de los castaños, los coches de alquiler y los
carros de los mercaderes; olvidé esa especie de
atracción gravitatoria que me ceñía a la disciplina y la
obediencia en casa de mi padre; olvidé todas las
dudas y temores, olvidé la discreción, olvidé todas las
intimas realidades de esta vida. En un instante me
convertí en un niño feliz, maravillosamente feliz en otro
mundo. Era un mundo diferente, con una luz más tibia,
penetrante y suave; con una tenue y clara alegria en el
aire; con hebras de nubes acariciadas por el sol en lo
azul del cielo. Y ante mí se extendia acogedoramente
ese camino largo y ancho, con canteros sin malezas a
ambos lados, donde esplendian flores que nadie
cuidaba y jugaban aquellas dos grandes panteras. Sin
temor puse las manos sobre su pelaje suave, acaricie
sus orejas redondas y los sensitivos pliegues debajo
de sus orejas, y fugue con ellas, y era como si me
diesen la bienvenicla a mi hogar. Esta sensación de
retorno al hogar era muy aguda. De pronto apareció en
el sendero una muchacha alta y rubia, se acercó
sonriendo a recibirme, dijo: "¿Y bien?", y me alzó y me
besó, y después me bajó y me llevó de la mano; yo no
sentía asombro sino la deliciosa impresión de que todo
estaba bien, de que volvían a mi memoria cosas
felices que de algún modo extraño olvidara.
Recuerdo una ancha escalinata de peldaños
rojos, que apareció a mi vista entre espigas de
delfinios, por donde subimos hasta entrar en una gran
avenida sombreada por árboles muy viejos, oscuros y
frondosos. A todo lo largo de esta avenida, entre los
troncos rojos y hendidos, habia suntuosos bancos de
mármol, y estatuas, y mansisimas palomas blancas.
"Por esta avenida me llevó mi amiga, bajando
el rostro para mirarme (aún recuerdo los rasgos
agradables, la barbilla exquisitamente modelada de su
rostro dulce y bondadoso), haciéndome preguntas con
voz suave y placentera, contándome cosas; bellas
cosas, estoy seguro, aunque nunca pude recordarlas...
De pronto bajó de un árbol un mono capuchino, muy
limpio, con un pelaje pardo rojizo y bondadosos ojos
castaños; se acercó a nosotros, corrió a mi lado y me
miró sonriendo, y luego se encaramó a mi hombro. Y
los dos seguimos caminando, muy felices."
Hizo una pausa. —Prosigue —le dije.
—Recuerdo pequeñas cosas. Recuerdo que
pasamos junto a un anciano que meditaba entre
laureles, junto a un lugar que alegraban las cotorras, y
que atravesando una columnata ancha y sombreada
entramos en un palacio espacioso y fresco, lleno de
agradables fuentes, de bellas cosas, hechas a la
medida de las promesas y los deseos del corazón.
Y había muchas cosas y mucha gente; a
algunos aún los recuerdo con claridad, a otros más
vagamente; pero todos eran hermosos y buenos. De
algún modo, no se cómo, entendí que todos eran
bondadosos conmigo, que se alegraban de tenerme alli,
y me colmaban de alegría con sus gestos, con el roce
de sus manos, con la bienvenida y el amor de sus ojos.
—Sigue.
Estuvo cavilando unos instantes.
—Encontré compañeros de juegos. Eso
significaba mucho para mí, porque yo era un niño
solitario. Se dedicaban a deliciosos juegos en un prado
cubierto de césped, donde habia un reloj de sol tratado
con flores. Y jugar era amarnos...
"Pero —es extraño— hay una laguna en mis
memorias. No recuerdo cuáles eran esos juegos. Nunca
pude recordarlo. Más tarde he pasado largas horas
esforzándome, incluso con lágrimas, por rememorar la
forma de esa felicidad. He tratado de recrearla, solo en
mi cuarto. Inútilmente. Lo único que retengo es aquella
sensación de dicha y los dos amados amigos que con
más frecuencia me acompañaban.
Luego vino una mujer sombría y morena, de
rostro grave y pálido, con ojos soñadores; una mujer
sombría, que vestía una suave y larga túnica de pálida
púrpura y llevaba un libro; me llamó por señas y
llevóme aparte a una galería, aunque mis compañeros
no querían que me marchase e interrumpiendo sus
juegos se quedaron mirando mientras yo me alejaba.
"—¡Vuelve pronto! —gritaban—. iVuelve pronto
con nosotros!

"Mire el rostro de la mujer, pero ella no les
prestaba atención. Su expresión era muy dulce y
grave.
Me llevó a un banco de la galeria, y yo
permanecí de pié a su lado, presto a mirar el libro
cuando lo abriera sobre sus rodillas.
Abriéronse las páginas, señalólas con el dedo y
yo mire maravillado, porque en las vivientes páginas
de ese libro me vi... era la historia de mi vida y en ella
figuraban todas las cosas que me habían acontecido
desde que naciera. Maravilloso, porque ]as paginas de
ese libro no eran imágenes ¿comprendes? sino
realidades.
Wallace hizo una pausa solemne y me miró,
vacilando.
—Adelante —le dije—. Comprendo.
—Eran realidades... sí, debían serlo; las
personas se movían, y los objetos iban y venían con
ellas; mi amada madre, a quien casi olvidara; después
mi padre, severo y rígido; los criados, mi cuarto, todas
has cosas familiares de mi casa. Luego la puerta de
entrada, y las calles ajetreadas donde iban y venían
los vehículos Yo observaba y me maravillaba, y
tornaba a mirar casi incrédulo el rostro de la mujer,
volcaba las páginas, salteando ésta y aquélla para ver
más y más de ese libro, hasta que al fin me descubri
merodeando vacilando ante la puerta verde enclavada
en el largo muro blanco, y sentí renovados el miedo y
el conflicto interior.
"—¿ Y después ? —exclamé, y habría vuelto la
página siguiente, pero la mano fria de la mujer me
detuvo.
"¿ Después ? —insistí forcejeando suavemente
con la mano de la mujer, tirando de sus dedos con
toda la fucrza de mis años infantiles, y cuando ella
cedió y pasó la página, se inclinó sobre mí como una
sombra y me besó en la frente.
"Pero en aquella página no aparecía el jardín
encantado, ni las panteras, ni la muchacha que me
había llevado de la mano, ni los amigos que no habían
querido dejanne ír.
Veíase una calle larga y gris de West Kensington,
a esa hora fria del atardecer, antes de encenderse
los faroles; y yo me en contraba ahi, pequeño y
desdichado, llorando a gritos, a pesar de mis esfuerzos
por dorninarme; y lloraba porque no podia volver
junto a los ama— dos compañeros de juegos que
me habian gritado: ";Vuelve con nosotros! ;Vuelve
pronto con nosotros!" Yo estaba ahí.
Y ya no era la página de un libro, sino la cruda
realidad; aquel sitio encantado y la mano que
intentaba detenerme, la mano de esa madre grave a
cuyas rodillas estuve pegado, habían desaparecido.
¿Dónde estaban ahora?"
Wallace calló nuevamente y permaneció un
rato con los ojos clavados en el fuego.
—¡Oh! ;La congoja de ese regreso! —murmuró
—¿ Y bien? —dije al cabo de uno o dos minutos. —De
vuelta en este mundo gris, yo era un pobre desdichado.
Al comprender en toda su magnitud lo que me
había sucedido, me entregué a una pena irredimible. Y
aún llevo en mi la vergüenza la humillación de ese
llanto en público y del oprobioso retorno a mi casa.
Veo nuevamente a ese anciano caballero de benévolo
aspecto, un anciano con lentes de oro, que se detuvo
para hablarme... punzándome antes con la punta de
su paraguas. —iPobre chico! —dijo—. ¿Estás
extraviado?
";Y yo habia nacido en Londres, y tenía más de
cinco años! Se empeñó en llarnar a un policia, joven y
bondadoso, y en rodearme de curiosos y llevarme a
casa. Sollozando, observado por todo el mundo,
temeroso, salí de aquel jardín encantado para volver al
umbral de la casa de mi padre.
"Eso es todo cuanto recuerdo de mi visíon del
jardín... el jardín que aún ahora me obsesiona.
Naturalmente, no puedo expresar esa inefable condición
de translúcida irrealidad, esa diferencia en
relación con los objetos comunes de nuestra
experiencia que imperaba alli; pero eso... eso es lo
que ocurrió. Si fué un sueño, estoy seguro de que he
soñado despierto y que ha sido un sueño extraordinario...
¡Hum! Desde luego, hubo un interrogatorio
terrible, por padre de mi tía, mi padre, la nodriza,
la institutriz, todos...
"Traté de explicarles, y por primera vez mi
padre me dió una paliza por embustero. Más tarde
intenté contar el caso a mi tía, y ella volvió a castigarme
por reincidir perversamente.
Más tarde se prohibió a todos escucharme, oir
una sola palabra del asunto. Hasta me quitaron por un
tiempo los libros de cuentos de hadas... porque yo era
demasiado "imaginativo". ¿Eh? ¡Si, llegaron a eso! Mi
padre era de la vieja escuela... Y mi historia quedó
encerrada dentro de mi. Yo la susurraba a mi
almohada: mi almohada que a menudo estaba húmeda
y salada de llanto bajo mis labios murmurantes. Y a
mis oraciones preestablecidas, menos fervientes,
agregaba siempre esta súplica de todo corazón: "iTe
ruego, Señor, que me hagas soñar con el jardín! ¡Oh,
llévame nuevamente al jardín!" ¡Llévame al jardín! A
menudo, en efecto, soné con él. Quizá he agregado
elementos al sueno, quiza to he alterado, no se...
Debes comprender que esto no es más que una
tentative de reconstruir una experiencia muy temprana
sobre recuerdos fragmentarios. entre éstos y otras
memorias subsiguientes de mi infancia, hay una
laguna.
Llegó un momento en que me pareció imposible
que alguna vez tornara a hablar de aquella
prodigiosa vislumbre." Formulé una pregunta obvia.
—No —respondió—. Que yo recuerde, nunca,
en aquellos primeros años, intenté reencontrar el camino
que conducía al jardín. Ahora esto me parece
extraño, pero pienso que después de aquella malaventura
acaso se vigilaron con más cuidado mis movimientos,
para impedir que me extraviase. No, solo
cuando lo conocí intenté buscar nuevamente el jardín.
Y creo que hubo una época, aunque ahora parezca
increíble, en que lo olvidé totalmente; puede haber
sido alrededor de los ocho o nueve años. ¿Recuerdas
cuando yo era un chiquillo en Saint Althestan's?
—Sí, recuerdo.
—Y alguna vez, en ese entonces, di indicios de
poseer un sueño secreto?
2
Alzó la mirada con una repentina sonrisa.
—¿Alguna vez jugaste conmigo al "Paso del
Noroeste"? No, naturalmente, tú no te acercabas a mí.
"Era de esa clase de juegos —prosiguió— que
ocupan el día entero a todo chico imaginativo. La idea
era descubrir un "Paso del Noroeste" para llegar a la
escuela. El camino habitual no presentaba
dificultades; el juego consistia en buscar un camino
que no fuera sencillo, saliendo de casa diez minutos
antes en alguna dirección imprevista, y abriéndose
paso hasta la meta a través de calles desconocidas.
Y un día me encontré extraviado en unas
callejas de barrio pobre, más allá de Camp den Hill, y
comencé a pensar que por primera vez el juego me
resultaría adverso y llegaría tarde a la escuela. Casi
desesperado, me interné por un camino que parecía
un callejón sin salida, y en su extrento descubrí un
pasaje. Lo recorrí apresuradamente, con renovada
esperanza.
“—¡ Todavia he de llegar a tiempo!, exclamé
pasando ante una hilera de sucias tiendas que me
parecieron inexplicablemente familiares. Y de pronto,
;oh, prodigio!, ahí estaba el largo muro blanco y la
puerta verde que conducía al jardín encantado.
"Fué una revelación instantánea. iEso quería
decir que el jardin, el maravilloso jardin no era tin
sueño!"
Hizo una pausa.
—Supongo que mi segunda experiencia de la
puerta verde pone de manifiesto el mundo de distancia
que hay entre la vida laboriosa de un escolar y la
infinita holganza de una criatura. Sea como fuere, esta
vez no se me ocurrió ní por un momento entrar
directamente. No se si comprendes... En primer término,
dominaba en mi espiritu la idea de llegar a
tiempo a la escuela; estaba decidido a no quebrar toda
una trayectoria de puntualidad.
Indudablemente, debí experimentar algún deseo
de abrir la puerta... sí. Debí sentirlo. Pero me
parece recordar que consideré la atracción de la
puerta simplemente como un nuevo obstáculo para mi
suprema decisión de llegar a la escuela. Ese descubrimiento,
desde luego, me interesó inmensamente: me
fuí con el pensannento puesto en él pero me fui. La
puerta no pudo refrenarme. Pasé de largo, corriendo;
saqué el reloj y comprobé que aún me quedaban diez
minutos; poco más tarde me encontraba bajando un
declive, ya en sitios familiares.
Llegué a la escuela jadeante, es cierto, y
empapado en sudor, pero a tiempo. Recuerdo que
colgué el abrigo y la gorra... Había pasado junto a la
puerta y había seguido de largo. ¿Extraño, verdad?"
Me miró pensativamente.
—Naturalmente, yo no sabía en aquel momento
que la puerta no siempre estaría ahí. La
imaginación de un niño es limitada.
Supongo que me pareció maravilloso que
estuviera allí y que yo conociera el camino para volver
a ella. Pero ya la escuela me imponía sus exigencias.
Imagino que estuve muy distraído y desatento esa
mañana, recordando cuanto podia de los extraños y
hermosos seres a quienes pronto vería nuevamente.
Aunque parezca raro, no abrigaba la menor duda de
que se alegrarian de verme ... Sí, aquella mañana debí
considerar ese jardin como un hermoso lugar al que
uno podía volver en los intervalos de una ardua
carrera escolástica.
"Y en efecto, aquel día no fuí. El día siguiente
era semiferiado; quiza eso influyó Quizá también, la
distracción elaboró en mi estado de ánimo ciertas
imposiciones, reduciendo el margen de tiempo que en
realidad necesitaba para mi excursión. No lo sé. Lo
que se es que ahora el jardín encantado dominaba a
tal punto mis pensamientos, que ya no pude guardar el
secreto.
"Lo confié a un chico con aspecto de hurón,
cuyo nombre no recuerdo. Lo apodábamos Squiff." —
Se llamaba Hopkins —dije.
—Eso es, Hopkins. No me fué agradable
decírselo. Tenía la impresión de que en cierto modo
revelar el secreto era contrariar determinadas reglas,
pero se lo dije. Él solía acompañarme en parte del
trayecto a mí casa; era muy locuaz, y si no hubieramos
hablado del jardín encantado habríamos hablado de
otra cosa, y a mí me resultaba intolerable pensar en
otra cosa. Por eso se lo dije.
"Bueno, él divulgó mi secreto. Al día siguiente,
en el recreo, me ví rodeado de media docena de
chicos mayores que yo, que me fastidiaban y parecían
muy curiosos por saber algo más del jardín encantado.
Estaba ese grandote de Fawcett, ¿ lo recuerdas?, y
también Carnaby y Morley Reynolds. ¿ Tú también,
por casualidad? No, creo que lo recordaría...
"Un niño es un ser de extraños sentimientos.
Realmente creo que, a pesar de mi secreto disgusto
conmigo mismo, en el fondo me sentía un poco
halagado por llamar la atención de aquellos compañeros
mas grandes que yo.
Recuerdo en particular el placer que me causó
el elogio de Crashaw (¿recuerdas a Crashaw, que
llegó a alcalde y que era hijo de un compositor?); dijo
que era el mejor embuste que había oído. Pero al
mismo tiempo yo experimentaba un oscuro sentimiento
de vergiienza, realmente doloroso, por haber
dejado escapar lo que a mi juicio era un secreto
sagrado.
Y esa bestia de Fawcett se permitió una broma
acerca de la muchacha vestida de verde..."
La voz de Wallace se hizo mas sorda al
recuerdo de la humillación.
—Fingí no oír —continuó—. Bueno, después
Carnaby me llamó mentiroso y riñó conmigo cuando le
dije que el episodio era verídico. Afirmé que sabía
dónde estaba la puerta y que en diez minutos podía
conducirlos a ella. Carnaby se mostró ofensivamente
virtuoso, y respondió que tendría que hacerlo y probar
mis palabras o sufrir las consecuencias ¿Carnaby
nunca te retorció el brazo? Entonces quizá comprenderás
mi situación. Juré que mi historia era cierta.
Por aquel entonces no habia nadie en la
escuela capaz de salvar a uno de las iras de Carnaby,
aunque Crashaw quiso calmarlo. Pero Carnaby
gozaba del juego. Yo me excité, senti que mis orejas
se ponían rojas, empecé a sentir miedo.
Me comporté como un chico estúpido, y el
resultado fué que en lugar de dirigirme solo a mi jardín
encantado, abrí la marcha —con las mejillas encendidas,
las orejas encarnadas, los ojos febriles y el alma
convertida en un ardor de angustia y miseria—
seguido por un grupo de seis camaradas burlones,
curiosos y amenazantes.
"Y no encontramos el muro blanco ni la puerta
verde..."
—¿Quieres decir que ... ?
—Quiero decir simplemente que no pude
encontrarla. A pesar mío.
"Y mis tarde, cuando pude volver solo, tampoco
la encontré. Jamás la encontré .Ahora me parece que
la estuve buscando siempre, en aquellos días del
colegio, pero sin hallarla nunca... nunca."
—¿Y los compañeros... se mostraron desagradables?
—Bestialmente ... Carnaby celebró una especie
de consejo de guerra me hizo juzgar acusindome de
embustero y malvado. Recuerdo que volví a casa y
subí furtivamente a mi cuarto, para ocultar las huellas
de las lágrimas.
Y seguí llorando hasta quedarme dormido,
mas no por Carnaby, sino por él jardín, por la
hermosa tarde que había anhelado, por las dulces y
amigables mujeres, por los compañeritos que me
aguardaban, por el juego que había ansiado aprender
nuevamente, ese hermoso juego olvidado...
"Llegué a creer firmemente que si no hubiera
revelado el secreto... En fin, lo cierto es que después
atravesé malos momentos: lloraba de noche y fantaseaba
de día. Durante dos bimestres dejé de estudiar
y tuve malas notas. ¿Recuerdas? Si, debes recordarlo.
Fuiste tú, al superarme en matemáticas, quien
me lanzó nuevamente a la brecha."
3
Durante ún rato mi amigo contempló silenciosamente
el rojo corazón del fuego.
Después dijo: —No volví a verla hasta los diecisiete
años. "Apareció ante mi por tercera vez cuando
me dirigía a Paddington, en camino a Oxford, donde
debía disputar una beca. Fué apenas una momentánea
vislumbre. Iba arrellanado en el coche, fumando
ún cigarrillo y creyéndome sin duda ún cabal hombre
de mundo, cuando de súbito divisé la puerta y la pared
y experimenté la certidumbre de cosas inolvidables y
todavia asequibles.
"El carruaje siguió de largo, traqueteando;
tomado de sorpresa, no atiné a detenerlo antes de que
se alejara bastante y doblara la esquina. Entonces viví
una extraña experiencia, ún doble y divergente movimiento
de mi voluntad: golpeé con los nudillos la
portezuela del techo del carruaje y bajé el brazo para
sacar mi reloj.
“—¡Si, señor! —repuso vivamente el conductor.
"— Este... perdone... no es nada —repliqué—. Un
error. No nos queda mucho tiempo. iSiga!
"Y seguimos...
"Gané la beca. Y la noche en que supe la
noticia me senté junto al fuego en mi pequeña
habitación del piso alto, mi estudio, en casa de mi
padre, cuando aún sonaban en mis oidos sus elogios
(que nunca prodigaba) y sus sanos consejos; y
mientras fumaba mi pipa favorita (esa formidable
"bulldog" de la adolescencia) pensé en la puerta del
largo muro blanco.
"Si me hubiera detenido —pensé—, habría
perdido la beca, no hubiese entrado en Oxford, habria
echado a perder la brillante carrera que me aguarda.
Ahora empiezo a ver mejor las cosas.
"Así estuve cavilando hondamente, pero sin
dudar de que mi carrera era algo que merecia un
sacrificio.
"Aquellos amados amigos, aquella atmósfera
límpida, eránme muy caros, muy entrañables, pero
remotos. Mis ambiciones se centraban ahora en el
mundo. Miraba abrirse otra puerta: la puerta de mí
carrera."
Una vez más contempló fijamente el fuego. Por
un instante fugaz, el cárdeno resplandor destacó en su
rostro un gesto de porfiada energía, que en seguida se
desvaneció.
—Pues bien —continuó con un suspiro—, he
realzado mi carrera. He trabajado mucho, he trabajado
duramente. Pero mil veces he soñado con el hechizado
jardín y en cuatro ocasiones, a partir "'de aquel día... he
visto o columbrado su puerta. Sí, cuatro veces.
Durante algún tiempo este mundo me pareció
tan espléndido e interesante, tan lleno de significado y
oportunidades, que el semidesvaído encanto del jardín
resultaba, en comparación, muy tenue y remoto.
¿Acaso hay alguien que desee acariciar una pantera
cuando va a cenar con hermosas mujeres v hombres
ilustres? Cuando de Oxford regresé a Londres, yo era
un hombre pujante, lleno de promesas que en parte se
han cumplido. En parte. Y sin embargo, he tenido mis
desengaños...
"Dos veces estuve enamorado. No me
extenderé sobre esto, pero en una ocasión, cuando iba
a ver a alguien que, yo bien sabía, dudaba de si me
atrevería a ir, tomé al azar un atajo, una calle poco
frecuentada cerca de Earl's Court, y asi me hallé ante
el muro blanco y la familiar puerta verde.
";Qué extraño! —me dije—. Yo pensaba que
este sitio estaba en Campden Hill. Es el lugar que
nunca he podido encontrar, cuya búsqueda es empresa
más ardua que contar los Stonehenge, el
escenario de mis extrañas fantasías.
"Y seguí de largo, firme en mi propósito
anterior. Aquella tarde la puerta verde no tenía poder
sobre mí.
"Experimenté apenas el momentáneo impulso
de probar el picaporte (solo necesitaba para ello dar
tres pasos a un costado) , aunque en el fondo de mi
corazón estaba seguro de que se abriría para mí; pero
después pensé que al hacerlo quizá llegaría tarde a la
cita en que estaba comprometido mí honor.
Más tarde lamenté mucho mí puntualidad;
pense que por lo menos podía haberme asomado para
hacer una seña amistosa a las panteras. Mas la
experiencia me había enseñado ya que no debía
buscar tardíamente lo que buscando no se puede
encontrar. Sí, esta vez lo lamenté mucho...
"Después pasaron anos de duro trabajo y no
volvi a hallar la puerta hasta hace muy poco. Simultáneamente
con este reencuentro, he tenido la sensación
de que algo asi como una delgada película opaca
empezaba a oscurecer mi mundo. La perspectiva de
no volver jamás a ver esa puerta comenzó a parecerme
triste y amarga.
Quizá estaba sufriendo las primeras consecuencias
del exceso de trabajo, quizá se apoderaba de
mí el sentimiento de frisar ya en los cuarenta años. No
sé. Pero es indudable que las cosas no tienen para mí
ese vivo resplandor que facilita el esfuerzo; y esto me
ocurre cuando debería estar trabajando, participando
en los nuevos acontecimientos políticos. Extraño, ¿
verdad? La vida se me hace fatigosa, y sus frutos,
cuando estoy a punto de obtenerlos, carentes de valor.
Hace poco comencé a desear intensamente el jardín.
Sí ...y tres veces he visto ... "
—¿ El jardín?
—No. La puerta. Y no he entrado.
Se inclinó habia mí sobre la mesa y su voz
reflejaba una pena inmensa.
—Tres veces se me presentó la oportunidad ...
itres veces! Había jurado que si esa puerta volvía a
ofrecerseme, entraría por ella, saldría de este polvo,
de este calor, de este superfluo oropel de vanidades,
de estas laboriosas futilezas.
Entraría para no volver nunca. Esta vez me
quedaría... Lo había jurado, mas cuando llegó el
momento, no entré.
"Tres veces en un ano pasé ante esa puerta sin
entrar. Tres veces en el ultimo año.
"La primera fue la noche en que hubo aquel
reñido debate sobre la Ley de Arrendamientos, en
cuya votación el gobierno se salvó apenas por tres
sufragios. ¿Recuerdas? Ninguno de nuestros partidarios,
y quizá muy pocos de nuestros rivales, pensaba
que la sesión pudiera levantarse durante la noche.
Pero de pronto el debate se vino abajo como
un castillo de naipes. Hotchkiss y yo estábamos cenando
con su primo en Brentford; ambos habiamos
abandonado el recinto. Nos llamaron por teléfono e
inmediatamente nos pusimos en camino en el
automóvil del primo. Llegamos apenas a tiempo, y en
el trayecto pasamos ante el muro y la puerta, pálidos a
la luz de la luna, manchados de un cálido amarillo al
iluminarlos nuestros faros, pero inconfundibles.
"—iDios mio! —exclamé. "—¿Oué? —preguntó
Hotchkiss. —Nada —repuse.
"Y así pasó el momento.
"—He realizado un gran sacrificio —dije, al
entrar, al presidente del bloque.
"—Todos se han sacrificado —me respondió y
pasó de prisa a mi lado.
"No veo cómo podía haber obrado de otro
modo. Y mi próximo encuentro con la puerta ocurrió
cuando corría a la cabecera de mi padre, para dar a
ese severo anciano el último adios. También en esta
oportunidad las exigencias de las circunstancias fueron
imperativas. Pero la tercera vez la situación fue
distinta. Sucedió hace una semana, y al recordarlo aún
me inunda un ardiente remordimiento. Estaba con
Gurker y Ralphs... Ya no es un secreto, tú lo sabes,
que he hablado con Gurker.
Habíamos estado cenando en Frobisher's y la
conversación tomó un sesgo íntimo. El problema del
lugar que yo ocuparía en el nuevo ministerio escapaba
a la órbita de nuestra discusión. Sí, si... Ahora todo
eso está arreglado.
No conviene comentar el asunto todavía, pero
no tengo por que ocultarte un secreto ... Si ... Gracias,
gracias. Pero deja que te cuente el resto de la historia.
"Aquella noche las cosas estaban un poco en
el aire. Mi posición era muy delicada. Yo tenía vivos
deseos de conseguir una respuesta definida de Gurker,
pero me estorbaba la presencia de Ralphs.
Utilizaba toda mi capacidad mental para que esa
conversación ligera y despreocupada no apuntase con
demasiada evidencia al terra que me interesaba. Esto
era indispensable. La actitud de Ralphs a partir de
aquel momento ha justificado de sobra mi desconfianza...
Yo sabía que Ralphs iba a dejarnos mas allá
de Kensington High Street, y entonces podría
sorprender a Gurker abordando francamente el
asunto. A veces uno tiene que recurrir a esas
pequeñas estratagemas... Y: fué entonces cuando allí
adelante, en el límite de mi campo visual, percibiíuna
vez mas la pared Blanca y la puerta verde.
"Pasamos ante ella conversando. Yo pasé ante
ella. Todavía puedo ver la sombra del aguzado perfil
de Gurker, de su sombrero de copa inclinado sobre su
prominente nariz, de los numerosos pliegues de su
bufanda; y después mi propia sombra y la de Ralphs.
"Pasé a veinte pulgadas de esa puerta.
¿Qué ocurriría —pensé— si les diera las
buenas noches y entrara?
"Y estaba ansioso por hablar a solas con
Gurker.
"Asediado por un cúmulo de problemas, me era
imposible responder a esa pregunta.
"Pensarán que estoy loco —me dije—. Y si
llegara a desaparecer... Misteriosa desaparición de tan
importante personaje politico.
"Esto influyó en mi. Un millar de consideraciones
mundanas inconcebiblemente mezquinas obraron
sobre mi en esa crisis."
Me miró con sonrisa apenada. —Y aqui estoy
—dijo lentamente.
—Aqui estoy —repitió— y he perdido mi última
oportunidad. Tres veces en un año se me brindó esa
puerta... esa puerta que conduce a la paz, a la
felicidad, a una belleza no soñada, a una bondad que
ningún hombre puede imaginar.
Y yo la he rechazado, Redmond, y no volverá a
aparecer... —¿ Cómo lo sabes?
—Lo sé Lo sé. Y ahora he quedado solo con mi
trabajo, con los compromisos que tan fuertemente me
retuvieron cuando llegó el momento de la decisión. Tú
dices que he tenido éxito, que he conseguido esa cosa
vulgar, chillona, tediosa y envidiada que llaman éxito.
¡Y es cierto! —Tenía en la mano, en su mane
poderosa, una nuez——. Si esto fuese mi éxito... —y
la aplastó entre los dedos y me mostró los fragmentos
desmenuzados.
—Te diré una cosa, Redmond. Esa pérdida me
está destruyendo. Hace dos meses, hace casi diez
semanas, que no hago trabajo alguno, salvo las tareas
más necesarias y urgentes. Mi alma está llena de
inextinguibles remordimientos.
De noche, cuando creo que podré pasar inadvertido,
salgo y ambulo por las calles. Si. Me pregunto
que diría la gente si lo supiera. iUn ministro del gabinete,
la cabeza responsable de la mas importante de
las reparticiones, errando solo... pensando...
lamentándose a veces casi en voz alta... en busca de una
puerta, de un jardin!
4
Aún me parece ver su rostro mas bien pálido y
el fuego extraño y sombrio que inundaba sus ojos.
Esta noche lo recuerdo vívidamente. Rememoro sus
palabras, su acento, mientras aún yace en mi sofá la
Westminster Gazette de anoche con la noticia de su
muerte. Hoy, a la hora del almuerzo, todos los socios
del club comentaban el asunto. No hemos hablado de
otra cosa.
Encontraron su cadaver ayer por la mañana,
muy temprano, en una profunda excavación próxima a
la estación de East Kensington. Es uno de los dos
túneles construidos recientemente en las obras de
prolongación del ferrocarril habia el Sur.
Para impedir el acceso del público, está
protegido por una empalizada, sobre el camino real; y
en esa empalizada habia una puerta pequeña, para
dar paso a los obreros que viven en esa dirección. La
puerta quedó abierta, por culpa de un malentendido
entre dos trabajadores, y Wallace entró por ella.
Una legión de preguntas, de enigmas, oscurecen
mi espíritu.
Al parecer, recorrió todo el camino a pié, desde
el Parlamento (a menudo ha regresado caminando a
su casa durante el último período de sesiones) , y es
así como imagino su oscura silueta, absorta y decidida,
avanzando por las calles desiertas y nocturnas. ¿
Acaso los pálidos focos eléctricos dieron a los toscos
tablones una semblanza de blancura? ¿Quizá esa
puerta fatal y abierta despertó en él algún recuerdo?
Y al fin y al cabo, ¿existió alguna vez la puerta
verde en el muro?
No to sé. He referido su historia tal como él me
la contó A veces creo que Wallace fué simple víctima
de la conjunción de ciertas alucinaciones raras, más
no sin precedentes, y de una trampa tendida por
descuido; pero ésta no es la más profunda de mis
convicciones. Pensad, si queréis, que soy supersticioso
y tonto; pero en el fondo estoy casi plenamente
convencido de que Wallace poseía en verdad una
facultad anormal, cierto sentido, algo (no se cómo
llamarlo) que bajo la apariencia de un muro y una
pared le ofrecía una salida, un secreto y singular
camino de evasión que conducia a otro mundo mucho
mas hermoso. Si es asi, diréis, esa facultad lo traicionó
a últirno momento. Pero, ¿realmente lo traicionó? En
ese punto rozáis el mas íntimo misterio de estos
soñadores, estos hombres imaginativos y visionarios.
Nosotros vemos el mundo corriente y vulgar, vemos la
empalizada y el foso. Para el juicio común, Wallace
salió de un mundo de seguridades para internarse en
la oscuridad, en el peligro, en la muerte. Pero ¿acaso
él participaba de ese juicio?

GUILLAUME APOLLINAIRE -- EL POETA RESUCITADO -- ANTOLOGIA DEL CUENTO EXTRAÑO 4

GUILLAUME APOLLINAIRE -- EL POETA RESUCITADO
ANTOLOGIA DEL CUENTO EXTRAÑO 4
__
GUILLAUME APOLLINAIRE
EL POETA RESUCITADO


_
GUILLAUME APOLLINAIRE, poeta
francés, precursor o creador del surrealismo,
nació en Roma en 1880. Obras: L'Herésiarque
et Cie, Alcools, Calligrammes, Le Poete
Assassine. A este ultimo libro pertenece el breve
y extrañísimo relato que sigue, escrito durante la
primera guerra mundial. Quizá "para recibir
cortésmente a la victoria" en compañía de los
personajes de sit cuento, Apollinaire murió el día
en que se firm6 el armisticio, en 1918.


__
VII
EL POETA RESUCITADO
_
El nuevo Lázaro se sacudió como un perro
mojado y salió del cementerio. Eran las tres de la tarde
y por todas partes estaban pegando los cartelones
referentes a la movilización.
ESTE ES
EL ATAÚ
D E N Q U
É EL YA
CÍA PÁL
IDO Y P
UDRIÉ
NDO
SE

Reclamó en la gendarmería un duplicado de su
libreta militar, v como estaba en el servicio auxiliar se
hizo trasladar al servicio activo.
Vivía desde hacia unos tres meses en la guarnición
del noveno regimiento de artillería de campaña
en N. m. s.
Una tarde, a eso de las 6, leía melancólicamente
este extraño anuncio que decora una pared en
una callejuela próxima a les Arenes
LA
CASA PLATON
NO TIENE SUCURSAL

cuando a su lado se irguió un extraño brigadier,
que formaba parte de su regimiento y cuyo rostro
estaba cubierto por una máscara ciega.
—Sígueme —le dijo la máscara extraña—. ¡Y
cuidado con el ajenjo! iAtención!
—Le sigo, brigadier —dijo el nuevo Lázaro—;
pero, digame, ¿está usted herido?
—Tengo una máscara, artillero —dijo el brigadier
misterioso—, y esa máscara oculta todo lo que
desearias saber, todo lo que querrias ver, oculta la
respuesta a todas tus preguntas desde que has vuelto
a la vida, enmudece todas las profecías y gracias a
ella ya no te es posible conocer la verdad.
Y el artillero resucitado siguió al brigadier
enmascarado y llegaron a la iglesia de los Carmelitas y
tomaron el camino de Uzes, que llevaba a los cuarteles.
Entraron, atravesaron el patio de honor, fueron
hasta el parque, detrás de los edificios, y allí, apoyándose
contra la rueda izquierda de un 75, el brigadier se
desenmascaró de pronto y el poeta resucitado vió ante
sí todo lo que quería saber, todo lo que quería ver.
En grandes paisajes de nieve y de sangre, vió
la dura vida de los frentes; el esplendor de los obuses
que estallaban, la mirada desvelada de los centinelas
exhaustos de fatiga; el enfermero que da de beber al
herido; el sargento de artilleria, agente de enlace de un
coronel de infantería, que espera con impaciencia la
carta de su amiga; el jefe de sección que inicia la
guardia en la noche cubierta de nieve; el Rey—Luna
flotaba encima de las trincheras y gritaba, no ya en
alemán sino en francés:
"A mí me toca quitarle la corona que di a su
abuelo."
Al mismo tiempo lanzaba pequeñas bombas de
angustia y de locura sobre sus regimientos bávaros;
en el cuerpo de garibaldinos, Giovanni Moroni recibía
una bala en el vientre y moría pensando en su madre
Attilia; en Paris, David Bakar tejía pasamontañas para
los soldados y leía L'Echo de Paris; Viersélin
Tigoboth conducía un cañón automóvil belga hacia
Ypres; Mme. Muscade cuidaba a los heridos en un
hospital de Cannes; Paponat era sargento furriel en un
parque de infantería en Lisieux; René Dalize comandaba
una compañía de ametralladoras; el pájaro de Benin
camuflaba piezas de artillería pesada; en Szepeny,
Hungría, un elegante viejecito se suicidaba ante el altar
donde reposa la urna de Santa Adorata. En Viena, el
conde Polaski, cuyo castillo está en los alrededores de
Cracovia, compraba a un ropavejero una extraña
máscara en forma de pico de águila, el feldwebel Hannes
Irlbeck ordenaba a sus reclutas asesinar a un viejo
sacerdote ardenés y a cuatro jovencitas indefensas; el
viejo ventrílocuo cómico Chrislam Barrow daba funciones
en los hospitales de Londres para distraer a los heridos.
Después el poeta resucitado vió los mares
profundos, las minas flotantes, los submarinos, las
poderosas escuadras.
Vió los campos de batalla de Prusia Oriental,
de Polonia, la calma de una pequeña aldea siberiana,
combates en África, Anzac y Sedul—Bar, Salónica, la
elegancia desollada e infinitamente terrible del mar de
trincheras en la piojosa Champana, el subteniente
herido que llevan a la ambulancia, los jugadores de
baseball en Connecticut; y batallas, batallas; mas en el
momento en que iba a ver el fin de todo, y sobre todo
aquello que deseaba conocer, el brigadier se puso
nuevamente su máscara ciega y dijo antes de irse:
—Artillero, has faltado al llamado. Has estado
ausente.
En aquel momento la trompeta tocó las tiernas,
melancólicas notas de la extinción de los fuegos.
Levantando la cabeza antes de volver a su cuadra, el
poeta resucitado vió que en el cielo las estrellas se
habian agrupado y que sin apagarse se deshojaban en
perfumados pétalos: y, puntos de impacto de millones
de gritos lanzados por la tierra y por el cielo, formaban
esta deslumbrante inscripción:
V I V A F R A N C I A
D U E R M E E N S U
C A T R E C I T O D E
S O L D A D O M I
P O E
T A
R E
S U
C I
T A
D O
Después se marchó como los otros con un
destacamento...
Y el frente se iluminó, los hexaedros giraron,
las flores de acero se abrieron, las alambradas de púa
enflaquecieron de deseos sangrientos, las trincheras
se abrieron como hembras ante los machos.
Mientras el poeta oía maullar los obuses sobre
los hipogeos que cavan los soldados, una Dama
maravillosa acariciaba su collar de hombres atentos,
ese collar sin igual, gargantilla de todas las razas que
chorrea fuegos sin número.
Et les chevaux de frise écumaient sous la pluie
O glauque jour oú va le regiment de sites. O
tranchées, soeurs profondes des murailles.
Después de llegar a caballo hasta las líneas,
con su pelotón de rondines y envuelto en vapores
asfixiantes, el brigadier de la máscara ciega sonreía
amorosamente al porvenir cuando un obús de grueso
calibre le acertó en la cabeza, de donde salió, como
una sangre pura, una Minerva triunfal.
¡De pie, todo el mundo, para recibir cortésmente
a la victoria!

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